Miguel Martínez se proclamó como “Jefe de Jefes” entonando el corrido de los Tigres del Norte que fue escrito por el compositor mexicano Teodoro Bello, quien dijo haberse inspirado pensando en cualquier persona que buscara la grandeza y se sintiera identificado con la letra. Mundialmente, se insiste en que es una dedicatoria para un capo de uno de los poderosos cárteles de la droga en México e insistentemente se asocia con otro Miguel, Miguel Ángel Félix Gallardo, conocido como el Zar de la Droga.
Viene a cuento lo anterior porque tras el incendio ocurrido en el vertedero de basura de la Autoridad para el Manejo sustentable de la Cuenca y del Lago de Amatitlán, AMSA, quien fuera director de AMSA, Edgar Zamora, afirmó que el descalabro existente fue resultado de su abrupta destitución al frente de la entidad. Y señaló concretamente que la misma fue orquestada por la ex presidenta del Congreso, Shirley Rivera y Miguel Martínez, pareja del entonces presidente Alejandro Giammattei y cuya mano parece haber estado metida en todos y cada uno de los asuntos de Estado.
Martínez, consultado sobre lo que afirmó Zamora, negó haber andado en esos temas, afirmando que en esa época él estaba dedicado de lleno a la campaña de Vamos y criticó a La Hora por mencionarlo frecuentemente. La verdad sea dicha, es imposible cualquier análisis de lo ocurrido en el gobierno anterior sin hacer mención de quién fue mucho más que el poder tras el trono, como se puede comprobar de una y mil maneras. Porque no es únicamente aquel famoso audio en el que airado instruía a Giammattei para que pusiera en cintura a la “vieja puta” y el “indio cerote”, hablando de la necesidad urgente que tenía de que el Ministerio Público se bajara las elecciones; en realidad lo de jefe de jefes se entiende porque no había ámbito en el que no se siguieran sus instrucciones.
Todos los gobernantes tienen personas cercanas que ejercen gran influencia, pero cuando esa persona es la pareja del Presidente, su poder se vuelve inmenso, cualquiera sea la razón para entender ese irrefutable fenómeno. Sandra Torres, con Álvaro Colom, Roxana Baldetti con Otto Pérez Molina y Miguel Martínez con Alejandro Giammattei, se convirtieron en algo mucho más que un poder tras el trono porque demostraron que, en la práctica, fueron el verdadero poder y nada ocurría sin su visto bueno.
Zamora dijo que él había sido destituido porque no quiso apoyar a Manuel Conde ni a la maquinaria de Vamos, extremo que tanto Martínez como Rivera desmienten y, por ello, corresponde a la opinión pública juzgar quién puede tener la razón.
Lo cierto del caso es que vivimos en un sistema podrido en el que el poder queda condicionado a factores que impiden al Estado el cumplimiento de sus fines y eso es lo que, mediante un gran acuerdo nacional, los guatemaltecos debemos cambiar.
Urge al nuevo Gobierno incrementar sus esfuerzos para ir quitando los tentáculos que al día de hoy todavía le reportan a Miguel Martínez en muchas dependencias e instituciones.