Luis Fernández Molina
Los medios los han llamado «mercaderes de la salud». Un término muy tenue, muy generoso. Un eufemismo. Expresión muy suave para definir a esos carroñeros que, en este contexto, no merecen consideración alguna. Son mercaderes de la miseria humana. Han negociado, no con medicinas, han negociado con los gritos de aquel enfermo de cáncer que se revuelca por los dolores que lo muerden por dentro por la carencia de medicinas. Han negociado con la zozobra de aquel paciente que, sencillamente, no ha tomado por varios días sus medicinas y sabe que en cualquier momento colapsa su hígado o la presión alta les revienta las arterias y les causa un derrame o embolia. Han negociado con la zozobra de los familiares que han buscado medicinas por todos los medios y no encuentran. Han negociado con la angustia de aquellos enfermos renales condenados a unas máquinas limpiadoras de sangre a las que deben someterse cada 3 días. Han negociado con la impotencia de los pobres que no encuentran más alternativa que endeudarse en condiciones leoninas para adquirir los tan preciados medicamentos. Han negociado con las esperanzas de los niños de crecer sanos y que sus cerebros se desarrollen para poder ofrecer lo mejor de cada uno y competir en este mundo globalizado. Han negociado con el vacío insondable que dejan los que han atravesado el umbral de la eternidad; con el llanto que derraman sus deudos. Han negociado con las largas esperas y las interminables colas que se forman de madrugada.
Sus convenios los han escrito con sangre y lágrimas sobre la piel desabrigada de los necesitados. Han suscrito los convenios con las manos temblorosas de los enfermos nerviosos o de los dedos atrofiados por una artritis que no han podido tratar adecuadamente. La raza de hienas ha ido copando la mayoría de los negocios públicos y ello obliga a los demás carroñeros a buscar nuevas posibilidades. Los contratos de obras, las aduanas, las compras millonarias, todas esas opciones están tomadas. Entonces: ¿La salud? Sí, la salud, ¿por qué no? de allí sale buena plata. Que se jodan los demás.
Oscar Wilde dijo que el trabajo era la maldición de la clase proletaria. Yo creo que peor maldición es el sistema de salud pública. Qué estigma acarrea que nunca ha sido eficiente. Si salen tantos millones para enriquecer a muchos desgraciados, y hacerlos millonarios, es porque el Estado destina grandes sumas para la compra de medicinas y mantenimiento de hospitales. ¿Dónde están las medicinas? ¿Dónde las camas? Hay médicos abnegados, cierto es, pero muchos otros que, en sus años de estudiante en la Usac, se han declarado servidores del pueblo ¿qué transformación sufren cuando llegan a un puesto?
¿Cómo pueden estos negociantes ver en los ojos a sus padres enfermos? ¿Acaso no ven sus propias dolencias en el espejo? Despreciables. Todo el que roba a una sociedad pobre, como la nuestra, es infame. Pero este latrocinio es más deleznable; no se trata de robar en aduanas, en obras civiles, en compras y suministros. No son cosas. Aquí están lucrando con la miseria humana. Cómo pueden sentarse en una mesa a «negociar» sin que la mutua ponzoña no los envenene. Y, como en todo negocio, llegará el momento de cuadrar los números, de hacer las cuentas -las verdaderas cuentas-; en ese momento ¡Ay de vosotros mercaderes de miseria!
PD. Un funcionario empieza cometiendo corrupción desde el momento mismo que acepta un puesto para el que no tiene suficientes capacidades.