Los problemas de la vida, los problemas humanos, se suceden sobre la misma estructura espacio-temporal desde hace millones de años, pero sobretodo miles. Esos dos eventos se encuentran y chocan entre sí, provocándose a veces beneficio, a veces daño; daño que en la actualidad va llegando a una crisis en que lo importante no es quién ganará, sino qué sucederá a uno y al otro: a la vida y al hombre. En tal dilema, no se trata de encontrar responsable ni culpable, sino de comprender y concretar y para comprender, hay que entender los lenguajes y ponerlos en contacto.
Para principiar, la vida es un programa de seres de distinta especie y naturaleza. Por consiguiente, encaminados a distintos fines, que de acuerdo a nuestro pensar humano, no deberían de chocar sino complementarse. Ese lenguaje de cómo funciona y actúa la vida y hacia dónde va, no lo hemos podido descifrar y comprender aún en su totalidad los humanos y por consiguiente no hemos podido fijar exactamente el papel que dentro del mismo nos corresponde, tampoco y cual niños berrinchudos, desde miles de años, lo que hacemos y terminamos haciendo es destruyendo.
La vida no destruye: se autorreplica, transforma, evoluciona y coordina. Nosotros destruimos; acabamos en miles de años, lo que a la naturaleza le llevó millones y a la vista tenemos el resultado: miles de especies animales y vegetales extinguidas, cuando lo que vemos en la naturaleza es que las especies animales y vegetales no es luchar y destruir en el sentido antropomórfico lo que les mueve, sino llegar a tener un lenguaje común que les lleva a actuar en forma colaborativa y eso no lleva a la muerte como un sinónimo de “te jodí” sino de finalmente nos entendemos.
Huésped y parásito en el primer momento, no son más que dos seres tratando de comunicarse para una relación mutua de beneficio y en esa prueba hay y va beneficio mutuo a la par de muerte implícita en uno y otro bando, no como venganza o ganancia de lucha, sino de entendimiento y beneficio mutuo.
Ante nuestra ignorancia, producto de ambiciones y otras causas, seguiremos matando todo bicho, hasta que no sepamos para qué sirven y nos pueden ayudar y cómo podemos sobrevivir juntos. En otras palabras: nos falta conocer y entender, para apoyar el sentido y la intencionalidad de la vida y de la muerte, que nos permite alejarnos de ser ignorantes exterminadores.
Veamos entonces y analicemos por otro lado, nuestro papel dentro de esa estructura espacio-temporal del mundo que constantemente estamos manipulando. Por supuesto y desde hace miles de años, somos capaces no solo de crear y modificar la vida, sino dentro de ella, de actuar con mayor rapidez dejándola colgada, sin entender necesariamente qué hacen esos seres vitales dentro de nuestro espacio y tiempo (desde hace siglos asumimos que es nuestro). Quizá la mayor comprensión jamás lograda por el hombre con la naturaleza “tú me das y yo te doy” fue la domesticación de plantas y de ello los cereales, frutas y verduras y la crianza de animales. Pero eso lo hemos hecho viendo ventajas para nosotros únicamente y sin conocer exactamente el resultado que hay y habrá de “sacarles raja a lo que se nos presenta ante los ojos y satisface nuestro mundo deseante” sin importar lo demás.
En el caso del mundo viviente, hay algo todavía más oculto de no fácil comprensión, ya no de relación con otros tipos de vida que tenemos sino entre nosotros. A la vida, incluso a la propia, le vemos etapas fijas en todas las especies: nacer, crecer, desarrollarse, autosobrevivir, reproducirse y morir. Pero a ello le hemos añadido algo muy propio: acaparar y si vemos eso con mayor detenimiento, lo hacemos con un sentido tremendamente novedoso y competitivo entre nosotros, a costilla de los demás seres vivos y ese deseo –no sé qué es exactamente- nos ha llevado a cavar y durante siglos, una profunda zanja entre nosotros y los otros seres vivos, única en nuestro caso y de la cual hacemos depender nuestra actual existencia: las finanzas y el capital y en medio de ello se da un proceso que nos afecta a todos: el proceso salud-enfermedad.
En la historia de la humanidad, dos rasgos de su vida llamaron hasta hace dos siglos poderosamente la atención a los hombres estudiosos: la extraordinaria dureza de la existencia que debió sostener contra la naturaleza inclemente y la extinción de grandes cantidades de humanos que ocurría periódicamente como las causas de ello. En ambas el problema era la existencia, en ambas las razones de la extinción y es desde hace miles de años de seis cifras, que el hombre lucha por mantenerse el mayor tiempo con vida y es desde hace unos cincuenta mil años, que en buena parte, esa extinción obedece más a causas humanas y antropofágicas y solo menos de cinco mil que ese pensamiento deja una duda ¿con qué fin? si lo humano de esta acción lo que producía era pobreza y despoblación.
Esa lucha con la vida: primero con la naturaleza y luego entre hermanos, para crecer, reproducirse y desarrollarse, ha sido para muchos, suficiente causa para que como influencia dominante, el cerebro fuera cambiando en el desarrollo no solo del hombre sino de toda la vida sobre la Tierra. Y de esa cuenta, somos poseedores de diferencias mentales según nuestro papel y acción ante fuerzas naturales y sociales enmarcadas dentro de rivalidades, como en ayuda y apoyo mutuo, en la cual el concepto de economía se inclina hacia el lado de la cooperación y el apoyo, para el mantenimiento de la existencia individual y social con dos fines: su conservación y su desarrollo futuro de potenciales. El primero viene actuando desde hace miles de años dentro de un entorno biológico y el segundo por cambios de comportamiento que permiten la socialización.
Es pues esa ley de la ayuda y el apoyo vista y nacida desde los orígenes de la vida, la que lleva al desarrollo del instinto social o de la sociabilidad, que el hombre ha venido perfeccionando a lo largo de su historia, hasta terminar enseñándonos que tener conciencia, es trasformar una vivencia en base de valores como amor, simpatía, sacrificio, perseverancia, fundamentales para el desarrollo de nuestros sentimientos morales ¿Qué de eso podemos rastrear en nuestro cerebro?