Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Toda convicción es una cárcel»
Nietzsche

Una de las prácticas más frecuentes entre los amigos, especialmente con los antiguos, consiste en la repetición de las historias compartidas. Hecho que, al ser consciente, suele ser introducida con la frase: «Ustedes me dicen si ya se las conté porque no quiero cansarlos con lo mismo». Y es la cortesía la que a veces priva para no frustrar el ánimo de quienes apreciamos.

La reiteración es un rasgo humano. La obsesión de temas de los que raramente solemos escapar. También en materia de pensamiento, esos en los que nos obsesionamos y mostramos intensidad en cada ocasión concebida, como si los contenidos fueran nuevos. Discos rayados por situaciones que con certeza han significado en cada uno.

Quizá sea también expresión de nuestra finitud. La característica definitoria por la que tiene límite nuestro cerebro para ampliar los recuerdos. Razón por la que escogemos, bien los que nos dan fruición, bien los que nos desgarran. El resultado es el mismo, dar vueltas progresivas y constantes, cíclicas, en lo aparentemente importante.

En algunos casos se debe al intento por significar las experiencias. Es una búsqueda de respuesta a hechos inconexos. En esa batalla, el espíritu se disciplina para el orden, imagina lógicas o se las inventa en un afán de sentido para evitar el naufragio. Mientras lo consigue, el ratón queda aprisionado en una rueda giratoria que corre sin descanso.

En ese contexto nuestras jornadas van en automático. El protocolo se impone y rara vez salimos de la rutina. Es como un pacto que nos ahorra esfuerzo. En el amor no somos distintos: flirteos, flores, miradas… siempre lo mismo. Incluso los encuentros y la intimidad están secuestradas por las trampas cíclicas.

En los sentimientos puede que cada relación sea un «volver al amor primero». Reiterarnos como intento de afirmación. Reforzar la creencia de que nos merecemos al prototipo imaginario confeccionado en complicidad con lo social. Ese hábito nos condena a frustraciones recurrentes a causa de la falta de conciencia.

Los columnistas no somos diferentes. El lector se entera de nuestros tormentos con pocos textos. Y como nuestra dermis es a veces hipersensible, lamer las heridas es un acto de consuelo. Pensamos desde el intento creativo, queremos como Nietzsche «filosofar con el martillo», sin embargo somos como gatitos imitando al león.

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