Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Llegué hasta la esquina y me detuve justo donde empieza el paso de cebra, ese tramo peatonal que es muy fácil identificar debido a las anchas rayas blancas con que suele demarcarse el espacio por donde se supone que un transeúnte puede cruzar las calles de una manera segura.

Inmediatamente, sin proponérmelo, reparé en esa suerte de ojo mecánico que parecía observarme y observarlo todo desde la segunda planta del edificio que está justo en la esquina, una cámara redonda que puede ser movida remotamente en todas direcciones para observarlo todo desde distintos ángulos, y seguramente grabarlo todo en el disco duro de alguna computadora o servidor digital.

Sobre el semáforo que en ese momento parecía lanzarme una perenne mirada roja, justo en el centro del cruce de las calles, otra cámara parecía también observarlo todo, impávida, inmutable, como fiel testigo y guardián de lo correcto o incorrecto que sucede en las calles y avenidas de las ciudades de hoy. Y recordé a Bentham, el filósofo inglés que con su singular idea del Panóptico, planteó ―quizá sin imaginarlo― lo que se convertiría en el punto de partida para una larga discusión que pareciera cobrar cada vez mayor trascendencia.

Según la idea de Bentham, la mejor manera de mantener una prisión es mediante una torre central cuyas ventanas estén cubiertas de celosía, a manera de que las personas privadas de libertad ni siquiera sepan cuán vigilados están en verdad.

Con el correr del tiempo autores como Orwell y Foucault ―entre otros―, también han escrito acerca del tema, y han puesto sobre la mesa lo que según sus particulares pensamientos habría o habrá de venir en el futuro con base en el avance del mundo y su propio desarrollo.

Las llamadas redes sociales de Internet son hoy quizá uno de los mejores ejemplos al respecto. Irónicamente, podríamos estar sacrificando ―sea sabiéndolo, sea sin saberlo― parte de nuestra libertad a cambio de lo que quizá se nos vende como seguridad, una seguridad para todos a través de la cual renunciamos a porciones de nuestra vida privada.

En la actualidad es común ver cámaras grabándolo todo por todos lados: cámaras de tránsito en los semáforos, puentes o cruces de calles; cámaras en las entradas de los edificios de apartamentos o de instituciones del Estado; cámaras en las autobuses o trenes del transporte público; cámaras en las puertas de los supermercados, farmacias y tiendas de barrio; cámaras en la entrada y sobre los cubículos de las agencias bancarias; y lo único que se nos dice es —quizá con algún cartelito en un lugar que muchas veces ni siquiera es visible—: “sonría, por su seguridad usted está siendo videograbado”.

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