Una sociedad básica debe empezar por tener el respeto a los demás y, por ende, a la estructura legal que garantice que todos tienen sus derechos y obligaciones; aquella estructura que permitirá que cualquier abuso o exceso sea tratado de manera que con castigo o enmienda, quede claro que no hay disposición a aceptar acciones como tales.
Guatemala no respeta la vida porque nos hemos acostumbrado a tener el corazón cauterizado ante las escenas del dolor ajeno y porque se teme ser los testigos que señalen al asesino mientras muchos viven como zombis para convertir en costumbre el miedo al salir y encontrarse con el extorsionista o el ladrón del celular. “Robar”, pareciera que es el nuevo principio que se utiliza en la política, en las empresas y hasta en las familias. Cada vez más hace falta desde un abogado que ayude a estructurar herencias, hasta organizaciones civiles que investiguen y auditen a nuestros políticos.
Principios que con más práctica se podrían reconocer como el derecho a pensar y decir, conocido como libre emisión del pensamiento que, junto a la libertad de prensa, se utiliza muchas veces de mala manera. Lo que debiera ser una herramienta para brindar elementos de formación, se convierte en un arma de destrucción ideológica o de individuos. Resulta que la limpieza social es necesaria, indigna la intolerancia y la discriminación solo cuándo no es contra el indígena, etc.
Hemos visto una sociedad que no respeta a los niños ni a las mujeres porque, “a saber en qué andaban metidos” y menos aún a los ancianos que han dado tanto para que se mantenga a flote esta estructura que, pareciera, fue diseñada para que se hundiera en el mar del desorden en que estamos.
Lo peor de todo, es que los ciudadanos de “en medio”, los que no están en la elaboración del enredo en el que estamos, son los responsables de mucho. Porque no puede ser que aceptemos que todo siga así y en silencio continuemos con la vida; porque no es correcto un padre que le enseña al hijo a agachar la cabeza ante la injusticia y la discriminación. No hace bien quien quiere ver la pobreza como la pena de alguien más, en lugar de enfrentarla como el enemigo de todos. ¿A dónde se habrán ido los principios? Por favor, que aparezcan.