Por Camilo Villatoro
Barrancópolis
Un romance posmoderno llevado a la pantalla con excelente calidad visual. Pero también una mixtura de clichés del cine independiente de nuestra época —se entiende que lo de “romance posmoderno” es ya una prueba de lo anterior—. La ausencia de una historia teleológica se cumple adrede en esta película, al igual que en las demás películas de este director (autor), pero para mi gusto la trama parece alargarse innecesariamente, como queriendo llenar un tiempo cinematográfico para entonces vacío de contenido. O sea, la película pierde intensidad en los últimos 20 minutos y la escena final (melosa y detestable) contradice la coherencia estética de la película: la irresolución cínica, la ausencia de un sentido teleológico, moral, y lo que haga falta. Hasta los finales que no son verdaderos finales merecen un final mejor… de todas formas toda película irremediablemente llega a su fin cuando se pone la música de salida y aparece el fondo negro con los créditos. Cuando digo que la película pierde intensidad es porque empieza el tedio y el público jamás se recupera; al menos yo.
En los aspectos técnicos, la mayor dificultad que padecen los realizadores guatemaltecos es la inconsistencia y falta de homogeneidad en la calidad de los actores. Obviamente también hay buenos actores en Guatemala, pero basta la impostura de uno para destruir una película por completo… El cine es así: poético, y decapítese a María Antonieta si fuera necesario. Esto lo resuelve Julio Hernández produciendo la película en México, y entonces sí, no hay pero que valga, al menos en ese aspecto. Actores excelentes, pues.
En conclusión: es la película mejor realizada de Julio Hernández y una de las mejores dirigidas por un guatemalteco, pero hay que criticarla con objetividad y no caer en el halago fácil, en pos de la superación espiritual de la especie.
“A veces pienso que Julio Hernández es el Horacio Quiroga del cine independiente.”