Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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El Hidalgo Manchego (según lo cuenta Cide Hamete Benengeli por boca de Cervantes) se encuentra en aquel preciso momento de su desdichada y desafortunada vida, en el tramo o pasaje de una neurosis grave o de una psicosis. Esto es, el momento en que Alonso Quijano deja de leer libros de caballería y decide, en cambio, convertirse en caballero andante, y pierde –por tanto– el contacto con la realidad.

La razón que da Cervantes (y que es de todos conocida para justificar el proceso psicótico de su personaje) es que éste enloquece por el empacho o indigestión que le produce la excesiva lectura de libros de caballería, como hoy están deviniendo –en medio dementes– muchos que se adhieren tanto a sus virtuales aventuras y juegos electrónicos –y otras– a las telenovelas o series de Netflix, que acaban pensándose y ¡creyéndose!, uno –o una– de esos actantes cinematográficos –o cibernéticos– en un claro proceso medio esquizofrénico.

Puede ser que el revulsivo hayan sido las novelas de caballería para que en Don Quijote se haya instalado la demencia y se haya trepado a un caballo esquelético, tan esquelético como él –pero nervudo– según la descripción del relato. Como bien pudo haber abordado una estultífera navis, es decir, “La nave de los locos” de Sebastián Brand o el cuadro –del mismo nombre– de Hieronimus Bosch. Cito estas dos obras –la una literaria y la otra pictórica– porque ¿casualmente?, me pregunto, son casi del mismo tiempo de Cervantes y asumen el mismo tema de la demencia que desarrollan sus personajes visuales y verbales. ¿Es la demencia un asunto que preocupaba en demasía (y resolverlo) a la gente de aquellos siglos?

Efectivamente, don Quijote se pasa “las noches de claro en claro, y los días de turbio en turbio” porque no descansa en la lectura de las novelas de caballería. ¿Pero por qué lo hace? El mismo Cervantes nos da otras claves –más sutiles– y propias solamente de quienes pueden insertarse más en los diversos planos que la obra ofrece. Cervantes nos informa bien sobre los antecedentes que pueden pesar en la decisión de su personaje central para adentrarse en los insensatos vientos de los molinos agitados.

Muchas veces –yo diría que casi siempre– decidimos cuándo queremos morirnos o cuándo queremos volvernos locos. Alguien dijo (o quizá me los estoy inventando) que locura es la estación y procedimiento que se encuentra para poder sobrevivir a lo invivible. Y en ese momento de lo invivible –de lo ya insoportable de vivir– se encuentra don Quijote cuando se lanza a la demencia. Esto es, cuando se va por esos caminos de Dios o del Diablo para encontrar un sentido a la vida y si no se lo encuentra (porque se lo ciegan) retornar a morir a la aldea –como Alonso Quijano, el Bueno– y ya no como don Quijote de la Mancha o el Señor de los Leones.

Alonso Quijano tiene –nos dice claramente Cervantes– unos 50 años. Es más bien alto, magro de  carnes, casi parece cecina; nervudo y venoso. Solitario, soltero y sin hijos. Tiene un pequeño patrimonio –de hidalgo pobre– que le permite ensimismarse –sin salir mucho a la calle– es decir, acaso, con un poco de fobia social o agorafobia. De su vida sexual no sabemos casi nada. Solamente que alguna vez ha visto en las cercanías de su aldea a una labradora que –en secreto– ha amado: Aldonza Lorenzo que, más tarde, –en sus trastornos y agitaciones caballerescos– convertirá  en Dulcinea del Toboso. No cabe duda de que la vida sentimental y amorosa de don Quijote es tan frustrante como el de su paupérrima economía.

Continuará.

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