María Eugenia Mijangos Martínez
No cabe duda que este año que acaba de finalizar fue inesperado, por todos los acontecimientos que concurrieron, y que conmocionaron nuestro país, al extremo de que ahora somos considerados ejemplo para el mundo; acontecimientos que sin embargo sabemos venían gestándose desde hace mucho tiempo.
No se puede negar que con honrosas excepciones, el ejercicio de la política ha pasado a ser un mecanismo de enriquecimiento acelerado, olvidándose el sentido y significado trascendente que la política debería tener, como es la búsqueda del bien común y de la justicia.
Aunque desde hace algún tiempo los guatemaltecos y guatemaltecas teníamos conciencia de que las principales instituciones de nuestro país, estaban seriamente deterioradas y pervertidas en sus acciones y fines, faltaba llegar a ese extremo de abuso y prepotencia que vino a encarnar el gobierno del Partido Patriota, para que las personas perdieran el miedo y salieran a las calles, unidas en forma inédita, olvidando las tradicionales diferencias, prejuicios e ideologías que nos han separado tradicionalmente.
Así fue como se terminó la paciencia ciudadana, y se desató la ola de protestas y movilizaciones. También debe mencionarse el trabajo diligente y bien enfocado del Comisionado Iván Velásquez, y de la Licenciada Thelma Aldana, que terminó de concretar la serie de factores necesarios, para lograr las pacíficas e inéditas movilizaciones ciudadanas.
Aunque el balance general de esas jornadas fue positivo, no podemos dejar de mencionar sus innegables tintes misóginos, al enfocarse las críticas principalmente contra la vicepresidenta, y restando importancia al papel del presidente, lo que devela algunas las estructuras fundamentales del sistema patriarcal en Guatemala.
Cada uno de los principales protagonistas de los acontecimientos vividos, sabe su verdad, y aunque es innegable que todas las acciones tienen múltiples componentes, causas y detonantes, entre los cuales no pueden dejar de sopesarse los factores geopolíticos, la ciudadanía dio un salto cualitativo, que esperamos no sea reversible.
Recalco esto, porque no podemos tampoco dejar pasar que en este momento, los grupos e individuos, satisfechos y cómodos con el estado de cosas imperante antes de abril del 2015; está recomponiendo sus filas, preparándose para desarrollar esfuerzos por lograr mantener el anciano régimen.
Y es aquí donde la ciudadanía y los principales grupos democráticos, no deben dejar la lucha, porque es continua, desmontar un estado de cosas y un sistema con tantos años de corrupción naturalizada y de privilegios, que incluso era tolerada y buscados para cambiar de estatus, no es cosa fácil.
Este 2016 debe ser un año de consolidación de algunos de los principales cambios que pueden ayudar a empezar a modelar una nueva forma de ejercicio del poder, y sobre todo de participación ciudadana.
Una nueva forma que privilegie entre sus componentes la unidad en la diversidad, el bien común, el desarrollo humano y un Estado de derecho real, no solamente de rituales y formalismos externos.
El año que iniciamos también será de prueba, para todos, para los ciudadanos y ciudadanas, para los funcionarios de gobierno y de las principales instituciones, es el momento de no retroceder y tratar con todo nuestro esfuerzo de apuntalar los incipientes brotes democráticos, que desde 1985 están pendientes de concretarse.