María José Cabrera Cifuentes
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Aplaudo la reacción que ante mi columna publicada el día primero de marzo de los corrientes haya tenido el distinguido caballero Roberto Lavalle. A pesar de discrepar muy acertadamente en algunos de los puntos por mí abordados en dicha pieza, quisiera en lugar de defenderlos rescatar la riqueza que este tipo de ejercicios aporta en el debate sobre temas de importancia no únicamente coyuntural sino que, en este caso específico, estratégica.
En esa ocasión me referí una vez más al aparentemente eterno diferendo territorial, insular y marítimo que sostiene nuestra nación con el hermano país de Belice. Creo que al igual que a muchos otros guatemaltecos, el sostenimiento del mismo durante prácticamente toda la historia de la Guatemala independiente nos ha hecho perder la esperanza de ver algún día la solución definitiva del mismo.
En el artículo, abordo la necesidad de buscar una alternativa a las que hasta ahora han sido planteadas y discutidas para lograr una solución definitiva. Hice mención del Pacto de Bogotá que permitiese a Nicaragua elevar de forma unilateral el diferendo que tenía con Colombia a la Corte Internacional de Justicia, no obstante, no surgió de mí afirmación alguna acerca de que este debiese ser el método utilizado para poner fin al caso que nos atañe, tal y como en su artículo lo menciona el señor Lavalle. A pesar de considerar que este podría ser en un primer momento útil para el cometido que se pretende se debe considerar, como es de conocimiento general, que Guatemala es únicamente signatario de este pacto que nunca llegó a ratificarse. En el caso de Belice, no es signatario por lo que la utilización del mismo no es una posibilidad en este caso en particular.
Además de lo anterior, se debe contemplar la poca efectividad que surtió el fallo de la CIJ en ese momento al no ser acatado por Colombia la cual, incluso, se retiró de este brevemente después de que se viese perjudicado por la resolución. Esto resulta ciertamente desesperanzador para Guatemala debido a la escasa vinculación que surge de los mecanismos de buena fe y de resolución pacífica de diferencias pues nos sitúa aún más lejos de encontrar una solución final.
No obstante, a pesar de que ya está claro que en la actualidad el Pacto de Bogotá no sería una solución viable, no se deben descartar algunas otras alternativas que con la suficiente exploración podrían surgir sin dejar de tomar en cuenta que es precisamente la Constitución Política de la República la que regula la forma en que se puede dar solución al diferendo, por lo que optar por un mecanismo alterno implicaría una reforma mucho más profunda y con mayores alcances cuyo abordaje es meritorio en otro espacio similar a este.
La cuestión de Belice se ha prolongado tanto que prácticamente representa ya un asunto que se arrastra con naturalidad. Podría casi asumirse que es y será un punto muerto en cada uno de los libros de historia con los que fuimos educados nosotros, y con los que se educarán las futuras generaciones, sin embargo, se debe ser consciente de que no lo es y de que, aunque el tema resulte a veces incomodo, se debe tender a ponerle fin lo antes posible. El no hacerlo seguirá generando lamentables incidentes en la zona de adyacencia y haciéndonos ver el rostro del enemigo en nuestro vecino más cercano.
Quiero terminar, no sin antes reiterar mi celebración por la generación del debate, en este caso por parte del señor Lavalle, que es a la larga la motivación fundamental de la existencia de este tipo de espacios, y que es un elemento indispensable para la construcción de las soluciones para los problemas que aquejan a nuestro país. La riqueza de ideas y el debate sano sobre temas importantes nos conducen a lo que uno de mis grandes maestros llamaba el “disenso ilustrado”, única vía factible para construir inclusivamente el futuro deseado de nuestro país.