Vivimos tiempos de cambios profundos y crisis de confianza en los sistemas políticos. Desde Guatemala hasta Estados Unidos, la decepción con la clase política y las estructuras de poder es evidente. El desgaste de las democracias republicanas, el ascenso de figuras antisistema y la influencia de grandes financistas marcan un escenario que exige una transformación real.
El problema: es que las campañas políticas son exageradamente caras en todo el mundo, y Estados Unidos no es la excepción. En Guatemala, este aumento comenzó cuando Jorge Carpio, el verdadero creador de la Unión del Centro Nacional, lanzó la primera campaña mediática del país. Utilizó espacios en su periódico como parte de un canje publicitario y fue pionero en negociar con dueños de canales de televisión. Desde entonces, las campañas dejaron de ser esfuerzos entre amigos “de a pie” y se convirtieron en grandes campañas publicitarias mediáticas.
Esto sucede en todas partes del mundo: las campañas son caras y su costo depende del papel de los medios. Todavía existe la incógnita si era mejor cuando los medios de comunicación regalaban espacio a cambio de pedir favores políticos; ahora tienen que venderle al Tribunal Supremo Electoral la misma cantidad de anuncios para todos los partidos políticos. Por ahí un pajarito me contó que esto se hizo para que los partidos políticos tradicionales tuvieran ventaja sobre los partidos nuevos especialmente la UNE.
¿Qué pasó con Elon Musk, el hombre más rico del mundo? Sin comparar con magnates árabes cuyos billones desconocemos, Musk es quien más destaca públicamente. Controla viajes espaciales, el programa espacial estadounidense y tiene satélites globales. Es dueño de autos eléctricos, redes sociales y más. Durante la campaña presidencial, fue el principal financista de Donald Trump.
Como buen financista, esperaba algo a cambio. Pero cometió un error: involucrarse directamente en el gobierno, cuando lo ideal es permanecer tras bambalinas y luego cobrar favores discretamente. Quienes conocemos política investigamos a los financistas, pero la mayoría no se entera. Musk asumió un rol en la administración Trump, prometió reducir el gasto público y fue responsable de cerrar dependencias. Su misión era hacer el Estado más pequeño, pero fracasó: los ahorros fueron menores y tardíos.
En el ROBERTO ALEJOS -PODCAST de esta semana, Aquiles Faillace, que a menudo me acompaña en los análisis de coyuntura especialmente cuando son análisis internacionales, nos explicó por qué Trump necesitaba ahorrar en el Estado. Estados Unidos, además de ser la potencia más grande, es el país más endeudado. Trump sabía que seguiría endeudándose y necesitaba ahorros para emitir más bonos y cubrir la deuda pública.
NO SE VALE, le habría dicho Donald Trump a Musk que tú no hayas cumplido con tu parte que prometiste, y ahora me estás exigiendo que yo cumpla con la mía. Así fue como Trump decidió no inyectar más fondos al programa espacial de Estados Unidos. Y más aún: se fue alejando de la idea de convertir el uso de vehículos eléctricos en una obligación nacional, algo que habría beneficiado directamente al financista.
Por el contrario, Trump quería que las fábricas tradicionales de autos de combustible regresaran a Estados Unidos desde China y otros países donde operan como maquilas. Su apuesta era clara: reactivar la industria automotriz local y crear empleo con mano de obra estadounidense.
Además de no cumplirle a su financista en la expansión de los autos eléctricos y otras decisiones clave que habrían incrementado su fortuna, Trump tampoco recibió los ahorros esperados de Musk como funcionario público. Para empeorar la situación, se impulsó una política fiscal que podría traducirse en mayores impuestos, lo que afecta directamente a grandes empresarios como Musk.
Y aunque no se diga abiertamente, también lo afecta la confrontación económica de Trump contra China. Porque si hay un lugar donde Musk tiene intereses —tecnológicos, industriales y financieros— es precisamente en esa China, hoy el mayor rival económico de Estados Unidos.
YA ES HORA de entender que el sistema falló. El sistema republicano, democrático— no funciona ni en Guatemala ni en Estados Unidos. El voto por Bernardo Arévalo fue antisistema, al igual que el voto por Trump.
La población está harta de la clase política y de un sistema que no resuelve problemas, cansada de promesas incumplidas y de que el sistema solo beneficia a gobernantes y aliados.
Cambiar el sistema es urgente, y así ha sido históricamente. ¿Por dónde empezar? En Guatemala es más fácil, porque el sistema nunca se desarrolló plenamente. Insisto en que debemos regresar a la Constitución de 1985, sin los cambios de 1993, corrigiendo los errores cometidos por los constituyentes que pecamos de ingenuos.