Editorial
Foto de referencia. En la imagen, de izquierda a derecha, el exjefe del extinto Centro de Gobierno, Miguel Martínez; el presidente de la República de Guatemala, Alejandro Giammattei, quien finaliza su periodo el 14 enero de 2024. Foto: Archivo / La Hora / Gobierno de Guatemala.

Por varias razones, la campaña que está por terminar se puede considerar atípica, empezando por la inmensa cantidad de aspirantes de la primera vuelta y el derroche en una propaganda abrumadora y de muy pobres resultados, para seguir con una incierta segunda vuelta que se vio afectada por procesos penales iniciados para detener a uno de los contendientes. Entre el análisis de estas elecciones hay que tomar en cuenta la sorpresa que dio Bernardo Arévalo al entrar a esa segunda vuelta cuando nadie lo vislumbró ni las encuestas lo sugirieron, pero el cansancio de la gente, tras varias décadas de tener que escoger entre los mismos, produjo un abrupto cambio.

Sin tapujos de ninguna clase se inició el proceso penal paralelo al proceso electoral que mantuvo la incertidumbre sobre la realización de una segunda vuelta a la que llegamos en medio de una calma chicha que anticipa nuevas acciones durante el llamado período de transición, con la finalidad, por lo menos, de limitar al máximo la capacidad de acción de quien aparece en las encuestas como triunfador.

Uno de los factores más importantes de toda esta etapa ha sido la imperiosa necesidad de muchos de quitarse las caretas al brindar su apoyo a la fuerza política que no solo se identifica con el sistema sino a la que la ciudadanía ve como parte esencial de ese modelo perverso de corrupción. El tema de la corrupción dejó de ser “uno de tantos problemas” que aquejan al guatemalteco para convertirse “en el problema”, porque en estas semanas se ha expuesto de manera clara que la mayor división que hay en el país no es ideológica, sino entre quienes alientan y promueven la corrupción y quienes desean enfrentar el problema para tratar de ponerle fin a ese terrible flagelo.

La ventaja política de Arévalo es resultado que no lo ve la ciudadanía como parte de los grupos comprometidos con la captura de todas las instituciones para facilitar la corrupción y la impunidad. El tono de la campaña en su contra, acusándolo de querer destruir a la familia y la propiedad, no tuvo el impacto que sus promotores esperaban porque, contra lo que supusieron, muy pocos vieron como radical su propuesta y la gente se centró en el tema de la corrupción.

Y no es para menos porque desde hace años se viene padeciendo ese flagelo y cada gobierno ha resultado peor que el anterior, llegando con Giammattei a extremos de descaro que rebasaron la inclinación a la indiferencia que por tanto tiempo caracterizó a la ciudadanía. El desplante del poder abusivo fue la gota que rebalsó el vaso y que marca el rumbo de la elección del domingo.

 

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