La importancia de la lectura es uno de esos temas recurrentes en la prensa como infaltables en el mundo editorial. Prueba de ello lo constituye un reciente artículo publicado en El País basado en las ideas del profesor Michel Desmurget. Su reciente obra, «Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales» ofrece consideraciones que bien vale la pena atender.
El texto intenta convencernos, como es habitual, de que los índices de lectura son bajos. Los chicos en las escuelas no leen, el músculo literario está atrofiado, a causa de un sinnúmero de factores en el que destaca la ocupación constante en las pantallas de los teléfonos inteligentes y en las tabletas.
Para mayor inri, tampoco es que los pocos que se acercan a los libros entiendan, pues la capacidad lectora es exigente. Dicha complejidad desanima y es sin duda una de las razones por las que se prefiere la imagen, sin que esta tenga las virtudes que ofrece la proximidad a los libros. Y es aquí donde el fenómeno se pone interesante.
Según el también neurocientífico, hay beneficios bien documentados que demuestran las ventajas de leer: coeficiente intelectual, concentración, imaginación, creatividad, capacidad de síntesis y de expresión (tanto oral como escrita). Sin que falte, ¡qué rareza!, mayor habilidad en el manejo de las emociones.
Desarrollar el hábito de la lectura tiene un impacto perdurable en las personas, pero también en la sociedad. Ya no es solo que los países con mejores estadísticas lectoras sean más competitivos, y por tanto, más desarrollados económicamente, sino el nivel superior de comprensión del mundo asumido por sus ciudadanos. El universo se amplía con la lectura y permite narrativas plurales.
El autor lo dice así: «El impacto es significativo tanto a nivel individual como colectivo. Numerosos estudios demuestran que el desarrollo económico de un país, el número de patentes desarrolladas y su PIB están estrechamente relacionados con los resultados educativos. Se trata de una cuestión crucial en un contexto de creciente competencia internacional, sobre todo si tenemos en cuenta, en vista de las evaluaciones Pisa ya mencionadas, que las diferencias de rendimiento, no solo en lectura, sino también en matemáticas, son cada vez mayores entre las naciones de la OCDE y los países asiáticos».
Leer también es un acto subversivo. No aplaca la conciencia, sino que la altera. Un dinamismo que impele a la rebeldía en contextos habitualmente injustos. Por ello, el capitalismo contemporáneo se solaza en la cultura que opta solo por la imagen, la distracción y los límites del pensamiento. Así, ya no es necesario quemar libros, basta alimentar el placer del dolce far niente para dejar operar a los protagonistas de la iniquidad, desde quienes manejan el sistema financiero hasta las crápulas que comandan el narcotráfico internacional.