En el mensaje que publicó en redes sociales ayer la exdiputada del movimiento Semilla, suspendido por Fredy Orellana, Ligia Hernández dijo, literalmente, “Esperé con entereza que las condiciones políticas fueran distintas, pero nada ha cambiado, y a la luz de los hechos, pareciera no cambiar pronto”, refiriéndose al proceso penal iniciado en su contra y en el que terminó aceptando los cargos como único camino para recuperar su libertad. Es dramático el planteamiento de la exfuncionaria que fue parte del proceso de fundación del partido Semilla, puesto que refleja el sentimiento de mucha gente que se volcó a las urnas en las pasadas elecciones y ahora observa, atónita, que pareciera que nada va a cambiar.
Ella habla de las condiciones políticas y nos imaginamos que se refiere particularmente al tema del manoseo que se hace de la justicia en Guatemala y que la llevó a prisión, causando serios problemas emocionales, de salud y familiares, generados por la prisión a la que fue sometida. Da a entender que la aceptación de cargos la tomó como la única salida para librarse de esa persecución, pero obviamente ella sabe que esa decisión tiene serias implicaciones de carácter legal, pero pese a ello, decidió asumirlas.
El tema de fondo es que en Guatemala ni siquiera un mandato popular sirvió para enderezar el rumbo del país, lo cual es una verdadera tragedia porque no solo causa el desengaño, sino que además termina dando la razón a ese inmenso sector de la población que por años prefirió acomodarse a las circunstancias. No se ha sabido manejar el poder, vemos que las cosas avanzan en el Congreso y no hay manera de entubar los esfuerzos para enfrentar vicios que afectan a todo un país. Si cuando decidieron dar un paso al frente el resultado resulta tan funesto y poco esperanzador, como lo señala la licenciada Hernández, muchos ya no volverán a mostrar ese aire con remolino y los resultados de las elecciones del 2027 pueden ser pavorosos.
Y eso obliga a pensar en el papel que ha jugado el actual gobierno, que parece atrapado y sin salida ante el acoso y la utilización de los instrumentos legales para arrinconar a todos los que creyeron que podrían cambiar las condiciones políticas del país. Sin una adecuada estrategia para implementar el mandato de los ciudadanos, pasan los días y las viejas estructuras no solo subsisten si no se van empoderando más aún gracias a la absoluta certeza de impunidad.
El presidente Arévalo tuvo la oportunidad de imitar la acción de su padre luego de 14 años de una dictadura en el país que había despedazado la institucionalidad. Él creó una nueva, más eficiente y orientada no a servir a un tirano, sino al ciudadano; la lucha no fue fácil, en absoluto, pero el doctor Juan José Arévalo supo conducir la nave al destino que deseaban quienes votaron por él. Ahora su hijo Bernardo tuvo la misma oportunidad, pero los resultados se muestran muy distintos y él debe pensar cómo quiere pasar a la historia del país.