Editorial
De suerte que este año que está por terminar será recordado siempre como el período en el que hasta los más pícaros que supieron darse baños de pureza. Diseño: Alejandro Ramírez / La Hora.

2023 empezó con todos los actores de la corrupción sumamente confiados; habían aprobado un presupuesto hecho para ganarse a los alcaldes para que se enrolaran al partido oficial y mediante el derroche del dinero público confiaban en que podrían controlar la situación de cara a las elecciones que se celebrarían a medio año. Nada parecía amenazar un sistema que, por las apariencias, el guatemalteco había ya aceptado con resignación, sabiendo que poco se podía hacer para desmontar todo ese entramado que permitió el control total del Estado para fines perversos. Se puso a todas las instituciones públicas al servicio de quienes manejaban todos los hilos de los grandes negocios.

Fuera de las pocas voces que insistían en el daño que le hace al país tanta podredumbre y desperdicio de los fondos públicos, que van a parar a las maletas llenas de billetes que van acumulando los funcionarios y sus socios, parecía que el ciudadano terminaba aceptando como algo inevitable ese saqueo. Y si bien los rostros de los principales actores ya eran conocidos por todos, muchos se beneficiaban protegidos por una careta que les mantenía fuera del escrutinio público aunque, por supuesto, recibían beneficios simplemente por ser defensores de la corrupción.

La campaña fue una especie de compadre hablado en el que se daba por hecho que alguien de esos grupos, ya fuera de los meros operadores o de los que sabían sacar raja del modelo sin darse color, entraría a la segunda vuelta, garantizando con ello la subsistencia de un modelo perfeccionado para facilitar el robo y para garantizar absoluta impunidad a los ladrones. No había ninguna duda ni temor a que surgiera algo inesperado porque para ello se dispuso de abundantes recursos, además de que aquellos que podían crecer y no pactaron de manera concreta fueron marginados negándose su inscripción como candidatos.

Pero el 25 de junio todo se les vino abajo con la sorpresa de Bernardo Arévalo que no vieron venir. Y desde ese día empezaron a caer las caretas porque fueron muchos los que sintieron que sus negocios estaban en riesgo y en un desesperado esfuerzo se volcaron a apoyar a Sandra Torres. Lo demás es ya historia conocida por todos aunque fue el 30 de noviembre, en el Congreso, cuando cayeron las últimas caretas, las de todos esos que pasaron a engrosar la lista que sanciona a actores corruptos y/o antidemocráticos.

De suerte que este año que está por terminar será recordado siempre como el período en el que hasta los más pícaros que supieron darse baños de pureza, tuvieron que botar sus caretas en el desesperado esfuerzo por revertir la voluntad popular y de eso ya jamás podrán reponerse.

Redacción La Hora

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