El diccionario define reducto como sinónimo de búnker, refugio o parapeto y tristemente en eso terminó lo que debió ser la más alta representación nacional. El Congreso de la República, cuna de los representantes del pueblo, se ha tenido que convertir en un reducto protegido por un impresionante despliegue de fuerza pública que tiene el encargo de proteger a quienes traicionaron su mandato y terminaron ganándose el repudio, el desprecio absoluto, de una ciudadanía que no vacila en expresarles su desagrado y molestia por lo que se hace en ese recinto, llegando a una violencia que debemos evitar.
¿Cómo pueden representar dignamente al pueblo quienes son tan despreciados por sus representados que deben recurrir a refundirse en un búnker para poder sesionar?
Claro está que muchos de ellos se reeligieron lo que nos obliga a vernos para adentro para entender por qué la gente los premia con su voto.
Obviamente la traición al mandato está más que a la vista y ellos lo sienten porque a donde vayan encontrarán ese tipo de repudio que, desgraciadamente, afecta a sus familiares más cercanos. Y es que el guatemalteco se cansó, al fin de las quinientas, de los abusos de poder y de los desplantes de los políticos que se olvidaron de sus deberes porque se entretuvieron con los trinquetes que les permiten amasar fortunas mientras el Hospital General San Juan de Dios, para citar uno de tantos ejemplos, no puede atender pacientes porque no tiene energía eléctrica como consecuencia de uno de tantos trinquetes de los peones de la pareja de Giammattei.
La Guatemala de hoy es resultado de lo que construyeron nuestros últimos gobiernos que fueron poniendo los ladrillos de un sistema que no volvió nunca a pensar en la gente, en sus necesidades y aspiraciones, sino que todo lo colocó bajo las prioridades de los negocios mal habidos. Aquellas maletas de dinero que acumuló el tal Benito, siendo ministro, son el reflejo de lo que paró siendo la función pública en Guatemala.
Y fue tanto el cántaro al agua que hasta un pueblo paciente y aguantador como el nuestro, tolerante al punto de parecer indiferente, terminó repudiando a muchos con su voto, dejando ver su hartazgo por tanto abuso y desprecio a las necesidades de la población. Al punto de que para tratar de completar sus atropellos en sesiones mal intencionadas, deben blindarse porque saben que el pueblo ya se hartó y se los ha hecho ver de muchas maneras.
Un país en donde los representantes del pueblo tienen que aislarse con cercos policiales debe poner sus barbas en remojo porque eso atenta contra la democracia misma. Y bravo por la gente que, al fin, decidió con su voto que no podíamos seguir por esa ruta de saqueo descarado y burdo de los recursos públicos para seguir rellenando maletas, tan repletas que las de Benito parecen pobres alcancías de niños.