Nuestro hermano mayor y vecino del norte es un país muy peculiar. Es el segundo país del mundo en número de católicos. Ese dato es fácil de obtener, es meramente numérico. Pero si hubiera otro índice que midiera la religiosidad popular el primer lugar lo ocuparían, seguramente, los mexicanos ya que forma parte de su nacionalidad. La figura del “cura del pueblo” y la iglesita en el centro del pueblo, es elemento del folclore local (valgan las películas de Cantinflas, hasta personifica a un “padrecito”). México es un país profundamente religioso, católico, por eso la gran interrogante por qué las leyes y gobiernos mexicanos, hasta años recientes, han sido rabiosamente anticatólicos.
Porfirio Díaz gobernaba el país desde 1877, época conocida como “El Porfiriato”. A principios del siglo XX era ya una dictadura caduca, desgastada, impopular. Francisco Ygnacio Madero (Francisco I. Madero) abogado, destacó como líder que abanderaba un movimiento por elecciones libres y la no reelección. La presión se extendió y Porfirio finalmente renunció. Vinieron las primeras elecciones libres del país en las que se eligió a Madero en 1911. Dio inicio la llamada “Decena Trágica”. Su ministro de guerra, Victoriano Huerta (el Chacal) fraguó un artero golpe en contra de Madero quien fue encarcelado y posteriormente asesinado. Empezó la Revolución Mexicana. Los siguientes sucesos son de conocimiento general, así como los principales personajes: Pancho Villa, Emiliano Zapata, Alvaro Obregón, Pascual Orozco, Venustiano Carranza. Este ultimo asumió la presidencia en 1917 y, en ese mismo año se emitió la Constitución de Querétaro. Esa constitución fue de vanguardia en muchos sentidos; se anticipó en dos años a la Constitución de Weimar, Alemania.
En la referida constitución aparecen tres artículos “bomba”: el 3, 27 y 130. El primero establecía que la educación pública era laica y potestad exclusiva del gobierno y que “ninguna corporación religiosa o ministro de culto podrán dirigir o establecer escuelas de instrucción primaria”. Prohibía que los religiosos enseñaran a los niños en colegios, por lo mismo no podía haber colegios de primaria de curas ni hermanos. El artículo 27 establecía que las órdenes religiosas carecían de personalidad jurídica; no podían tener propiedades, ningún inmueble y hasta se decretó que “los templos son propiedad de la Nación”. Ello incluía a cualquier iglesia de pueblo, convento, y hasta la Basílica del Tepeyac. Por si fuera poco, el artículo 130 se refería a los cultos y establecía que el ente rector de las actividades religiosas sería solamente el Estado. Solo los mexicanos de nacimiento podrían ser ministros de culto y se facultaba a los estados para que establecieran en número de ministros que debían ejercer su misión (que se consideraba como un mero trabajo más). Sirvió de base ese artículo para que muchos gobernadores anticlericales limitaran el número de sacerdotes en su estado. Acaso el mas destacado fue Tomás Garrido Canabal, a quien se le ocurrió que 10 eran suficientes curas en Tabasco, pero se fue extremando al punto de dictaminar, mediante decreto, que “en el estado de Tabasco, Dios no existe”. ¡¿Qué tal?! Prohibió las misas (supersticiones), ordenó que los sacerdotes se debían casar (escoja su pareja, reverendo), impuso vejámenes a monjas, vetó el uso de cruces en los cementerios, formó un grupo de choque, los Camisas Rojas que se dieron a la tarea de quemar imágenes sacras y templos. Copiando a los revolucionarios franceses ordenó el cambio de los nombres religiosos de los pueblos: San Carlos iba a ser Villa Benito Juárez, San Juan Bautista iba a cambiar a Villahermosa. Esa practica se extendió a toda la república y las nuevas autoridades se sacaban de la manga los nuevos nombres o acudían al repetido recurso de usar nombres de personajes: abundan los Benito Juárez, Morelos, Hidalgo, Obregón, etc. Otra ocurrencia de Garrido Canabales fue decretar la ley seca en el estado, se imponían penas de hasta 6 años a quienes vendieran o consumieran alcohol (¡ya párala wey!), otro gran sacrilegio contra el pueblo mexicano.
Tras el asesinato de Venustiano (que se atribuye a Obregón al igual que el de Pancho Villa) tomó la presidencia, claro está, el mismo Obregón. Trató de enforzar los tres artículos constitucionales referidos. Pero el siguiente gobernante, Plutarco Elías Calles (el Turco), reconocido masón, endureció el ataque contra la religión por medio de la “Ley Calles” que extremaba las grandes limitaciones que estaban en la Constitución. Se desató el asesinato de muchos sacerdotes. Frente al pelotón los sacerdotes y fieles, desafiantes, daban su último grito: “Viva Cristo Rey” o “Viva Santa María de Guadalupe” (muchos mártires han sido canonizados recientemente). Como que no hubiera habido suficiente dolor, sangre y balas en la Revolución de diez años antes, se desató, en 1926, una nueva confrontación entre el gobierno federal y los “cristeros”, la “Guerra de los Cristeros”. Las fuerzas federales eran muy superiores, así como su armamento, pero la motivación de los rebeldes compensaba cualquier diferencia. No los pudieron someter a pesar de las atrocidades (hubo masacres y colgaban de los postes los cadáveres). Al final hubo acuerdos en 1929, en los que el gobierno se hacía de la vista gorda y los obispos no exigían muchos derechos. A todo esto hubo varias iniciativas de reforma constitucional que los diputados, “representantes” del pueblo (¿en serio?) en ningún momento acogieron. A Obregón lo mató, a quemarropa, un fanático católico. Pocos años después hubo un rebrote de esa guerra religiosa, en tiempos de otro anticlerical, Lázaro Cardenas. A todo esto los presbíteros llamaron a una “huelga” en el sentido de que no iban a administrar los sacramentos; nada de bautizos, ni comunión, ni confesión, ni matrimonios, ni sepelios, etc. ¡Impensable! Ello generó una angustia insoportable, sobre todo en las viejas piadosas, lo que dio pie a los acuerdos de 1929. Los siguientes presidentes mexicanos suavizaron la persecución religiosa al punto que varios de ellos confesaron abiertamente ser practicantes católicos (al menos en lo externo). Cuando en 1979 el Papa Juan Pablo II visitó Mexico, en medio de multitudes incontenibles, el gobierno “se hizo el loco” respecto de muchas restricciones. Era imposible desoír el clamor y religiosidad de un pueblo noble y tan creyente.
En 1992 una reforma constitucional levantó muchas de las restricciones que antes tenía la Iglesia Catolica. Sin perjuicio de toda esa normativa, el pueblo mexicano (donde el 78% es católico, pero el 100% es guadalupano), como un anticipo de la vigilia pascual, celebra con mucho regocijo las “mañanitas de la Morenita”, del 11 al 12 de diciembre. Bien por los hermanos mexicanos con quien compartimos muchas cosas, ¡hasta una misma Madre celestial!