Mario Alberto Carrera
Me ha hecho sonreír la afirmación (sostenida por algunos antropólogos) de que los ladinos (acepción propia de Guatemala) no son una etnia. Y me ha producido aún más risa el señalamiento (de un genio que se denomina antropólogo cultural) quien dice que los ladinos son tan minoritarios como los garífunas o los xincas cuando -para empezar- los xincas no existen (ellos no) desde hace más de 40 años. Me refiero a su expresión cultural demostrada en traje, religión, idioma y apellidos.
Etnia –señores antropólogos e historiadores es: comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales o por alguna de ellas. Por lo tanto los ladinos –si atendemos a la semántica española- son una etnia bien perfilada, aun cuando tenga distintas capas, estamentos y matices particulares en cada uno de los niveles económicos de su conducta.
Por otra parte –ladino- en la tercera acepción de la entrada correspondiente en el DRAE o Diccionario de la lengua española significa: “América Central: ladino// Dícese del mestizo que sólo habla español”.
El único estudioso guatemalteco que se ha atrevido –en un libro serio a dar una definición de ladino- es el genial, y ya desaparecido, Joaquín Noval en su obra “Resumen etnográfico”, publicado en 1972 por la Usac.
Noval dice al respecto “que ladinos son todos los habitantes -de Guatemala- que nunca han vivido o ya no viven dentro de la cultura indígena”. Esta definición la emplean, asimilan y la injieren en sus obras de personajes de la estatura de Jean Loup Herbert, Carlos Guzmán Bockler o Severo Martínez. De manera que negar la importancia cuanti-cualitativa del ladino en la sociedad nacional (o decir que no existe o que su perfil es muy difuso) es un desaguisado, un disparate. Para rescatar y garantizar la descomunal presencia del ladino en su natal Guatemala yo escribí y publiqué dos libros: “Costumbres de Guatemala” y “Hogar, dulce hogar”. En este último dejo testimonio del peculiar tratamiento pronominal de “tú-vos”: Come tú, cantá tú, voseo que algunos desconocedores de la Literatura del Siglo de Oro (que debe llamarse mejor “Época Áurea”, si se quiere mezclar Renacimiento con Barroco) imaginan que esto es hablar solamente al modo cervantino o quevedesco donde y cuando vosear era lo común.
La confusión en torno a lo que es el ladino se deriva de haber adoptado esa voz y no simplemente la de mestizo. Si usáramos solamente esta última, se simplificarían las discusiones y las disensiones. De acuerdo con Joaquín Noval y con la de mi tío abuelo Antonio Goubaud Carrera, el indígena que deja su comunidad y se viene a la capital o a ciudades mestizas se convierte en ladino, se ladiniza, entra en el mestizaje. Y es este el caso más explosivo y expansivo que observamos en los últimos años, pese a la resistencia que oponen indígenas ladinizados por las culturas extranjeras (en universidades de Estados Unidos o Lovaina) que desean ¡a como dé lugar!, seguir siendo algo que es aún más idealizado: “mayas”. Un poeta ladino ya fallecido se decía quiché o cachiquel pero escribía en español ¿Se quiere mayor mestizaje o ladinización?
El destino de Guatemala de cara a la aldea global o a la “noosfera” –de que hablaba Tehilard de Chardin es la ladinización claro que conservándose (si se quiere) en cada comunidad “la costumbre”. El ladino o mestizo es el guatemalteco común y corriente y el indígena -es por el momento- un fantasma invisible, pues constantemente se viste de ladino, sobre todo el hombre: de tenis y t-shirt.
Y para terminar quiero decir que lo determinante en este caso de terminologías es lo económico y no de razas ni de etnias. Un indígena-mestizo-ladino adinerado y vestido a la americana o a la europea puede entrar donde quiera y comprarse el carro que desee -e ir en él- y alquilar o comprarse una casa en Cayalá.