Por Ricardo Berganza
El encapuchado sancarlista es un personaje histórico en el imaginario popular. Por lo regular hombre, su figura se asocia al anonimato, a la transgresión, a las luchas populares y, por supuesto, a la Huelga de Dolores. El encapuchado reproduce también los modelos patriarcales y excluyentes de nuestra sociedad, de manera que la violencia en sus diferentes formas es parte del personaje, satanizado desde las derechas y reivindicado con frecuencia desde las izquierdas.
En el afán de caracterizar al encapuchado como personaje, no perdamos de vista que el asesinato de figuras como Oliverio Castañeda (1978) y la represión estatal contra la dirigencia universitaria impusieron la capucha como un medio para proteger la vida, y de alguna manera la capucha se interpuso en la dinámica del liderazgo universitario. Desaparecieron los rostros y los nombres. Emergió entonces el personaje descrito.
En virtud de lo anterior, en un bautizo contemporáneo la capucha tiene significados, y la persona que se disfraza puede asumir uno o varios rasgos del personaje descrito. La escena la complementan entonces quienes se someten al ritual de forma voluntaria. A ese respecto, la psicología ha documentado el poder de los disfraces y de los roles [1]. Y en los rituales de iniciación no son raros los excesos. Todo en nombre de la tradición.
Es justo preguntar entonces: ¿qué utilidad puede tener un ritual tan denigrante en una universidad?
Desde mi punto de vista, el bautizo es un acto de dominación que intenta implantar en cada estudiante una nueva relación de subordinación, que más tarde puede adquirir matices sutiles como la veneración por los títulos y los grados académicos. Asimismo, en el ritual se reproducen, paradójicamente, prácticas observadas en instituciones militares, maras, clubes deportivos o grupos que demandan demostraciones de lealtad. En esa dinámica abundan las representaciones fálicas y las poses de macho alfa en celo.
Lo anterior no debería sorprendernos. Los rituales de ingreso son relativamente comunes. Y la severidad y la complejidad de las pruebas guardan correlación con los sentimientos de pertenencia y lealtad al grupo [2].
De forma paralela, estos rituales son con frecuencia medios de exclusión para las mujeres y otros grupos objeto de discriminación por razones de clase, etnia, preferencia sexual, adscripción política, creencias religiosas y un largo etcétera.
En el caso de la Usac hay al menos tres factores de riesgo a considerar. Primero. Los bautizos los organizan y ejecutan personas muy jóvenes, cuya percepción del riesgo las hace proclives a transgredir límites vigentes para personas maduras. Segundo. La caracterización del encapuchado, el anonimato y el ritual pueden desembocar en conductas violentas. Y tercero. En los bautizos siempre ha estado presente el alcohol, que contribuye a que se cometan excesos por sus efectos desinhibitorios.
Mi reacción a lo anterior es que el análisis debe trascender los rituales de ingreso. El fenómeno del bautizo en la Usac no es otra cosa que una caricaturización de nuestra sociedad enferma de violencia y exclusión. Acaso por esa razón medidas administrativas como el reglamento que prohíbe los bautizos, el alcohol y los disparos al aire no han tenido la efectividad deseada.
La Universidad de San Carlos es la mayor institución de educación superior en Guatemala. Es una comunidad de más de 200 mil personas donde la gran mayoría se dedica a vivir la experiencia de enseñanza-aprendizaje.
La Usac brinda al país servicios directos importantísimos, además de la extensión y la investigación. Asimismo, la Usac alberga tradiciones y valores de los cuales podemos sentirnos orgullosos y orgullosas, desde la Huelga de Dolores, tan vilipendiada pero vigente, hasta el activismo social, el pensamiento crítico y las libertades de cátedra y disenso.
En suma, debemos apoyar los esfuerzos para proscribir los bautizos y otras formas de violencia en la Usac.
Pero aún más importante es el esfuerzo permanente por construir una universidad incluyente y comprometida con la solución de los grandes problemas nacionales.
[1] Véase el efecto Lucifer, famoso por el experimento llevado a cabo en la cárcel de Stanford. Más en: Zimbardo, P. G. (2007). The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil.
[2] Véase Robbins, S. (1993). Comportamiento organizacional. De hecho, las dinámicas orientadas a la cohesión del grupo pueden ser beneficiosas en un modelo referido a la eficiencia y a la satisfacción en la tarea.
El artículo anterior fue publicado hace un año en plazapublica.com.gt, sin embargo la redacción de este suplemento considera que la realidad en la Usac con relación a los “bautizos”, la violencia y los encapuchados no ha cambiado prácticamente nada y por ende el análisis de Berganza continúa estando vigente.