En nuestro artículo anterior señalamos la equivocación de la BBC al decir, en un despacho noticioso, que la larga conversación telefónica del presidente de Estados Unidos con su homólogo ruso podría estar anunciando un “nuevo orden” así como la “ruptura” del equilibrio mundial en la medida que las dos superpotencias nucleares podrían estar, además,  “repartiéndose el mundo”. Esto último nos trajo a la memoria lo ocurrido en Yalta en febrero de 1945 en la célebre reunión de Churchill, Roosevelt y Stalin cuando se aproximaba el fin de la Segunda Guerra Mundial y a la cual no fueron invitados ni los chinos –  pues estos últimos todavía estaban en guerra contra Japón – ni los franceses,  pues aunque la Francia  ocupada por los nazis ya había sido liberada por las tropas aliadas, De Gaulle, líder de la resistencia, no fue invitado, humillación que después incidió en su decisión –  ya convertido en  presidente de Francia en los años 60 –  de ordenar a la  OTAN retirar su cuartel general en París (se trasladaron a Bruselas)  así como  de que Francia  construyera su propia force de frappe nuclear.  Reiteramos que el orden mundial establecido en la paz de Westfalia – el orden basado en  estados-nación soberanosno va a modificarse y además recordamos que los contactos entre las superpotencias nucleares al igual que la reanudación de los contactos diplomáticos no pueden considerarse nunca como “ruptura” del equilibrio sino –  todo lo contrario –  se trata del restablecimiento de un  equilibrio roto como resultado del golpe promovido por Estados Unidos en el 2014 en Ucrania (el “Maidan”)  así como  de las políticas de expansión de OTAN, algo que explica –  no justifica  – el estallido de la guerra en febrero del 2022. La  reapertura de las embajadas en Moscú y en Washington es una acertada decisión de ambos jefes de Estado y es absurdo – por decir lo menos – que hayan quienes lo adversan de uno y otro lado del Atlántico. También es vergonzoso que siendo la paz uno de los mayores logros de la integración europea ahora sus gobernantes se hayan transformado en halcones, aunque estos sean mujeres pues tanto Úrsula von der Layen como  Kaja Kallas son  de las peores belicistas.

No obstante, que el orden de Westfalia no sea cuestionado  –  el auge de las extremas derechas tanto en Europa como en Estados Unidos implica el retorno al nacionalismo –  no significa que el conservadurismo les impida formular un pensamiento nuevo y – esto es lo más grave –   con una clara tendencia a convertirse en hegemónico – como le llamaría Gramsci –    tanto en los países de la UE como en Estados Unidos. No se trata de ningún cambio paradigmático como el ocurrido durante el siglo XVI cuando Copérnico y Galileo nos hicieron pasar de la concepción geocéntrica a la heliocéntrica, por la sencilla razón que los paradigmas se mueven en el ámbito epistemológico-científico mientras que el pensamiento de la extrema derecha es ideología en estado puro. Empero,  es indudable que el  MAGA de Trump,  el AfD de Alice Weidel, el Vox de Santiago Abascal, el Rassemblement National de Marine Le Pen o  el Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni tienen elementos en común: racismo antimigratorio,  proteccionismo comercial, “soberanismo” nacionalista, se oponen a la globalización (a la que llaman “globalismo”), detestan el integracionismo regional aunque se aprovechen de él para sus propios fines como sucede con la UE, rechazan la “ideología de género”, las orientaciones sexuales diferentes (Trump acaba de firmar una orden ejecutiva estableciendo que en EE. UU. “solo hay dos géneros”), se oponen a la salud reproductiva de las mujeres y al aborto, a las vacunas y un largo  etcétera.

