Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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En septiembre, se genera debate en el continente americano sobre el significado de las independencias del siglo XIX para los pueblos de la América Morena, y hay sectores que plantean, con insistencia, que “no hay nada qué celebrar”, al rememorar el proceso de independencia, por un lado, y las condiciones actuales de las grandes mayorías, por otro. Desde un análisis histórico, excepto por las independencias de Haití y el inicio de la mexicana, todos los procesos fueron producidos y determinados por los Criollos, que quedaron como clase dominante de los países que se formaron al ser expulsados los europeos. No obstante, los procesos sí contaron con participación y apoyo de los pueblos, más en América del Sur, en donde se dieron “guerras de independencia”. Nadie puede negar el papel jugado por grandes líderes, como Simón Bolívar, José de San Martín y Bernardo O´Higgins; pero las independencias no se hubiesen producido sin las tropas, integradas por sectores populares, que eliminaron la dominación de los imperios europeos.

Aún en Centroamérica, en donde no hubo “guerra de independencia”, la población participó de diversas maneras, incluidas conjuras, si bien el acto de independencia fue realizado y firmado sólo por Criollos y sin ninguna mujer. Pero no se puede ignorar, históricamente, las “rebeliones de indios” para enfrentar el yugo colonial, especialmente la liderada por Atanasio Tzul, como precursor de la independencia. Tampoco se puede ignorar que Dolores Bedoya de Molina con personas del pueblo exigían el 15 de septiembre de 1821, fuera del Palacio, que se declarara la independencia, lo cual fue recogido en el Acta correspondiente, al escribirse que era conveniente declarar la emancipación antes de que el pueblo la declarara por su cuenta. Las mayorías centroamericanas, si bien ausentes en los eventos de independencia, la anhelaban y la hicieron propia. No ocurrió lo mismo con los pueblos indígenas, para quienes las condiciones semifeudales de vida no cambiaron, como tampoco ocurrió en Estados Unidos con la población esclava afrodescendiente. Por ello, Guatemala necesita una segunda independencia, que responda a las necesidades de su población originaria que sufrió la invasión y la colonización hace quinientos años.

Se reúne esta necesidad ética e histórica, con las condiciones de las sociedades latinoamericanas, que exigen hoy la independencia real frente al imperio estadounidense, política y económica, porque desde siempre ha tratado de dominar al resto de América, como lo plantearon hace muchos años Fidel Castro, Salvador Allende y otros líderes americanos. La segunda independencia debe devolver poder protagónico a los pueblos autóctonos, satisfacción de sus necesidades a las grandes mayorías de nuestros países y eliminación del yugo político-económico impuesto por Estados Unidos. Y debe hacerse pronto, porque para los indígenas se han cumplido ya quinientos años de imposición ajena. Y los pueblos, que no han dejado de luchar, no están dispuestos a posponer por más tiempo el ejercicio real de su soberanía sobre sus recursos y sus poblaciones. Para hacerlo, la unidad de Abya Yala será indispensable.

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