En algunas columnas anteriores, en el espacio que generosamente me brinda La Hora, he ido publicando algunos pasajes del libro que entonces estaba en proceso de gestación, en el vientre materno. Ahora ha visto la luz. Agradezco a la Universidad Francisco Marroquín, especialmente a la facultad de Derecho, por haber organizado la presentación del libro “La Casa de Belén”. Muy bien montado el evento, como es costumbre en ese centro de estudios que siempre procura la excelencia.
El libro se aproxima al género histórico, ciertamente, pero también hay marcada relación con el derecho, ya que en el mismo se desarrollan muchas de las instituciones jurídicas que tienen repercusión hasta el día de hoy, entre ellas: los títulos de conquista, el vasallaje, los tributos al rey, las encomiendas, las reducciones y los repartimientos, las composiciones de tierras, la pugna entre la Audiencia (representante del rey) y el Ayuntamiento (representación del poder local) pugna que es reflejo del enfrentamiento entre los criollos (españoles ya asentados en el reino de Goathemala) y los españoles que llegaban, advenedizos, ya sea por encargo real (funcionarios de la Corona) o bien puros inmigrantes. Las fricciones entre los españoles contra los indígenas. El surgimiento del mestizaje. Entre varios temas que se van deslizando a través de la trama.
Pero la obra no es de Historia. No. Es una novela histórica en la que, sobre un fondo real, he tomado licencia para intercalar personajes imaginarios que bien encajan en el devenir de los acontecimientos. Para una congruencia narrativa utilizo como hilo conductor la figura de Pedro González, hijo de Amador González y Ana García (después conocido como Pedro de Betancur y por último Pedro de San José). Como autor, trato de seguir los pasos de Pedro y relacionarlo con personas que sí existieron, entre los que destacan: fray Payo Enríquez de Rivera, padre Manuel Lobo, fray Fernando Espino, Juan Antonio Estrada, Pedro de la Rosa, Juan de Araujo, Antonio Fuentes y Guzmán (autor de Recordación Florida), don Martín Carlos de Mencos (entonces presidente de Audiencia), doña María Esquivel, fray Rodrigo de la Cruz, entre otros.
Cabe reconocer la valiosísima información que he obtenido de grandes autores como el citado Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, Thomas Gage, Tomás Tovilla, Antonio de Remesal, Manuel Lobo SJ, y notas del propio Pedro de Betancur. Especial mención hago de la monumental obra: La patria del criollo, de Severo Martínez.
Se han escrito muchos libros de Pedro. Hagiografías. ¡Qué bueno! Pero se enfocan más en las virtudes del protagonista; sus milagros y obras pías. Me resultan algo empalagosas. Yo no pongo adjetivos; que los coloque el lector. En la mayoría de esos textos se narran varios prodigios atribuidos al Hermano Pedro: que convirtió una lagartija en oro, que sacó a los ratones de la ciudad (al estilo Flautista de Hamelín), que sanó a un burro y a un zopilote, que una jarra de atol se hizo trizas al caer al suelo pero de inmediato Pedro la recompuso; que rescató unos panes que una esclava negra había quemado en el horno. Hasta se comentó que resucitó a una casada infiel y también que habló con un difunto en la iglesia La Merced. Bien por ello. Ni afirmo ni niego esos hechos, sencillamente no los menciono en el libro. Al contrario, narro las advertencias del obispo Payo Enríquez respecto de esas hablillas que se daban a pesar de la humildad de Pedro.
Los verdaderos milagros de Pedro se dieron en la curación de tanto doliente de la Casa de Belén; también en la inspiración de tantos jóvenes que renunciaron a la vida material para servir a Dios por medio de los Betlemitas.
La Orden creció y mucho. El médico de cabecera de Simón Bolívar era betlemita; el segundo jefe de la conspiración de Alzaga, en Argentina, también lo era. Hubo hospitales en Perú, en México, Argentina, y en varios otros países. En ese contexto de la Orden, pocas ex alumnas el Instituto Belén ignoran que el nombre del centro de estudios se debe a Pedro; tras el terremoto de 1773, en el nuevo asiento de la ciudad de Guatemala, se asignó a la Orden una manzana, en la 12 calle y 10ª avenida. Es clara la importancia que ya tenía. Igualmente, muy pocos descubren a Pedro en la Conspiración de Belén, anticipo de nuestra independencia y que valió la clausura de la organización (que se reabrió hace pocas décadas). En pocas palabras, la presencia de Pedro, y sus obras, han ido perfilando la nacionalidad guatemalteca.
Espero que quienes lean el libro tengan al final: a) la visión de Pedro de Betancur desde otro ángulo, enfoquen más al hombre, al joven que tuvo dudas y arrebatos, más que al beato; b) una visión más amplia de esta nuestra Guatemala, un ladrillo más en el conocimiento de nuestra patria desde las perspectivas de las relaciones de dominio y sus instituciones; c) un reconocimiento a esos jóvenes, hoy casi anónimos, que en ese momento renunciaron al mundo y siguieron a Cristo a través del mensaje de Pedro; hombres y mujeres, que se repiten en todos los tiempos; en el día de hoy, que aspiran a miras más elevadas que el simple materialismo que nos ahoga.
Esa triple visión la quiero llevar a nuestros jóvenes. Ese es mi mayor interés. Lo económico es muy periférico, colateral, lo suficiente para mantener el proyecto. Alguien dijo que, en América Latina “quien quiere escribir para comer, ni come, ni escribe.” Por ello, el principal objetivo es contribuir con un pequeño aporte para revelar nuestra identidad y sumergirnos en nuestro interior. En ese contexto estoy totalmente dispuesto a ceder gratuitamente cualquier derecho en tirajes. Para cualquier comentario o duda, favor comunicarse con el número 5057-4733. Muchas gracias.