Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

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El pan, como elemento material que simboliza las necesidades humanas, es la imagen central de las lecturas de este domingo. Pan, como alimento, pero también pan como elemento esencial para dar sentido a cada vida. Por eso cabe la comparación entre el pan material y el pan espiritual. Dios nos provee del pan para comer, pero ¿qué hay del otro pan? ¿Por qué ansiamos el otro pan? El dilema que cada uno debe responder es si seguimos a Jesús por el pan material (para que nos vaya bien en la vida) o si lo hacemos por nutrirnos de ese otro pan, bajado del cielo.

Primera Lectura. Los hebreos fueron liberados de la esclavitud de Egipto. Fueron necesarias las 10 plagas y el milagro de la apertura de las aguas. Estaban libres y en camino de la Tierra Prometida. Pero se mantenían inconformes. Cierto es que las condiciones del trayecto –desierto de Sinaí– eran inhóspitas. Por lo mismo, a grito abierto decían que hubieran preferido morir en Egipto donde comían carne y pan, a pesar de los latigazos y la dura servidumbre a que estaban sometidos. Por eso se rebelaron contra Moisés y Aarón. Para apaciguarlos, Dios comunicó a Moisés que les haría llegar carne y pan hasta que se “se hartaran”. Bandadas de codornices llegaron y quedaron en el suelo para que los peregrinos las recogieran y al día siguiente hizo caer un polvo blanco, semejante a la escarcha, que era el maná. Un anticipo de otro pan que habría de bajar del cielo en la forma de Jesucristo.

Evangelio. Los relatos del Evangelio se siguen desarrollando alrededor del lago de Genesaret, más concretamente en la ciudad de Cafarnaúm que fue la “residencia” que escogió Jesús. Hay que imaginar cómo se iban transmitiendo, de boca en boca, todos esos relatos de milagros y prédicas hasta llegar a las poblaciones del sur, especialmente a la ciudad de Jerusalén.

Jesús reclama a sus seguidores porque lo siguen para comer más pan, por un interés material; recordemos la multiplicación de los 5 panes y 2 peces de la semana pasada. Pero esa admonición es un simbolismo para indicar que los afanes en nuestra vida no deben limitarse a las cosas materiales, a los logros o triunfos personales. “No trabajen por ese alimento que se acaba sino por el alimento que dura para la vida eterna”. 

En sus reflexiones, el Papa Francisco nos hace la misma pregunta: “¿Por qué busco yo al Señor? ¿Cuáles son las motivaciones de mi fe”? Advierte el Papa que no debemos buscar a Dios para nuestro propio provecho, para nuestra comodidad. Como a un aliado que nos ayude a resolver los problemas que no podemos por nuestros limitados medios. Agrega el Pontífice que, en medio de las muchas tentaciones diarias, está la “tentación idolátrica” que es la que nos impulsa a buscar a Dios de manera pragmática. Una “fe milagrera”. Casi un talismán o trato comercial con un socio contractual que nos debe responder en la medida que nosotros cumplimos nuestra parte del pacto: rezamos, nos portamos bien, vamos al templo, etc.

Cabe entonces la pregunta, la misma que la multitud hace a Jesús:

“¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” Jesús responde: ”Acoger a quien el Padre ha enviado”. Claramente el primer paso consiste en entregar nuestra vida completa a Jesús. Renunciar a nosotros mismos y asimilarnos a ese amor infinito. De esa forma conviviremos todos los días con su presencia divina. Aceptarlo de corazón, Francisco agrega: “No es añadir prácticas religiosas u observar preceptos especiales; es acoger a Jesús, es acogerlo en la vida y vivir una historia de amor con Jesús”.

Y aquí se entrelazan los dos mensajes del Evangelio, la simbología del pan (y del maná) con la del amor a Jesús. Por una gracia divina, Jesús, en la Última Cena, nos dejó el mayor recuerdo de su primera visita: la sacratísima Eucaristía; por ello los católicos tenemos una forma, también tangible, de vivir ese amor, un privilegio que el mismo Jesús nos regaló y ordenó que hicieran “en memoria mía”. Es una prueba tangible de un amor muy profundo que se siente en el espíritu. Nada más sublime que comulgar, espiritual y físicamente, con Nuestro Señor. Fundirnos en un abrazo de amor infinito.

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