Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

post author

Lorenzo Fer


La autoproclamación de Jesús como rey de los judíos tiene muchas implicaciones. En primer lugar, dicha proclamación la hace frente al representante del “rey del mundo”, ante Poncio Pilatos, quien era el gobernador romano de la Judea y por lo mismo la encarnación del mismísimo César, en ese entonces el divino Tiberio.

Era un desafío directo, expreso. ¡¿Un rey?! Es claro que “el chisme” no tardaría en llegar a los oídos de Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande) a quien no le habría gustado que hubiera otro rey dentro de los dominios de su tretarquía; tampoco a su esposa Herodías ni a su hijastra Salomé (las mismas que promovieron la muerte de Juan el Bautista) ¿Acaso Augusto César no lo había instalado como tetrarca de Galilea y Perea? ¿Qué se creía ese predicador nazareno pobretón?

Podemos visualizar a la persona que Pilatos tenía enfrente: andrajoso, desvelado, vapuleado, con costras de sangre y ojos casi cerrados por los golpes, esa misma persona se declaraba “rey”. Difícil de asimilar.  Esta escena de la autoproclamación que se narra parece propia de Semana Santa, pues los tiene reflejos de los sucesos de la Pasión. Inevitablemente la vida de Cristo está toda entrelazada.

Para esto nací. Pilatos pareció ofenderse cuando Jesús le pregunta si la afirmación de ser rey viene de su cuenta y riposta: “¿acaso soy judío”? Una pregunta que condensa los criterios despectivos con los que los romanos veían a los judíos. Pero Jesús no contestó, más bien agregó la fase central del episodio: “mi reino no es de este mundo”.

Todos los humanos deberíamos tratar de encontrar la “razón de vivir”. Claro, en ese contexto nos sumergiríamos en las profundidades de la filosofía y otras ciencias de la realidad humana. No es el caso. Pero en una simple aproximación de alguna forma percibimos el motivo místico de nuestra existencia. Nuestra razón de ser, nuestro propósito de vivir. Jesús claramente indica que “Yo para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.” Cabe que cada uno nos preguntemos ¿para qué hemos venido al mundo?

La verdad. El texto de Juan, que transcribe la liturgia termina en el versículo 37 con la pregunta de Pilatos “¿qué es la verdad?”. Pero el impetuoso pretor cometió un gran error cuyas consecuencias hemos sufrido todas las generaciones. Pilatos no esperó la respuesta. Dice el texto que, habiendo hecho la pregunta “salió otra vez a ver a los judíos (que estaban en los patios).” ¿Por qué no esperó la respuesta de Jesús? ¿Qué es la verdad? Cuán enriquecedora y esclarecedora hubiera sido esa respuesta.

Cuánta luz se hubiera arrojado sobre nuestra experiencia humana. Hubiéramos sabido más acerca de lo que es “la verdad”. Pero Pilatos no dejó que contestara y nos dejó en herencia la duda, la interrogante, la búsqueda incansable, y a veces infructuosa, de lo que es la verdad.

Los jueces. En la primera parte del encuentro, Pilatos hace la pregunta que arriba se indica: ¿Qué has hecho? En otras palabras ¿qué delito has cometido? Y, tras la conversación, llega a la conclusión de que “yo no encuentro que éste sea culpable de nada”. A pesar de esa convicción, Pilatos condena de hecho a Jesús. Como juez pudo perfectamente declarar la inocencia del acusado y dejarlo libre. Pero no lo hizo. Jueces inicuos que siempre los ha habido. Como que la “maldición de Pilatos” se ha ido transmitiendo de generación en generación. “¿Hasta cuándo juzgaréis falsamente?” (Sal. 82). En todo caso “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Rom. 12-19).

Cristo Rey. Del dicho de Jesús se infieren dos certezas: a) que existe “otro mundo”; b) que Él es el rey de ese otro mundo. Un mundo eterno, perfecto, armonioso para aquellos que creyeron en las palabras del pobre de Nazaret. Con este mensaje de esperanza y de triunfo nos preparamos para el Adviento que empieza la próxima semana. Y ¿qué hacemos cuando va a venir un rey? En primer lugar, debemos inclinar la cabeza y doblegar las rodillas, mostrar nuestra humildad frente a la majestuosidad del Rey de reyes. Rendirle tributo, pleitesía, reconocer nuestra insignificancia.

En segundo lugar, debemos brincar de júbilo, desbordar de regocijo, porque ese Rey es nuestro Rey, nuestro hermano mayor, nuestro salvador; un Rey que nos ama. ¡Viva Cristo Rey!

 

Artículo anteriorLa “disrupción”: ¿generadora de progreso o de caos?
Artículo siguienteDónde está el casto dionisíaco