Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

La semana pasada el embajador Todd Robinson se mandó con la cuchara grande al declarar que para él, es decir para los Estados Unidos que él representa, el tema de la soberanía es irrelevante. Siempre ha sido así, pero el hecho de que lo reconozca tan abiertamente lo convierte más en un procónsul que en un embajador per se.

Hay que reconocer tres cosas irrefutables: uno, que la injerencia de Estados Unidos en Guatemala no es nueva, data desde el siglo pasado y con más fuerza desde tiempos de la frutera (United Fruit Company) en 1954; dos, que dada nuestra falta de agenda como guatemaltecos, la soberanía de este país le pertenece a los más pícaros y a los más inescrupulosos entre los que se mezclan ladrones de cuello blanco y delincuentes rasos, que son un puñado de miles que tienen de rodillas a millones.

Y tres, que los problemas de Guatemala son profundos, de fondo y de raíz incrustados en nuestro sistema y que la gente sí es indiferente, es indolente ante nuestra realidad, por lo cual somos un país que no atina a dar con las soluciones, porque equivocadamente estimamos que pasando el chaparrón sin mover mucho las aguas y haciendo lo mismo tendremos resultados diferentes.

Dicho lo anterior, también es importante reconocer que los problemas que plantea Robinson son reales y son puntos, que en su mayoría comparto, pero el gran problema del Embajador es que pretende que se resuelvan problemas de fondo con las soluciones de siempre.

Y eso tiene una explicación muy lógica pues los interlocutores de Robinson y que históricamente han sido fuente de información de la embajada, son los poderes fácticos tradicionales que no desean que nada cambie y que han tenido la habilidad para mantener las cosas en su estado actual porque, al final del día y créanlo o no, este modelo resulta muy rentable para algunos.

La embajada usa como fuente de información a personas que no tienen interés en los cambios, y dispone además de sus mandaderos que utiliza como herramienta de batalla para darle vida a esas cosas que a los poderes fácticos y a la embajada interesan.

En el fondo ellos saben que sus interlocutores aquí no son los ideales, pero se excusan en el “¿con quién más?”, aunque la verdad es que esa política es conteste con parte de la política exterior de Estados Unidos resumida por Roosevelt en el caso de Nicaragua cuando dijo: “Puede ser que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.

Y en Guatemala tienen a los suyos, en ellos se apoyan y ese es el gran problema, porque Robinson ahora habla de los problemas de fondo pero sus soluciones son de forma y, lastimosamente, es la misma manera con la que muchos guatemaltecos desean resolver los problemas tan grandes de este país, con parches inútiles que solo fortalecen los vicios.

En mi caso particular y reconociendo lo que tenemos hoy, no me molesta cualquier ayuda que Robinson o el Nuncio nos quieran dar, pero lo que creo inadecuado es que las soluciones que se plantean sean las que proponen precisamente quienes nos metieron en este atolladero cuando diseñaron todo para que Guatemala fuera un lugar donde las oportunidades se concentraran en unos pocos.

En mi próxima entrega hablaré de esas soluciones que yo estimo apropiadas.

Artículo anteriorNo es, jurídicamente, para tanta alharaca la cuestión de la injerencia de diplomáticos en asuntos internos del país acreditario
Artículo siguienteCAMPANO ILUSTRADO – Rapsodia descompaginada (Tres)