Personal médico que atiende a pacientes con el COVID-19 durante un descanso en el hospital DHR Health de McAllen, Texas, en foto del 29 de julio del 2020. (AP Photo/Eric Gay, File)

POR TED ANTHONY /AP

Por años, Erin Whitehead se deleitó con los dramas de la serie televisiva «Grey’s Anatomy». Vio cómo sus médicos afrontaban todo tipo de crisis en su hospital: enfermedades temibles, fenómenos climáticos destructivos, bombas, balaceras, trastornos mentales, dolor.

Hoy, la serie es como una válvula de escape, algo que la distrae un poco de… de todo lo que le ha sucedido este año a su país, su sociedad y a ella misma.

«Dieciséis temporadas de ‘Grey’s Anatomy’. Eso es lo que fueron los últimos seis meses», dice Whitehead, una podcaster y ama de casa de Pace, ciudad de 34.000 habitantes de la Florida. «Estamos todo el tiempo tratando de fijar prioridades. Nadie puede mantener ese nivel de estrés».

Ya han pasado seis meses desde que empezó la pandemia del coronavirus. La gente se adapta, se hace fuerte, llora lo que ya no está, se pregunta qué nos deparará el futuro.

La pandemia ha alterado la vida de todos. Surgen nuevos conflictos. La muerte y la frustración pasan a ser parte de la vida diaria. Reina la incertidumbre. La gente se pregunta quién tiene el control y debate quién debería tenerlo.

Y en la antesala de unas elecciones extremadamente peleadas en Estados Unidos, muchos se plantean lo que significa ser estadounidense e incluso qué representa el país.

Un individuo cruza una calle desierta de Times Square, en Nueva York, el 23 de marzo del 2020, en plena pandemia del COVID-19. (AP Photo/Mark Lennihan, File)

«Pasaron seis meses, estamos en un sitio muy diferente», dice Alicia Hinds Ward, emprendedora de Washington. «No queremos estar en este sitio. Es horrible, oscuro. Sabemos que hay que cambiar».

Casi 200.000 estadounidenses que estaban con nosotros el 13 de marzo, cuando empezó el brote en Estados Unidos, ya no están. Ha surgido un tenso debate con un fuerte trasfondo político acerca de cómo enfrentar la pandemia. El país debe confrontar el racismo como consecuencia de la muerte de varios afroamericanos a manos de la policía en incidentes que tienen raíces profundas y sistémicas. Se ofrecen visiones del país muy contrastantes.

Períodos de incertidumbre a menudo generan gente insegura. Pero también se produce una extraña paradoja: En momentos de incertidumbre, la naturaleza humana quiere certezas.

Hay gente que está convencida de que Donald Trump tiene razón y ha manejado bien la pandemia, y de que una victoria de Joe Biden en las elecciones de noviembre representaría el fin de la versión actual de Estados Unidos. Otros están absolutamente convencidos de todo lo contrario.

Cartel en la ventana de un negocio de Portsmouth, New Hampshire, que dice «cerrado hasta nuevo aviso. Lávese las manos». Foto del 25 de marzo del 2020. (AP Photo/Charles Krupa, File)

Hay certeza de que el movimiento Black Lives Matter tiene a la historia y la justicia de su lado y de que es parte de un cambio muy necesario, así como hay certeza también de que las protestas son parte de un violento movimiento de izquierda que busca debilitar la policía, generar desmanes y acabar con el país.

En medio de tanta intransigencia, Frederick Gooding Jr. cree que hay una oportunidad de comprenderse. Gooding, profesor adjunto de estudios afroamericanos de la Universidad Cristiana de Texas, ve un lazo irrefutable entre el brote de coronavirus y un verano de protestas contra las injusticias raciales.

La llegada del COVID-19, afirma, creó una serie de temores: el temor a contagiarse si uno sale de la casa y una ansiedad generalizada en torno a la vida diaria, factores estos a los que la población de raza negra está acostumbrada.

«Creo que mucha gente pudo experimentar lo que la gente de color viene experimentando con mucha más frecuencia en la medida en que las relaciones normales son complicadas por niveles adicionales de ansiedad y estrés», dijo Gooding. Este período de incertidumbre «ofrece más puntos de contacto con los demás», agregó.

Para los afroamericanos, estas semanas en casa, viendo cómo el virus afectaba desproporcionadamente a su comunidad –y sobrellevando las muertes de George Floyd y Breonna Taylor y los disparos a Jacob Blake– fueron clave.

«En este año en particular, cuando hay un ambiente tan caldeado, hubo un estallido social», dice Hinds Ward. «La gente se movilizó y cundió la ira».

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Es difícil documentar cómo estos aspectos de la vida tan dispares pero conectados –cambios en las dinámicas raciales y culturales, en las escuelas, en el ambiente laboral, en las relaciones de la vida dotidiana– se combinaron para alterar la sociedad.

Una y otra vez, la gente ofrece distintas versiones del mismo lamento: La vida ya no es la misma. Por todos lados se percibe sufrimiento, alienación, soledad y malestar. El país vive el momento y hay muy poca estrategia a largo plazo. La vida virtual nos ayuda a pasar el día, pero nos ofrece solo un pedacito de lo que todos añoramos.

«Hay un componente social en todos nosotros que nos falta, y lamentamos esa pérdida», dice Cynthia M. Vejar, directora de programas de la unidad de consejos sobre salud mental del Lebanon Valley College de Pensilvania.

Foto La Hora / El presidente Donald Trump se prepara para las elecciones de 2020.

Al final de cuentas, igual que con la ciencia, la adaptabilidad puede bien ser lo que decide cómo evoluciona la república. Las respuestas empezarán a surgir en los próximos seis meses, incluso si se encuentra una vacuna y se la distribuye rápidamente.

Hasta entonces, Estados Unidos seguirá siendo una nación con cimientos binarios –blanco/negro, con nosotros o en contra nuestro– que se encuentra asediada por complejos tonos grises.

«Como sociedad, queremos todo empacado prolijamente», dice Vejar. «Pero hay muchas cosas en la vida que no se pueden empacar con prolijidad. Deberíamos tratar de aprender a vivir con incertidumbres».

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