“La Hora” ha sostenido que la actitud ciudadana en las elecciones pasadas produjo un mandato en contra de la vieja forma de hacer política, pero que por la perversidad de nuestro sistema político y la dificultad de que la población entendiera, se manifestó por un lado claramente con la elección de un candidato presidencial que se pintó como la otra cara de esa desprestigiada política, pero consagró y empoderó a lo peor de la clase política al elegir un Congreso que en nada se diferencia de los anteriores.

Y ahora ese Congreso reafianza su poder con los sólidos respaldos que recibe de distintos sectores que se conforman con la reforma política, si así se le puede llamar, plasmada en las modificaciones a la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Creemos que esa ley no aborda los principales problemas que enturbian el ejercicio de la democracia porque no se exige mayor democracia interna a los partidos políticos ni se ejerce verdadero control sobre los financistas, lo que asegura que los caciques, los dueños de los partidos, puedan seguir vendiendo candidaturas y pagando favores a los financistas.

Pero acaso lo más grave de todo es que se avecina la discusión de una reforma constitucional para implementar mejoras urgentes al sector justicia, y tal y como vamos y con ese empoderamiento de los congresistas, tenemos que estar muy preocupados de lo que pueda ser tal reforma constitucional, puesto que así como nos dicen ahora que aunque se vetara la reforma política de todos modos entrará en vigor porque es la voluntad de la mayoría absoluta de los diputados, lo mismo nos dirán cuando metan su cuchara y cambien lo que se proponga como reforma constitucional.

El panorama es en realidad alarmante, puesto que la Ley Electoral y de Partidos Políticos, recién aprobada, no llega al fondo de los puntos críticos del modelo democrático y de la forma en que la voluntad popular es burlada mediante diversas formas que van desde la manera de postular candidatos a la elección de las autoridades, pasando desde luego por la compra de voluntades con el financiamiento, pero lo peor es la forma en que el Congreso está actuando y cómo la ciudadanía se traga la patraña, conformada con un parche poroso para tratar a un enfermo terminal.

La vigencia o no de la Ley Electoral no debe ser freno, sin embargo, para que una ciudadanía más empoderada exija ir más allá. Aunque cobre vigor la reforma, tenemos que prepararnos para un diálogo intenso para lograr el cambio que en realidad hace falta y eso es posible sólo si nos empoderamos, los ciudadanos, más que el Congreso.

Artículo anteriorEl país necesita una cirugía mayor, pero…
Artículo siguienteEl PIB de la eurozona creció un 0,5 por ciento en el primer trimestre