Ante la decadencia de la relación pueblo-gobierno, la búsqueda de su restauración se vuelve en estos momentos primacía y parte medular para combatir una filosofía de corrupción, que tiene como origen en parte, la instalación de una democracia inadecuadamente estructurada y sin funcionar como debería.
La segunda herramienta para el combate de la corrupción es la ética: justicia y comportamiento no basado en que todos somos iguales sino que todos debemos tener acceso a oportunidades similares que no solo contempla un actuar dentro del hacer público sino el privado y el tercero es una nueva cosmovisión por la vida: el respeto hacia lo que hace el otro y lo que yo debiera de hacer por el otro y juntos no solo en relación al hombre sino a la naturaleza. El cuarto tiene que ver con un estado justo y honesto y una población bajo un término social de iguales características.
Pero ninguna de esas estrategias viajando por carretera propia, puede ayudar a solucionar la problemática de la corrupción. Al entrar en la cuestión de su problemática, tocar su verdadera naturaleza, demanda de simultaneidad de ataque de los cuatro campos que he señalado y puede verse entonces que ello solo es posible bajo un domino ético.
Sé que, al plantear el problema como moral, sorprenderé y hasta disgustaré al espíritu de muchos ciudadanos que suele moverse en otro tipo de consideraciones dentro del campo de la costumbre y la cultura, pero estoy seguro que la magnífica extensión de nuestro conocimiento y poder material, no forman por sí mismos, la esencia de la civilización que se necesita adquirir para que el espíritu de democracia se torne realidad.
En cuanto al tema de corrupción, la falta o debilidad de la democracia, hace nacer y crecer circunstancias que tienen que ver con su verdadera esencia. Los planes intelectuales, materiales y creativos de la corrupción, sólo pueden mostrar sus plenos y verdaderos efectos, cuando se da a la par de lo anterior, la existencia y el desarrollo continuos de una conducta humana de resignación y desinterés y sobre una disposición mental resignada a un dejar hacer. Es sólo en su lucha por volverse ético, que el hombre llega a poseer valor real como personalidad justa y sociable; sólo bajo la influencia de convicciones éticas, se configuran las diversas relaciones de la sociedad humana, a modo que los individuos y los pueblos puedan desarrollarse de manera ideal dentro de la democracia.
Creo que es la falta de un fundamento ético en el desarrollo social y político lo que ha facilitado nuestro derrumbe y cuando en otras direcciones que las que he señalado actúan fuerzas creativas e intelectuales de la más poderosa naturaleza, la corrupción no se detiene.
Esta reflexión moral la expreso clara y sin vacilaciones, para suscitar entre mis contemporáneos la reflexión sobre la necesidad de consolidar democracia, cosa que demanda de todos. Hasta que nos liberemos por completo del concepto superficial de democracia y de los comportamientos superficiales que ahora nos tienen esclavizados, y no nos entreguemos a la visión de un ciudadano pleno, no atenderemos como es debido pueblo y gobierno.