¡Pero, qué ilusos! Meros soñadores, fantasiosos, pero sobre todo pretenciosos. ¡Vaya atrevimiento, llamar la “universidad”! No son más que dos austeros salones recién construidos en el patio lateral de una vivienda frente al Campo de Marte. Y mayor es la osadía cuando le ponen, a esa supuesta universidad, el nombre del primer educador de la historia de Guatemala: Francisco Marroquín. Pero, a pesar de las críticas y la oposición de la comundiad académica superior, la Universidad emergía. Superó las resistencias de un arduo camino inicial para obtener la autorización en regla. Es que la lucha de los contrarios es constante (Hegel). Sus puertas se abrieron finalmente, en 1972, para compartir la fragancia de libertad y poco a poco se fue reclamando su espacio en un medio dominado por dos tradicionales casas de estudio superiores, cuyas autoridades aseguraban que la oferta académica “estaba satisfecha”, en otras palabras “que no hacía falta otras universidades”.

Así empezó a dar sus titubeantes pasos, sus gateos, la nueva Universidad, procurando oxígeno en medio de la bruma de un ambiente enrarecido por los vientos arremolinados que exaltaban y confundían y otros huracanes que arrasaban. Apenas 42 alumnos en total divididos en 3 secciones, calificadas de “facultades”. El campus era pequeño, muy pequeño, salvo el parqueo interior donde cabían 15 vehículos. Ah, y había una cancha de voleybol. Al principio la cafetería compartía espacio con la biblioteca. Tales fueron los inicios titubeantes para una idea muy grande. La obra todavía era pequeña pero el impulso era incontenible. Pero ¿quién le anticipó a Cristóbal Colón que con 3 cascarones de madera iba a cambiar el rumbo de la Historia? Y ¿quién le anticipó a Pizarro que con 13 desnutridos soldados iba a conquistar todo el imperio Inca?  Y ¿acaso es culpable Aristóteles de haber inculcado en el brioso Alejandro la imagen del “Eukemene”? De ese espacio universal, que embelesó al joven guerrero macedonio y lo impulsó a conquistar muchos reinos hasta llegar a la India. Nadie le pronosticó al pequeño corso, extranjero, sin capital ni conexiones, que iba a reinar en Francia y conquistar media Europa. Mahatma Gandhi tuvo una idea fija, la libertad de su país, que llevó a la práctica sin armas y sin violencia, y derrotó al mismísimo Imperio Británico. “I have a dream” dijo Martin Luther King y modificó la legislación estadounidense. Y así son los seres humanos excepcionales que tienen un sueño y ponen todos sus medios para hacerlos realidad. Con ese vigor creció “La Marroquín”; la mínima semilla de secoya que ha ido creciendo hasta convertirse en robusto árbol que desde sus altas copas disemina sus propias semillas a toda la montaña.

Apenas 10 años después, a principios de los 80 se repetían las audacias: una hondonada iba a tener el ostentoso calificativo de “campus universitario”. ¿Era ello posible? ¡Pero si solo es un barranco abandonado! Pero otros no vieron lo que los ojos del mismo personaje, de baja estatura pero de ideas gigantescas, pudo visualizar. Empezaron las obras con una primera sección, el edificio académico. Y con el paso de pocos años se fueron agregando otras unidades. Al fin ¡estaba allí! Es un apacible y funcional campus con sus hermosos edificios y grandes bosques que sin alardes, son verdaderos pulmones del ahora centro de la ciudad.  Como dijo un profesor visitante (lamento no recordar su nombre) que no era una Universidad que tenía jardín, sino que un jardín que tenía una Universidad. Y detrás de ese titánico esfuerzo estaba una persona con clara visión, arrojo y carisma. Un hombre que encarnaba una contradicción: una mirada fija y una personalidad firme, pero también una sonrisa permanente, una disposición al comentario inteligente, bromista y afable y, claro está, siempre ataviado con su imperdible corbata “de pajarito”. Manuel Ayau, más conocido como “Muso”, un pensador que fue congruente en todas sus líneas y las expuso abiertamente con franqueza invitando, sin discriminación, al debate. Un líder que supo contagiar a otros para que colaboraran en materializar esos proyectos. Anhelos que rebalsaban la mera idea de construir una casa de estudios; ese era el medio, el fin era encontrar una fortaleza inexpugnable donde las ideas preclaras encontraran un ambiente propicio para crecer y difundirse. Un faro para iluminar a los buscadores de la verdad. No era cuestión de ideologías, sino de principios; defender los postulados universales que deben prevalecer para ordenar el complejo tejido social. Se proclama el valor de la libertad, claro está, sin embargo también se resalta el concepto de responsabilidad. Es que van de la mano, como un cuerpo y su sombra, ante la luz del sol. Los dos platillos de la balanza. Como dijo Bernard Shaw: “La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayoría de las personas la temen tanto”. Por ello las sociedades han venido declinando su libertad; ¡que sean otros los que asuman las responsabilidades! esos otros “los iluminados”, los políticos, los sábelo-todos gobernantes. En palabras de Cicerón: “nunca se puede defender la libertad de las masas, sino siempre, únicamente la propia”. Si los que viven en las sombras tienen sus grandes cavernas, era del caso que los portadores de antorcha tuvieran su torre fuerte.

Vivir en libertad es como tener una buena digestión. Nadie se percata. El problema se siente cuando las agruras, indisposiciones estomacales, malnutrición, etc. De igual forma, la libertad se aprecia en su plena extensión cuando se van coartando esas libertades. Y son muchos los enemigos de la libertad; como dijo el citado Hegel, la lucha de los contrarios es la constante de la Historia, es el despliegue del “Espíritu Absoluto” cuyo fin más excelso es la realización de la Idea de la “Libertad”. Para empezar, los gobiernos tiránicos, funcionarios corruptos, leyes asfixiantes, profetas del desastre, encantadores de masas. Pero estos no llegan de la noche a la mañana. Van poquito a poquito. Poquito a poquito. Por eso se impone la vigilancia permanente, la promoción de los valores, la investigación de conceptos, el estudio de los fenómenos sociales, el escrutinio de las ideas emergentes, etc.

Es tal el objetivo permanente de la UFM. Guatemala nunca va a estar consciente, nunca va a cuantificar el valor que aportó Manuel Ayau. Nos dejó hace quince años. Entregó su tarea, con nota más que sobresaliente –Summa Cum Lauda–; deja una universidad que, a la par de las otras buenas universidades del país, enriquece las opciones para todos los estudiantes desde la perspectiva de la ética de la libertad. Lo malo es que dejó muy alta la estafeta en excelencia y compromiso. Le toca a las siguientes generaciones tomar esa estafeta.

¡Feliz centenario Muso! Y… Muchas gracias

Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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