La iniciativa de ley presentada por varios diputados antes de que el TSE enviara al Congreso el proyecto consensuado con diversos sectores de la sociedad, viene a confirmar que en nuestro país lo que tenemos no son verdaderos partidos políticos sino entidades que se organizan y funcionan al capricho de “líderes” o dueños a los que el país importa muy poco. Los partidos deben ser organizaciones de interés público que se crean para promover la participación ciudadana en la vida política, pero en nuestro medio la tal participación ciudadana se subsana con la falsificación de firmas en casi todos los procesos de inscripción porque es obvio que los guatemaltecos no les creen ni les tienen confianza a los dirigentes.
En efecto, ese proyecto de ley presentado por el Inés que se hizo famoso el 14 de enero, entre otros, demuestra la forma en que los partidos pretenden legislación que avale la forma turbia en que operan en nuestro medio, no sólo pretendiendo limitar funciones del Tribunal Supremo Electoral, para evitar fiscalización, sino también colocando manga ancha para todo lo que se relaciona con el financiamiento electoral. Siendo entidades de derecho público, porque se supone que se organizan para facilitar la participación ciudadana en la vida democrática, lo elemental sería un adecuado régimen de rendición de cuentas.
Pero como aquí cada partido tiene dueño, que hace con la entidad lo que le viene en gana tanto en el plano financiero como en cuanto a las decisiones políticas, los diputados proponen una legislación que pretende aumentar los privilegios que les han permitido a esos dueños acumular no solo poder sino también riqueza. Parte de las reformas que Guatemala necesita en su sistema de partidos políticos demanda acabar con los cacicazgos que impiden, cabalmente, la auténtica participación de los ciudadanos porque los afiliados nunca pasan de ser un simple requisito, pero jamás llegan a ser el alma y motor de una organización partidaria.
Por ello carecemos de partidos que representen realmente ideologías políticas que puedan atraer a los ciudadanos de las diferentes tendencias, ya que las agrupaciones van acomodando su discurso a las circunstancias que les ofrecen mayores ventajas en el momento. Y por ello tienen tan corta vida, puesto que cuando el dueño no logra alcanzar el poder, las entidades simplemente se van esfumando porque el alma de todo está en el sentido clientelar.
El debate de cualquier reforma de la Ley Electoral y de Partidos Políticos no debe ser únicamente en el Congreso, repleto de quienes representan esos vicios pero ni se ocupan ni preocupan por la población, no digamos por la democracia. Y de entrada cabe parafrasear al diputado Joel Martínez y decir “Vos Inés, andá con tu música a otra parte”.