Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Francis Scott Key regresó a los titulares mundiales aunque por una razón que él mismo no hubiera deseado. El caso es que hace pocos días un supercarguero chocó con una de las bases y se vino abajo gran sector del punte que lleva ese nombre y que une dos brazos de la extensa bahía de Chesapeake que quedaron incomunidacos. Ahora bien ¿quién era Francis Scott Key?

Cuando los estadounidenses cantan su himno enaltecen a su país, obvio, pero además repiten, cada vez, una hazaña histórica. Las letras del himno son un ritual de repetición de un hecho histórico; trae a la mente la costumbre judía de hacer preguntas a los niños en la celebración del Shabath; son siempre las mismas preguntas y siempre las mismas respuestas pero la idea es perpetuar, extender, los pasajes de su travesía por el desierto de Sinaí. Es una historia que se renueva cada vez que se repite.

Lo mimo sucede con el himno citado, escrito por Scott Key. La letra se inspira en un lance de la Guerra de 1812 que se conoce como la guerra Anglo-Americana cuyas causas nunca estuvieron claras pero que cada parte imputó al adversario: Los estadounidenses reclamaban contra los abusos que cometían los navíos británicos que reclutaban a sus marinos a la fuerza (para combatir en la guerra napoleónica); querían asimismo asegurar que los británicos no intentaran reconquistar territorio norteamericano (la independencia fue en 1776). Por su parte un gran sector de los ingleses todavía resentía la pérdida de las colonias y, en todo caso, querían consolidar el dominio de los territorios que aún les quedaban ubicados al norte y  en lo que hoy es Canadá, que seguían siendo británicas. El resto del territorio, hacia el oeste de las colonias libres, mucho territorio, era “salvaje”, esto es, en manos de organizaciones nativas (llamados genéricamente Pieles Rojas). Los norteamericanos estaban consolidando y expandiendo la joven República e imputaban a los ingleses que armaban e incitaban las rebeliones de tribus indígenas. Otros historiadores sugieren que los americanos querían apropiarse de las citadas colonias británicas (no así de las francesas, sus antiguos aliados). Adicionalmente Inglaterra “reina de los mares”, por la referida Guerra Napoleónica impuso severas restricciones a la navegación en el Atlántico, con bloqueos, requisiciones y acciones similares que afectaban los buques con bandera americana y afectaba al comercio estadounidense.  En todo caso la declaratoria de guerra (primera que hizo su Congreso) la expresó Estados Unidos, a solicitud del presidente Madison, en junio de 1812.

No hubo grandes batallas durante los primeros meses y los americanos incursionaron en territorio británico, tomaron y saquearon Toronto (entonces llamada York); pero cuando los aliados vencieron a Napoleón y lo exilaron en la supuestamente segura isla de Elba, los británicos arreciaron sus ataques. En agosto de 1814 saquearon Washington y destruyeron los, entonces edificios, del Capitolio y la Casa Blanca. El entonces presidente, Madison (que medía 1.63 ms.), salió huyendo con la Declaración de Independencia bajo el brazo, en una bolsa. El ataque inglés siguió imparable y todo indicaba que con la toma de Baltimore terminaría la resistencia de los yankees. ¡Recuperarían las colonias! Por eso desde el 10 de septiembre se adentraron por la bahía de Chesapeake  y se posicionaron frente al  fuerte McHenry, última defensa de la ciudad (cabal donde está el puente derrumbado).  La noche del 14 desataron tremendo bombardeo como nunca se había visto. Un verdadero infierno de pólvora. En respuesta y a manera de provocación y bravata, el comandante americano del fuerte atacado pidió se izara una bandera grande, de las barras y las estrellas, para que la pudieran ver bien desde los barcos. Fue una noche de fuegos, tormenta en el cielo y bombas desde los barcos en la bahía. Al fin llegó el amanecer y las primeras luces del alba darían el veredicto: si la bandera seguía en pié el ataque británico habría fracasado.

Entre los espectadores estaba un emocionado Francis Scott Key, abogado de profesión, tanto se inspiró que escribió un precioso verso que sitúa al lector en los primeros albores del alba y pregunta “Oh oh say can you see” (puedes tú ver), “by the dawn´s early lights” (con las primeras luces del alba), lo que con gran orgullo alzamos con las últimas luces del atardecer. Pero el reflejo de los cohetes y bombas “gave proof through the night that our flag was still there° (dieron prueba que nuestra bandera seguía en pie). Y al amanecer ¡estaba en pie! Ese poema se incorporó a una vieja melodía inglesa y es hoy el himno de los Estados Unidos de América.

Desde hace 200 años sigue erguida la bandera en Fort McHenry, pero el puente, de 1977, ya no está…

Artículo anteriorA 32 años del Eclipse Solar en Guatemala: el día que la Luna se interpuso entre el Sol y la Tierra 
Artículo siguiente¿Por qué a Consuelo Porras no le interesa ni guardar las apariencias?