Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Empiezo mi opinión de hoy, con las palabras de José Cecilio del Valle: Todos ansiaron la abolición del Gobierno viejo para mejorar sus destinos; y al tratarse de establecer el nuevo, cada uno quiere lo que conviene más a sus intereses, el que asegura más su propia suerte, el que protege más su Yo personal. Pese a la distancia que nos separa de dicho pronunciamiento, intimida que sea válida de nuevo.

En estos momentos, ante la lista de gente capaz mostrada por el presidente y los ministros para dirigir y administrar la cosa pública, todo augura que la situación política va a encausarse hacia una democracia más sólida. Carezco de competencia para calificar las capacidades de dirección y ejecución de los nuevos funcionarios. Sin embargo, estoy consciente que las fuerzas contrarias contra las que tendrán que bogar, son aún poderosas y mi sentido común me indica que sin un fuerte apoyo de abajo para arriba –los males llegan hasta lo local- el resolver injusticia, inequidades y corrupción será tarea inconclusa y como decían los antiguos, todo podría quedar en música celestial.

No soy quien para decir que es lo correcto de hacer, pero sí entiendo que la solución del problema debe empezar por las raíces y éstas se incrustan y cavan cimientos desde las bases de las instituciones, desde sus unidades operativas locales. Desde ahí, las formas de obrar mal empiezan a segmentarse, a desarrollarse, a perder temor y a adquirir admiración por otros, por el sagaz de corazón, por el ambicioso y profanador de mandatos y obligaciones y conste que la erudición nos salva de ello. 

De tal manera que ese sano atrevimiento del nuevo liderazgo de gobierno, respecto a que la cosa pública debe legislarse, entenderse y manejarse diferente, no podrá caminar como debe y a la velocidad necesaria, si el pueblo no está persuadido y actúa como le corresponde, contra las formas de actuar que resultan pestilentes a la democracia.

Por cierto, democracia, esa palabra tan llevada del tingo al tango por unos y por otros, debería de entenderse de una vez por todas y por todos, que es un proceso que se forma a partir de enriquecer, primero, un soportarse de unos a otros y a eso cabe añadir ayudarse. Un proceso que a lo largo de nuestra historia no concluimos, pues pesa mucho la costumbre, el conformismo y el dogmatismo de todo tipo, que no sirve de nada contra las fuerzas antidemocráticas.

En la formación de la Democracia, como fundamento para el cambio, la tarea formativa educativa y participativa no puede echarse a un segundo plano o ser ignorada; es esencial dentro del plan de gobierno no solo para funcionarios, sino también para la población en general. Los males que aquejan a los distintos grupos de la sociedad, son complejos; tienen causas y síntomas, así como efectos tan diferentes dentro de las instituciones y los grupos sociales, que la dificultad más insuperable es lograr que ellos sean denunciados con precisión, seguida de la corrección y el castigo pertinente más oportuno. Lo primero: la denuncia, es responsabilidad de la sociedad y debe surgir de una auditoría social bien estructurada organizada y ejecutada: tenemos que evaluar una a una la acción institucional. Lo segundo: corrección y castigo, que pertenece hacer al Estado con prontitud y justicia.

Así pues, el trabajo es arduo y necesita participación y coordinación de todos, a efecto de evitar caer en la frustración de nuestro prócer Pedro Molina, que luego de unos años de independencia exclamaba: “Son tales los desengaños que causa la vida pública, que al cabo de algún tiempo, el hombre que ha entrado en ella, con la sincera intención de trabajar por el bien de la patria, quisiera no haber tenido la más mínima intervención en sus negocios. Íntimamente persuadido de que ha manejado según el dictamen de su conciencia, y de conformidad con los principios adoptados por las más sabias naciones, se confunde de hallarse desterrado y proscrito por una gran parte de sus conciudadanos, habiendo sacrificado sus trabajos y desvelos por el bien de todos. Se confunde y siente, no tanto su situación, cuanto la de su país, que a su juicio ha caído en manos impuras y la de sus compañeros de opinión, que experimentan igual suerte que la suya”.

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