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El poder es de dos tipos: uno se obtiene por el miedo al castigo, el otro por actos de amor.”

Mahatma Gandhi

Algo debe tener el poder para que nos cambie y, como el amor, nos haga lucir distintos. No importa su tamaño: basta sentir su alcance y su capacidad de incidir en los demás para experimentar su magia. El poder es tentación convertida en droga. Un shot adictivo.

Quizá por eso ha sido tema central de la literatura universal. Ícaro y Prometeo simbolizan el deseo humano de emancipación a través del dominio de la naturaleza. Conocer no es solo un fin en sí mismo: su propósito último es controlar, someter, dominar.

Como advirtió Nietzsche, en el corazón de lo humano habita la voluntad de poder, el instinto que exige someter y que impulsa la acción social. Esta moral de superhombres, que afirma la vida por encima de todo, condiciona las relaciones y establece un orden en el que solo triunfan los fuertes.

La narrativa produce vencedores y vencidos. Y nada mejor haría la educación, en este contexto, que procurar recursos para sobreponerse a la masa. Es pura selección natural: la evolución premia a quienes logran la cima. Por eso el poder se exhibe, porque simboliza el triunfo sobre quienes se juzgan inferiores. Y cada vez que es posible, se ejerce para hacer sentir su fuerza.

La humillación y el deseo de reconocimiento surgen entonces de manera natural y se viven casi como un éxtasis. A los poderosos los excita mandar, abusar, infligir dolor. La cordialidad no forma parte de su código social: el otro es un enemigo a vencer, un medio para confirmar el propio sentido de la vida.

El convencimiento de estar destinado a guiar, contaminado de egolatría, se convierte en sentimiento de superioridad. Es la idea de una misión no declarada: ser el guía de la manada. Su “pedigrí” o su raza –lo cree de verdad– es lo que lo ha puesto en la cima, casi como representante de un dios del que también se sirve.

Así han sido las monarquías, los faraones, y lo son también quienes ejercen micropoderes en la oficina, en casa o en cualquier espacio donde puedan mandar. Qué lejos ha quedado el discurso religioso que proponía un poder reinterpretado como servicio, caridad y benevolencia. Cuán oportuno es recordarlo y pensar en ello.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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