Cuando uno accede a los medios informáticos, se suele tropezar principalmente con noticias en que la pasión y la emoción muestran sus haberes. Los guatemaltecos somos emocionales a morir y es por eso que no contamos con una buena escuela crítica política, social o ambiental y muchas veces al emotivo lo tildamos con un piropo y al serio como un desabrido y aburrido.
La diferencia entre pasión y sentimiento no es, como se suele creer, cuestión de sinceridad ni de honestidad, ni de verdad, ni de razón alguna. Es la diferencia entre dos maneras de ver las mismas realidades incuestionables de la vida. El verdadero sentimiento consiste en no tomarse las emociones de la vida como cuestión personal, como si sucede con la pasión, sino impersonalmente, alegre y abiertamente, conscientes de que son cosas que nos pasan a todos.
Los guatemaltecos somos una nación emotiva sui géneris; nuestros códigos son de sálvese quien pueda y como pueda; nos devoramos entre nosotros mismos y colocamos aparte al político, al académico, al religioso, al comerciante, al industrial y al banquero y al que vive en área urbana de la rural y así, conformamos dos carteles: Uno consistente en esa amalgama de suertudos y la otra de pobres; la que dis que sabe y tiene y la que no tiene e ignora y que viaja y se mueve entre los pies de la otra.
A los de “arriba”, a los que calificamos de poseer riqueza y poder los mueve pasiones y emociones distintas de las que mueven a los de “abajo”. ¡Perdón! si hay algo que nos une a ambos: el fut. Pero pasión y emoción por la justicia, la equidad, la honestidad ¡momento! No somos ni fanáticos ni proclives ni los unos ni los otros. Esos poderosos y ricos, abren sus orejas a realidades donde la oportunidad no tiene límites; pero entre todos las abrimos fundamentalmente a cuanta estupidez nos pasa por enfrente y codicia nos tienta, no importando los medios para hacerla, ni incumplimiento a leyes ni principios. Pero en medio de todo, fingimos también ceguera ante lo que debemos hacer o dejamos de hacer; eso si, todos vivimos dentro de la misma caja, pues deseos y placeres son tan buenos a los pudientes como a los pobres y en medio de todo ello, la risa nos es bendición para olvidar penas y deseos no satisfechos y evitar frustraciones. Reímos de todo y a todo le encontramos gracia, pues la risa es una rectificadora de angustias, temores y frustraciones. Cada uno vive como puede y no como quiere y muchos somos ciegos a lo que podríamos remediar; satisfechos no, pero si conformes a lo que hemos logrado como se decía antes y en todo ello hay sus diferencias. El avaro y corrupto es ciego, pues ve el oro y no la riqueza; vive en eterno comienzo, temeroso y sin ver el fin y los otros mostramos ceguera a la ignorancia y por consiguiente no corregimos y hemos aceptado que nuestra indiferencia y resignación, nos libera de males peores.
Claro en todos los grupos hay cosas buenas, las instituciones aún son insignias de lo que hacen y son artífices; de verdaderos espectáculos tanto buenos como malos. Y en tal orden de cosas, pasar a la fama de bueno es difícil; de malo es rápido y estos se engullen más rápidamente a la bolsa, todo bien mal habido o que les es ajeno, dejando solo mal sabor en sus rivales y detractores y el pueblo y a todos pasmados y envidiosos.
En estos momentos de la vida nacional, el triunfo político habido, no agrada a muchos de los que adquirieron malamente bienes. El chorro de la indignación absorbe a las multitudes y les hace un vacío a los delincuentes corruptos; el gobierno aún no. La corrupción todavía no va a la ruina y aunque ya no tenga tanto poder, aún tiene el suficiente para cometer delitos y meter mano dentro del hormiguero de las finanzas con impunidad. Los transgresores contra viento y marea, aun exhiben sus armas y no las bajan, protegidos por una justicia que mira a un lado y deja silbando en la loma a la población y buenos funcionarios. Una justicia a la medida, no puede solucionar si no se le derroca con urgencia y valentía.