Don Yeyo con su chirimía y su nieto con el tamborcito de cuero de coche, tocaba sus sones tradicionales junto a un grupo de rezadoras de la iglesia que desde la madrugada estaban reunidos en la orilla del pueblo, esperando que apareciera por la cuesta de Champote la figura corpulenta del padre Chavarría, montado en la mula que lo traía de Cuilapa, para celebrar los rituales de la Semana Santa. Ese Sábado de Gloria, la banda de Ixhuatán que había llegado desde el Viernes de Dolores, estaba lista para el Domingo de Ramos, pues tendrían que acompañar a la procesión de la Burriquita. Pero, cuando fueron las tres de la tarde y el sacerdote no aparecía, don Gerardo, el sacristán, nos dijo:
-Es por demás. El padre Chavarría no vendrá esta Semana Santa.
Y era cierto. El cura ni siquiera se asomó ni mandó ningún recado sobre su ausencia. Simplemente no llegó. Así, ni modo, cuando fue el Domingo de Ramos y la nave de la iglesia colonial estaba llena de gente, don Gerardo se puso los atuendos del cura que estaban guardados en un armario y se subió al púlpito para dar el sermón que correspondía a ese día.
Antes de escuchar al sacristán, en la entrada de la iglesia se había armado un alboroto porque cuando la banda tocó la Granadera y estallaron unas bombas voladoras, la burra que llevaba al niño que la hacía de Jesús, pegó un par de brincos y el inocente patojo fue a dar con las nalgas en el suelo. Luego que se calmaron los ánimos, la gente entró a la iglesia, sentaron al patojo en el altar mayor utilizando una silla pontifical, que sólo se usaba cuando nos visitaba algún obispo. Don Gerardo inició su sermón y llegó un momento en que se emocionó tanto, que de pronto se sintió realizado, pues la mayor ambición de su vida fue la de ser sacerdote. Pero, nunca tuvo la oportunidad y ya llevaba cuarenta años de ser el sacristán del pueblo, junto a Gabino encargado de repicar las campanas.
Principió don Gerardo narrando todo lo que dice el Antiguo Testamento, desde la unión de hecho de Adán y Eva, pasando por el diluvio universal, las proezas de David, las adivinaciones de José, el éxodo de los judíos desde Egipto, y terminó con el acontecimiento de la Navidad en Belén. Luego inició con el Nuevo Testamento, habló del evangelio según San Mateo, luego el evangelio según San Marcos y remató con el de San Lucas, sin olvidar las cartas de San Pablo a los corintios. Cuando iba a terminar con los hechos de la Pasión, ya habían transcurrido tres horas de estar hablando sin parar; y era tanta su añeja vocación, que no se dio cuenta que todos los patojos de los primeros reclinatorios estaban dormidos y las rezadoras habían llegado al momento de cabecear. En eso, la abuela del niño que la hacía de Jesús, decidió cometer la irreverencia de decirle a don Gerardo que la parara ya, antes que todos terminaran por dormirse. Así que el sermón finalizó cuando el sacristán, con una evidente ronquera y muy ceremonioso, dijo: “Y Ahora la bendición y pueden ir en Paz”. Entonces se bajó del púlpito y aprovechando que todos estaban dormidos y algunos hasta roncando, se escurrió tras la sacristía y se refugió en el convento para deshacerse de la sotana y tomarse una copa de vino de consagrar.
Toda la feligresía del pueblo se preguntaba cómo era que don Gerardo no había llegado a cura, si se sabía de memoria todo el Antiguo y Nuevo Testamento, con puntos y comas, después de cuarenta años de leer los documentos y escuchar los sermones de los sacerdotes que llegaban de otras parroquias, incluyendo al padre Chavarría, que dirigía la iglesia de Cuilapa. En los años siguientes, después que falleció el padre Chavarría, cuando iba a llegar la época de la Cuaresma, a la hermandad encargada de los festejos, ya no le importaba que llegara o no el cura de Cuilapa o de donde fuera, pues mientras viviera don Gerardo, eran más ilustrativos sus sermones que los de cualquier cura, de parroquias cercanas, pues con los sermones de don Gerardo, era suficiente para celebrar los oficios de la Semana Santa, de la feria de la Cruz y los de Navidad.