Cuando al viejo Noé se le advirtió que se venía un diluvio universal que arrasaría con toda la vida humana y animal, todavía le dieron algunos días para que consiguiera madera y construyera una gran barcaza, capaz de albergar un par de cada especie animal existente en la Tierra, macho y hembra, para que después se aparearan y se reprodujeran cuando las aguas regresaran a su lecho y empezara de nuevo la vida de las especies de tierra firme. Esta fue la primera acción de protección de los animales y de los seres humanos; pero, al mismo tiempo, también se inició la deforestación, porque tuvieron que talar muchos árboles para construir la barcaza, algunos utensilios de carpintería y recolectar brea para calafatear las junturas de la madera. A las tres o cuatro semanas la gran barcaza fue terminada. Entonces el cielo se cubrió de nubes negras, desapareció la diferencia entre el día y la noche y empezaron a caer grandes goterones. Después vinieron los relámpagos que llenaban de luz todo el manto del cielo, como esos juegos pirotécnicos que fabrican los chinos y luego los ruidosos truenos que se perdían en el horizonte como una gran roca que se iba dando vueltas hasta la lejanía. En esa obscuridad, solo la imaginación era capaz de existir porque no se veía nada. En principio, nadie, ni su mujer ni sus hijos ni sus nueras entendían el afán del Noé por construir la barcaza; pero, le ayudaron en lo que cada uno pudo, porque eran obedientes a las órdenes de Noé que las había recibido de Dios. La gente que los miraba se burlaba de ellos y decían que era una partida de locos. Antes de que la lluvia fuera intermitente, arrearon a cuanto animal había en valles y montañas, cuidando que fueran hembra y macho. Solo con los machos, hijos de caballo con mula, tuvieron problemas porque no había hembra; pero, de todos modos lo embarcaron y ahí que viera el macho como le hacía para su vida marital. Poco a poco los fueron acomodando en las galeras de la barcaza, con separaciones de bambú para que cada macho estuviera en su lugar y con su hembra a la mano. Cuando la barcaza se estremeció y rechinó la madera, Noé cerró la compuerta y a todo lo que quedó fuera, lo envolvió un tsunami que solo dejó a salvo a los animales que viven en lo más profundo del mar. En los primeros días de la vida en la barcaza, no hubo problemas; pero, al día veinte, y a pesar de que en el encierro los animales se apareaban a cada rato, llegó el momento que hasta eso los aburría y mostraban su descontento de diversa manera. Solo las hormigas, los zompopos y los ronrones tuvieron contrariedades, pues vivían encuevados y nadie se ocupaba ellos. De los demás ¿qué se puede decir? Los saraguates, los monos aulladores, los gorilas y los chimpancés, empezaron a gritar, los leones y los felinos de toda clase, se la pasaban rugiendo y bostezando; las jirafas somataban el pescuezo en el bambú; los elefantes daban gritos raros; los pavos reales cantaban fuera la hora que fuera, pues en su imaginación siempre estaba amaneciendo.  En fin, era un ruido incómodo, como ese que se da en una concurrida cafetería donde la gente habla al mismo tiempo y uno no sabe que le está diciendo el o la acompañante y no queda otra forma de contestar que con mandíbula. Un día, el perro y el caballo, que son los animales más inteligentes, cariñosos y fieles que existen, se pusieron de acuerdo para poner orden pues el diluvio iba a finalizar; y entonces, le propusieron a Noé que convocara a una asamblea para resolver el caos. ¿Para qué? preguntó la Hiena, la más revoltosa y ladrona de las especies; y el perro le contestó: “Para redactar un código de normas de conducta que todos debemos cumplir. Las reglas serán: Prohibido tener relaciones amorosas en los pasillos; prohibido robarse la ración de comida de cada uno; no roncar cuando reina silencio; defecar en el lugar indicado y lavar cada día el excusado una vez por mes por cada especie; y no tener relaciones con hembras  de especie distinta. El macho pidió la palabra y dijo que él no tenía problema porque no había “machas”. Cuando las reglas  se sometieron a votación, todos levantaron la mano o la pata en señal de aprobación. Agotada la agenda, se permitió discutir asuntos varios y alguien preguntó: ¿Y quién velará por el cumplimiento de las reglas? Vamos a crear una autoridad que las hará cumplir, contestó el perro. “Ummmm” murmuró la tortuga y en soliloquio se dijo: “Entonces ya nos jodimos” y se metió en su caparazón. Al final, cuando las aguas bajaron y desaparecieron, una paloma volvió a las manos de Noé con una rama de ciprés en el pico, señal de que toda el agua se había encuevado. Entonces, Noé abrió la compuerta y los animales fueron saliendo pareja por pareja y se regaron por rumbos distintos. Antes de salir, Noé les hizo una advertencia: “No crean en eso de que donde hay sociedad hay derecho, pues donde hay sociedad hay promiscuidad, corrupción y tantos otros vicios que destruyen el derecho”. Todos atendieron la advertencia de Noé, menos los seres humanos; y aunque Noé lo intuyó, se hizo el baboso, pues sus mismos hijos se metieron con las cuñadas y hasta él tuvo la tentación; pero, se lo impidió los ciento diez años de edad que ya tenía y que ya no estaba en edad de merecer.

René Arturo Villegas Lara

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