El “Popol Vuh” es el libro y la piedra angular por medio del cual la nación quiché quedó fundada y sobre todo fijada. Las etnias -y por lo tanto los mitos y creencias que se conjugaron para cimentar tal nación y nacimiento- fueron varias: mayas, toltecas y otras aún no determinadas de manera clara, sin contar las hispanas. Es un libro esencialmente de síntesis -y manifestador de la misma cual su perfil- que intenta dar cuenta y razón del origen histórico -pero también ontológico- de la suma y erección de tal pueblo y de su potente perfume de mestizo y por tanto de ladino guatemalteco. La interculturalidad en él se manifiesta.
Por ello en el “Popol Vuh” (aun en la versión tan contaminada -españolizada y cristianizada- que tenemos: ¡la única!) se capta la denodada y apasionada intención de informar al lector entorno a cuáles fueron las raíces del pueblo quiché, cuáles sus dioses (cómo formaron estos al hombre y al mundo, rozándose con el Génesis y Moisés) quiénes fueron sus reyes, sus héroes y sus arquetipos, para culminar con los anales y genealogías de los que gobernaron la nación quiché hasta poco después de la llegada de los españoles a Guatemala. Luego tal relación podría entroncar -acaso- con lo que dice Bernal Díaz del Castillo quien de inmediato se ladiniza por casamiento con Teresa Becerra.
Sin embargo, el “primer” “Popol Vuh” (que se afirma -en el segundo- que ya no se ve, o ya no se entiende o que está oculto, de acuerdo con las citas que he planteado en el primero de estos artículos sobre el P.V.) debe haber sido indebatiblemente muy diferente al que conocemos mediante la versión de Fray Francisco Ximénez, la única que tenemos ya del siglo XVIII.
Su primera versión (el “primero”: al que hace alusión Ximénez) debe haber sido acaso más pleno, más hermoso, más libre, con menos contaminación y mestizaje y ladinizaje y -desde luego- más propio de los pueblos originarios: más quiché. Era el que usaban los sacerdotes y reyes para explicar la palabra divina al pueblo de Tohil cuando aún la coerción política y religiosa de los españoles no emponzoñaba (o no enriquecía, según la perspectiva) su verbo. Si pudiéramos tener ese “primer” Popol Vuh (si Ximénez no lo hubiera “perdido” o “extraviado”, hecho que no confiesa ni alude) resultarían textos muy desteñidos los que vinieron después del libro versionado y traducido en Santo Tomás Chuilá y los que vinieron casi a la vez o después. Ya se afirma en italiano y en general que “traduttore e tradittore”. Y más en el caso de Ximénez que no sólo fue traductor sino autor de la única copia del “segundo” Popol Vuh que ha llegado hasta nosotros.
Sabemos que el “primer” Popol Vuh (el que utilizaron los quichés en la plenitud de su nación antes de la llegada de los hispanos) ya no se veía, estaba oculto o ya no se entendía 25 o 50 años después de que pies españoles hollaron tierras guatemaltecas. Entonces, según lo afirma la misma versión ¡de Ximénez!, -o “tercer” Popol Vuh, uno o varios indígenas conocedores de la grafía española (y del primer P.V.: el precolombino) decidieron ya dentro del cristianismo trasladarlo con rasgos latinos para que no se perdiera y dejar testimonio de su grandeza o para que los indígenas cristianizados pudieran leerlo y recordarlo una vez (como ocurrió) quedara olvidada toda grafía quiché -tal vez de raíz maya- dado que los mayas habían desaparecido para 1492 (hacía quinientos años) que se dice fácil.
Continuará.