Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Queda pues claro que no hubo expulsión (como afirma don J. Joaquín Pardo en su artículo del 15 de septiembre de 1934 en El viejo El Imparcial) y también de que nada se le pudo probar al poeta Bergaño y Villegas sobre que fuese un subversivo, un transgresor. Porque si se le hubiese probado tal acusación y se le  hubiera condenado en juicio, entonces su calidad de prócer de la Independencia de la América Central sería indiscutible y “gloriosa” (dependiendo –en otro sentido- de la perspectiva histórica que se emplee).

Al contrario, como veremos  en mi resumen lo que se demuestra con las declaraciones de don Simón B. y V. (en el proceso que no duró ni setenta y dos horas) es su calidad de delator (honra para su tierra España, su Capitán General y su condición de español) pues él –por su propia boca- niega los cargos y presenta pruebas escritas de su inocencia. Como las cartas y el borrador de la misma que, días antes de ser apresado, dirigió al Capitán General González Mollinedo y Saravia, para prevenirlo del golpe de Estado que los criollos le pensaban dar y de la separación que existía (a aquellas alturas históricas) entre criollos y peninsulares.

Esta última es la misma razón que la Real Audiencia da para ordenar su captura: el andar propalando especies que informan sobre la separación entre españolistas y guatemaltecos. Delito que está de más decirlo, no lo era, puesto que ya por 1808 era conocido y general el descontento que entre los criollos y sus descendientes había; y enorme el resentimiento de las Colonias hacia la Madre Patria por el horrendo despotismo (a  veces disfrazado de ilustrado) que ejercía la Corona española sobre los territorios conquistados siglos atrás.

El delito pues (que en el juicio de Bergaño aparece como tal) es ese: andar diciendo (que no escribiendo) pues para octubre de 1808 ya no redactaba y publicaba nada en La Gaceta de Guatemala ni La Gaceta de Guatemala habría impreso algo de tal índole: que entre criollos y españoles se hacía cada vez más ancho: un hiato, un divorcio inevitable.

Se le remite o envía a España para que allá se le juzgue ¡precisamente por ser español! El tribunal guatemalteco se inhibe de hacerlo y se aprovecha de la coyuntura para eliminarlo: para salir de él que, por su carácter atrabiliario y su incisivo talento que tenía tanto al Capitán General –como a muchos otros hombres de pro- hartos de su desafiante presencia.

Nunca fue sentenciado ni en Guatemala ni en España ni en Cuba. Tampoco se consumió en ningún hospital habanero como dice –sentimentalmente- don J. Joaquín Pardo en su libro “Miscelánea Histórica”.

Partes sustanciales del proceso sin sentencia.

Declara el acusado:

“Que desde el momento que empezaron a saberse en esta capital los atentados del 2 de mayo de 1808, cometidos por el duque de Berg, tuvo en casa del regidor Peynado (José María) algunas disensiones con su hermano (del regidor) don Manuel Peynado y el doctor don Diego Batres, en virtud de los elogios que hacían de la tropa francesa, al mismo tiempo que injuriaban a la española. Que de estos debates fueron testigos don Antonio Abril, don Antonio  Peyván y don Rafael Trulle. Que reflexionando después cuan peligrosas podrían ser estas contiendas en un tiempo en que ya empezaba a descubrirse el partido americano, se ausentó el deponente (Simón Bergaño y Villegas) de la casa de Peynado como consta a los mismos testigos.

Continúa declarando el acusado:

“Que poco después, además de ser general la voz de la división (entre españoles y guatemaltecos) tuvo altercaciones desde la ventana de su casa con el licenciado don Antonio Robles (cuando decía) que no respira más que Independencia. De esta disputa puede dar razón el tejedor Mogollón que pudo haber oído al mismo Robles (cuando decía) que ya era tiempo de que los criollos saliesen de la servidumbre de los europeos».

 

Continuará.

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