La tragedia causada por la corrupción en el Hospital General San Juan de Dios es el broche de oro para confirmar la desvergüenza de este gobierno y reafirmar que los sucios negocios se traducen, tarde o temprano, en efectos tan graves para la población como la misma muerte. Mientras el sinvergüenza gobernante hace pactos con los también sinvergüenzas dirigentes sindicales del magisterio, para dejar asegurado a Joviel Acevedo y amarrado a Bernardo Arévalo, en otra sucia negociación, el centro hospitalario se declara en emergencia porque al carecer de energía eléctrica no puede brindar atención a pacientes y algunas personas pueden morir por ello.
No bastó que por el trinquete de las vacunas rusas murieran tantos guatemaltecos por efectos del COVID, puesto que las sucias componendas dirigidas por los operadores de la pareja que gobierna llevaron a este mortal caos al centro hospitalario y ello ocurre mientras sus otros achichincles siguen haciendo micos y pericos para dar finalmente su Golpe de Estado.
Debemos recordar que ese centro de salud, tan importante en la red hospitalaria, fue presa de la corrupción durante este gobierno y que el Director que se encargó de ello fue premiado con el ascenso al Viceministerio de Salud, donde se desbocó de tal manera que terminó siendo vinculado a otros más sucios negocios. Y por ello es que pensamos que lo ocurrido en ese Hospital esta semana, al fin del gobierno de Giammattei, es un hecho que debe quedar para la historia porque es el reflejo de lo que fue toda su gestión como Presidente de la República, tras poner el Estado para que su pareja jugara de político.
Como con todas sus promesas, también mandó por un tubo el Juramento Hipocrático pues si algo no hizo jamás es dedicar su vida al servicio de la humanidad porque se dedicó a hundir al país en la corrupción; tampoco mostró ese máximo respeto por la vida humana, expresado en ese compromiso que hacen los médicos, como se vio con el negocio de las vacunas y ahora con el negocio del suministro de electricidad al San Juan de Dios.
El hombre es esclavo de sus propias palabras, se dice corrientemente, y aquel encendido discurso de campaña en el que dijo que no quería ser recordado como un hijo de tantas más en la historia del país, se convierte en una verdadera lápida para quien dentro de ocho días dejará la presidencia pero, además, dejará a su país atrapado en un modelo de corrupción institucional con los únicos fines de alentar el robo y la impunidad para él y todos sus aleros.