Diarios
Un culpable que no sabe por qué ni de qué lo es
Mario Alberto Carrera
-En el mes del primer centenario de la muerte de Franz Kafka-
Si observamos que un ser de dos metros de alto se viera en un espejo y al verse reflejado exclamara: ¡qué bajo y pequeño soy!, diríamos de él alguna de estas tres cosas: está loco. Está ciego o ¡bromea! O tal vez lo afirma irónicamente para no hacer más evidente su estatura. Pero jamás pensaríamos que en “realidad” un gigante es capaz de tener dentro de sí la imagen alucinada de un enano. Este es el caso de Kafka, incluso en sentido físico.
Por datos biográficos que también he ido recolectando en diversos rincones que lo iluminan –y también porque él mismo en “Carta al padre” lo dice explícitamente- fue un hombre de importante estatura, quizá no un gigante de dos metros, pero sí un ser humano de notable altura que en cualquier parte del mundo pasaría por ser de estatura extraordinaria.
Kafka misma nos lo dice:
“Crecí estirándome hacia lo alto, pero no sabía qué hacer con ello, la carga era demasiado pesada, la espalda se encorvó, apenas osaba moverme y menos aún hacer gimnasia y quedé débil…”
Quiere decir que el autor de “El Proceso” y “La Metamorfosis” (que en el fondo kafkianamente son palabras sinónimas) sufrió un proceso involutivo a nivel físico y psíquico y –en vez de sentirse crecer con la estatura de cuerpo que alcanzó y la altura intelectual a la que se asomó sideralmente ¡de modo indiscutible!, más bien se encorvó, se condenó a sentirse insecto y a autopensarse (en una imagen perversa y mórbidamente ideal) un enano siendo de importante estatura en lo físico y un coloso en cuanto a prestigio intelectual.
La mayoría de gente pensará que estas sensaciones o autoacusaciones son narrativa surrealista. Que Kafka no pudo haberse autoexperimentado (realmente en su interior psíquico) como un insecto, como un escarabajo repulsivo. Que todo debe ser pose de artista excéntrico o actitud para llamar más la atención como los bigotes ridículos de Dalí.
Mas, sin embargo, aunque mi testimonio quizá no valga de mucho, creo que Kafka absolutamente padeció todo aquel tormento y aunque nos parezca (a algunos) imposible que siendo incluso físicamente alto se haya sentido bajo, pienso que no hay una gota de falsedad o de aparatosa pose ni en su vida ni en su obra porque yo he sentido lo mismo.
En gran proporción la obra es reflejo casi fiel del artista. Aracataca se repite en todas las obras de García Márquez de un modo o de otro y sus fantasmas gritan los mismos ecos en cada una de sus páginas. A veces se aleja un tanto de lo biográfico (pero siempre lo refleja) aun en Asturias.
La obra de Kafka es fiel reflejo de su inconsciente. Pero sobre todo de las desgarrantes grabaciones que en él hiciera su padre a lo largo de toda su existencia e indudablemente ¡y con más fuerza y para estar de acuerdo con Freud!, durante los primeros cinco años de vida del hostigante “El Proceso”, donde vive y padece un culpable que no sabe de qué ni por qué lo es.
“El Proceso”, “El Castillo”, “Una Cruza” (pero sobre todo “La Metamorfosis”) son la traducción en clave literaria (y en símbolos poéticos) de los conflictos y las culpas que en el inconsciente de Kafka insertó y taladró su propio padre. Obra y vida se entrecruzan y se corresponden fiel y estremecedoras.
¿Literatura y lirismo?, podrían preguntarse algunos con un doble sentido que querría decir: exageración e imaginación de poeta. Yo diría que tal vez lo exagerado estuvo en la vivencia y no es su traducción narrativa… Siempre hay (aun en la obra más confesional) un algo de rubor y una intervención del censor moral (que es el superego) que aunque no se crea (por cínicos que parezcamos) no nos permite decir ¡todo!, lo que quisiéramos o hubiéramos podido decir. Esto ya lo sabía Schiller que se quejaba de esa censura (que él aún no llamaba del superego) pero que decía que no lo dejaba verdaderamente contar todo lo que él hubiera querido.