Foto: Necasocial / La Hora.

Una de las consecuencias más serias de la proliferación de candidaturas para los distintos cargos de elección popular, incluyendo la Presidencia de la República, es la imposibilidad objetiva de que exista un debate político entre ellos de manera que el ciudadano pueda contrastar las diferentes propuestas y evaluar de esa manera la orientación de su voto. Es imposible pensar en un debate si para dar participación de tres minutos a cada aspirante se consumiría más de una hora, sin repreguntas ni refutaciones, no digamos la explicación seria de planes de trabajo.

Ningún medio de comunicación puede dar plena cobertura a todos los aspirantes no sólo por razones de espacio sino por cuestiones de personal para atender todos los eventos en los que participan los representantes de tanto partido político. Aquellos días en los que los aspirantes a un cargo podían realmente debatir entre sí y permitir al ciudadano sacar sus conclusiones son ya parte de la historia.

Las redes sociales han venido a sustituir lo que antaño fue la cobertura mediática y cada candidato tiene que desarrollar su propia estrategia para llegar al mayor número de personas y para hablar de las cosas que más interesa a su audiencia. Por supuesto que el populismo barato y la payasada se han convertido en la esencia de muchas de las propuestas porque se dirige, cabalmente, a ese auditorio amorfo de las redes en donde los usuarios están más a la espera de las mentadas de madre que de las propuestas.

Hablar de verdadera democracia en esas condiciones es realmente un eufemismo en muchos sentidos porque ese sistema político tiene como fundamento que el elector, con su voto, le otorga al elegido un mandato para que ejecute en el poder lo que propuso en la campaña. ¿Quién puede llevar el recuento de lo que dice, propone, piensa y pregona cada uno de los aspirantes a la Presidencia, al Congreso y a las corporaciones municipales de todo el país?

Los dimes y diretes son el principal atractivo de la campaña y cuando algún medio presenta a uno de los aspirantes tiene que ser complaciente y tratar los temas con pinzas porque, como ya hemos visto, la pregunta directa sobre asuntos que no le gustan al político da lugar no solo a que se levante y se vaya, sino a que termine emprendiéndola contra el medio y quien entrevista.

La destrucción de la democracia es real, palpable y sensible en medio de una campaña carente de contenido y de un serio debate entre quienes aspiran a los cargos.

Redacción La Hora

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