Por FRANKLIN BRICEÑO
LIMA / Agencia AP
Pese a tener los brazos llenos de arañazos, que le hacen los felinos cuando los inyecta, esta madre de tres hijos está acostumbrada a respetarlos y su principal objetivo es darles «calidad de vida» en el tiempo de vida que les quede.
«La gente no adopta gatos adultos, menos enfermos terminales», dice esta mujer de 45 años mientras da de comer a los gatos, a quienes conoce por sus nombres.
En una visita a un sucio mercado popular de Lima en el distrito El Agustino recogió a 60. «Los comerciantes les echaban lejía, agua hirviendo. Veían moribundo a un animal y es como si estuvieran viendo basura. No se ponen a pensar que el animal siente, sufre, llora, tiene dolor, frío o hambre igual que nosotros», afirma mientras un gato se le sube al pecho.
Fellini, Peppa, Dolly, Misterio, Vampirín, son algunos de los cientos de gatos que ha recogido. «Cada uno tiene una personalidad distinta», dice, pero todos sufren de leucemia felina, un retrovirus que es mortal para los gatos.
A los gatos les diagnosticaron la enfermedad en los últimos cinco años tras extraerles muestras de sangre para pruebas específicas por parte de una decena de veterinarios que le cobran el equivalente a 25 dólares por examen, afirma Torero.
«Los gatos diagnosticados con leucemia pueden vivir un promedio de tres años», indica.
Katrin Hartmann, catedrática de Veterinaria de la Universidad de Munich y estudiosa de la enfermedad, afirmó en un estudio publicado en la revista Viruses en 2012 que la leucemia felina es una de las enfermedades infecciosas más comunes entre los gatos a nivel mundial.
Condenados a muerte por la enfermedad, muchos han perdido peso, están anémicos y sueltan fluido sanguinolento por la nariz, que son las principales características de la enfermedad. Torero los mantiene alimentados, los inyecta, los desparasita cada dos meses y los esteriliza. Es en esas circunstancias cuando los gatos la arañan.
Afirma que le han sugerido que los sacrifique y se concentre de una vez por todas en cuidar gatos sanos.
«Esa no es mi función, soy enfermera, mi deber está con los gatos que no importan a nadie», dijo a The Associated Press en su casa, donde hay un fuerte olor a orina de gato, que no puede eliminar ni con los desodorizantes más fuertes.
Tampoco quiere gatos pequeños. «Traer aquí un gato bebé es condenarlo a muerte», afirma. La última semana llevaron una caja con cuatro gatos recién nacidos y Misterio, uno de los gatos enfermos, mató a uno de los bebés, algo que ya había ocurrido antes, por lo que usa jaulas para conejos donde encierra por hasta 10 días a los felinos infractores.
Perú no tiene cifras del número de gatos callejeros pero deben ser millones, afirma Torero, quien gasta en los gatos unos mil 785 dólares mensuales. La mitad la cubre con donaciones y «el resto sale de mi trabajo como enfermera particular.
«Vivo endeudada de la prestamista, que es la que más me quiere», dice con amarga alegría porque cree que a la mayoría de gente le interesan muy poco los animales.
Lo que más falta es Roferon, un medicamento contra la leucemia, explica.
Cuando mueren no hay ceremonias especiales, no hay entierros. «Mi mejor entrega de amor y respeto se la doy en vida. No tengo espacio para enterrarlos, los envuelvo bien, muy bien, en bolsas, y los deshecho», afirma.