Adriana Casasola
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Antropóloga
Aún resuenan a mediodía, por las calles rotas y las casas antiguas, los tañidos de las campanas llamando a misa en iglesias barrocas en distintos puntos del país. Las campanadas traen consigo una sensación de atemporalidad, como si la historia se hubiera quedado atorada en la época colonial y, por eso, a pesar de la modernización, seguimos con los mismos problemas de siempre, con los mismos cuentos de fantasmas. Fantasmas acechando a los vivos, espectros rondando las calles, demonios poseyendo a las buenas gentes, llevándolas por el camino del mal. Estos imaginarios aún nos acompañan y siguen representando verdades sociales. Los fantasmas se materializan como aquellos que inescrupulosamente infestan la política guatemalteca. Hoy me pregunto ¿no es acaso Guatemala un país poseído por la corrupción? ¿Un lugar acechado por el terror, sometido a la miseria, envilecida su belleza y flagelado su pueblo?
Termina enero, y así también las primeras semanas después de la toma de posesión del nuevo gobierno, en las que se han puesto en marcha los primeros esfuerzos para liberar a Guatemala de sus demonios. ¿Por dónde empezar? Las instituciones públicas son los espacios donde se agazapan y atrincheran los sirvientes del oficialismo podrido, elucubrando a la desesperada, arrastrados por la codicia que les extirpa cualquier capacidad moral, y que, en la oscuridad y silencio de la noche, les hace tramar su siguiente movimiento para evitar ser expulsados y condenados de la manera que ellos han condenado al pueblo. No se han hecho esperar las convulsiones de aquellos entes malignos que se aferran al poder.
Hemos presenciado cómo, ante cada acción del recién asumido gobierno que amenaza el modus operandi y, por ende, la fuente de poder y fondos ilimitados de esta Legión mejor conocida como “Pacto de Corruptos”, ha habido una respuesta violenta y destructiva. Tal es el caso de los ataques a estudiantes universitarios por “los encapuchados”, como huestes (aunque bastante patéticas) malignas enviadas por Walter Mazariegos, o la batalla legal en la que toman parte el Congreso y la Corte de Constitucionalidad, llevada a cabo como un duelo jurídico en el que el oficialismo lucha por eliminar a su oposición. El Movimiento Semilla representa ese amuleto que, al levantarlo en alto frente al ente maligno, hace que este chille en resistencia ante el temor de ser expulsado. Cómo ignorar las oscuras acciones de Consuelo Porras, quien desde su agujero se oculta del ojo público (ya que si se la ve a la luz del día se revelan su cola y cuernos) mientras intenta mantener posesión del MP. Sí, son los demonios de nuestra sociedad. Los fantasmas de nuestra historia que con las cadenas que arrastran han atado al pueblo como si de un poseso se tratara. Pero, si un país tiene alma, esa es el pueblo que lo habita. Y es este pueblo, en resistencia y esperanza, que ha hecho valer su voluntad para desintoxicarse de la podredumbre que lo asfixia y lo envenena. Veremos aún los estertores del exorcismo en curso, esperando liberarnos, recordar nuestros nombres y levantarnos en dignidad.