Por siglos la política fue una actividad que demandaba mucha seriedad en el enfoque de los temas que abordaban los candidatos porque el elector buscaba respuestas objetivas a los problemas que le aquejan y desconfiaban de la banalidad y de la venalidad. Pero siempre hubo populistas a quienes no importaba mentir con tal de obtener votos, aunque con el surgimiento de las redes sociales y otras vías informáticas la seriedad fue perdiendo peso y sustancia.
En el año 2015 los guatemaltecos eligieron a un payaso de profesión simplemente porque parecía estar fuera de ese desprestigiado gremio de políticos nacionales con una tendencia tan marcada y burda a la corrupción. “Ni corrupto ni ladrón” fue su lema de campaña y eso bastó para que fuera electo en las elecciones que se realizaron luego de las capturas de Otto Pérez y Roxana Baldetti.
Por supuesto que ese curioso experimento abrió los ojos a muchos payasos (parientes, amigos o simples imitadores del primero) y ahora la papeleta electoral, que está por imprimirse, estará llena de esa clase de nuevos políticos que buscan el voto con discursos dicharacheros pronunciados de forma ligera y sencilla para que lleguen a quienes, hartos de tanto ladrón en la tarima, busquen algo diferente.
No bastó la experiencia anterior para comprender que el hábito no hace al monje y que tras esa apariencia campechana puede esconderse algo peor de lo que hemos tenido.
Ya hace mucho tiempo, en el siglo pasado, surgió un sacerdote que no entendía ni jota de lo que era el servicio público, pero que hablaba de cualquier cosa en lenguaje cantinflesco y como si supiera, llegando a alcanzar una popularidad importante. No le bastó nunca para ganar una elección, pero se hizo famoso y los medios lo buscaban para incrementar sus audiencias.
Pero nunca, como ahora, se ha visto un panorama tan cargado de personajes que resultan de antología por lo vacío de sus mensajes y ese afán por echarse la mejor charada, el más llamativo chiste o puntada, seguros de que, como el payaso de la historia, eso les puede traer excelentes resultados.
Y, para colmo, no tienen tampoco rival alguno que esté mostrando mucho seso y deseo de hacer propuestas que ataquen la raíz de los problemas del país, porque todos, absolutamente todos, han entendido que los electores no rechazan la frivolidad ni la mentira; al contrario, las terminan apoyando con su voto.
Así es que la campaña será, sobre todo, una fuente para entretenerse entre dichos, charadas, pedradas y hasta balazos que se tiran los candidatos.
Triste realidad que no atinamos a cambiar.