Sin embargo, el MAGA de Trump se diferencia de la extrema derecha europea (o latinoamericana como la de un Milei o un Bolsonaro) por haberse apoderado del “viejo gran partido” (Grand Old Party), como solían llamar al Partido Republicano. Convencer al tradicional electorado conservador republicano que para detener la decadencia del Imperio era necesario recurrir al proteccionismo–  contraviniendo el dogma neoliberal del “libre mercado” –  o que para recuperar la influencia mundial (que no la hegemonía política que nunca han tenido) de Estados Unidos era indispensable retornar a la realpolitik  (el realismo de Mearsheimer)  reorientando su política exterior hacia el campo geoeconómico ha sido todo un tour de force, entre otras razones porque la atrabiliaria visión geopolítica de Mackinder (apoderarse del “corazón del mundo” en Eurasia) que había venido guiando la política exterior bipartidista desde los años 90,   cuando  los “imperativos geoestratégicos” del tablero mundial (como les llamó Brzezinski) se consideraban indispensables para mantener la “supremacía mundial”  de Estados Unidos era algo absolutamente anacrónico para los tiempos que se están viviendo.

Por cierto, no es nuestra intención decir que Trump está  en lo correcto relanzando el  proteccionismo y buscando restablecer la influencia mundial de Estados Unidos oponiéndose al auge económico de China (su único competidor en los territorios de la nube, como dice Varoufakis),  ya que todo parece indicar que los chinos le están ganando la partida no solo porque su capitalismo de Estado tiene control sobre la esfera financiera (dado que en China no existe ese dualismo contradictorio entre  Silicon Valley/ Wall Street)  sino también porque en materia de inteligencia artificial Deepseeek es una alternativa al ChatGPT que, seguramente por haberse producido sin mayores costes los chinos la han puesto a disposición de todos en forma gratuita.   No obstante, tampoco estamos en condiciones de saber cuáles serán los resultados de los cambios que promueve ese gran señor tecno-feudal (“jefe de gobierno” de facto)  que es Elon Musk. Es probable que en el enfrentamiento contra la gran burocracia norteamericana ésta prevalezca.  No se puede hacer prospectiva de mediano o largo plazo,  pero vemos poco factible que un empresario neófito en la esfera política se salga con la suya. Ya veremos.

En todo caso, proponerse terminar con la guerra contra Rusia en Ucrania entendiéndose directamente con Putin sin invitar a los europeos o a  Zelensky a la mesa de negociaciones es algo que está puesto sobre la mesa: ¿Nuevo reparto del mundo? ¿Yalta 2.0?  Sólo si los dos grandes invitan – si es que se logra cerrar el desafortunado capítulo ucraniano – a participar a China, porque en el terreno geopolítico el mundo es tripolar, no bipolar. En el terreno geoeconómico (gracias a los BRICS) el multipolarismo se afianza, pero en el campo de la geopolítica mundial  son las tres grandes potencias nucleares quienes llevan la batuta  y esto a pesar de que India se encuentra a las puertas, no así una Europa que se ha vuelto irrelevante – como lo demuestra la abstención de Gran Bretaña y de Francia en la reciente resolución del Consejo de Seguridad –  algo que explica tanto la cólera de los europeos como la marcha atrás de Zelensky respecto a lo que ya se había acordado en Kiev con Kellog, el enviado especial de Trump.

El viernes de la semana pasada en la Casa Blanca Trump no debió convocar a una conferencia de prensa sin antes tener la firma de Zelensky en los acuerdos  porque claramente las tropas franco-británicas que el ucraniano pedía como “garantías de seguridad” es algo que solamente podrá hacerse cuando un alto al fuego y algún entendimiento en torno a los territorios anexionados pueda lograrse entre Moscú y Washington. No antes. El hecho que Starmer haya  invitado inmediatamente  a Zelensky a una  visita a Londres con todo y saludo a Carlos III así como que los gobiernos y medios de comunicación europeos lo presenten como una víctima es, hasta cierto punto, un éxito de tal estrategia. Cualquiera diría que Zelensky tiene los días contados después de lo sucedido, pero aún es muy pronto para hacer pronósticos. En todo caso, es paradójico ver a un Trump  abogando por la paz mientras que los  gobernantes de la UE se decantan por continuar una guerra que – salvo intervención directa de tropas de la OTAN – los rusos tienen ya ganada. Y dado que Putin no es precisamente un paladín de la izquierda progresista en su propio país nos preguntamos si la empatía entre estos dos personajes autoritarios no podría originarse en ciertas “compatibilidades ideológicas”.  Y, por cierto,  a los europeos convendría recordarles algo que dicen que habría dicho Henry Kissinger en alguna ocasión: “ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser su amigo puede resultar letal”.

Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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