Víctor Muñoz
—Mirá Gedeón, ¿por qué no usás algún desodorante?
El hombre se quedó pensativo y luego, con un dejo como de tristeza se quedó mirando para abajo. Me sentí mal; sin embargo, alguna vez habré leído por ahí que es un verdadero acto de caridad decirle a la gente que tiene mal aliento, por lo que me imaginé que una cosa y la otra están emparentadas.
—¿Sabés qué es lo que pasa?, que yo me baño a cada tres días porque en mi casa solo llega el agua una hora al día, y apenas un chorrito, entonces todo el mundo se quiere bañar, hay que lavar el inodoro, la ropa, los trastos y en fin, no alcanza el agua para todo, entonces yo mejor me voy a bañar a un hotel que hay a tres cuadras de mi casa, pero como ahí también es escasa el agua, al extremo de que llega un camión con una cisterna a dejarla, cobran caro. Respondiendo a tu pregunta, no uso desodorante porque apenas me alcanza para bañarme, menos me va a alcanzar para comprar uno.
Está claro que, si bien es cierto, mi intención al hacerle la pregunta sobre su aseo personal no fue con el propósito de molestarlo, de inmediato me sentí mal, me arrepentí de haberle hecho la pregunta; sin embargo, y para tratar de solucionar mi problema de conciencia le aconsejé que usara bicarbonato para eliminar el mal olor de las axilas.
—Fijate pues —le dije—, usás una botella de cualquier bebida, por ejemplo de una coca cola, le echás una onza de bicarbonato, que lo más que te va a costar son unos cincuenta centavos, luego agitás bien la botella hasta que se disuelva el bicarbonato, entonces, con una brocha de esas que la gente usaba antes para rasurarse, te echás cada día el contenido de la tapaderita de la botella y ya vas a ver que te va a funcionar; además, tenés que saber que la piel absorbe todo lo que uno se echa encima y el bicarbonato es bueno para el cuerpo porque te alcaliniza todo tu organismo. Probalo y me contás.
—Mirá —me dijo, muy sonriente—, por eso me gusta platicar con vos, porque siempre me das buenas ideas. Fíjate que ya la vez pasada alguien me había hablado de lo del bicarbonato y traté de usarlo, pero me causó una muy molesta irritación, pero si vos me decís que haciendo esa mezcla sale bien la cosa, lo voy a probar, y que bueno que me dijiste lo del olor de las axilas porque no vayás a creer, pero una que otra vez he escuchado comentarios maliciosos al respecto de los malos olores y uno se siente mal, vos, pero ni modo, qué le vamos a hacer.
—Además —le dije, tratando de arreglar un poco el mal momento—, podés usar la mezcla para tus pies, para lavarte los dientes y hasta para cuando te sintás empachado por haber comido algo que te cayó pesado al estómago.
Luego de tales pláticas y de otras al respecto del clima, que tan loco que se puso, de las malas actitudes de los políticos, de lo interesantes que se están poniendo las Pereira y de la liga española de fútbol, nos despedimos con las cortesías y los afectos de siempre.
Unas dos o tres semanas más tarde se volvió a aparecer Gedeón por la casa. De inmediato percibí su olor tradicional, pero no quise hacerle ningún comentario porque si bien es cierto, viene siendo una caridad el advertir al prójimo sobre sus malos olores, tampoco hay que abusar con tal tipo de caridades. La plática giró sobre lo mismo de siempre hasta que de pronto se quedó callado y como pensativo.
—Mirá —me dijo—, fíjate que la receta que me diste de lo del bicarbonato no me funcionó.
Como a mí me ha funcionado muy bien, me causó extrañeza su comentario y le pedí que me explicara por qué no le había funcionado.
—Pues tal como me lo indicaste, fui a la tienda, compré la botella de coca cola, la destapé, le comencé a echar el bicarbonato y fue como si hubiera hecho erupción el volcán de fuego, vos, hice un tiradero y mi mamá hasta me maltrató porque ensucié la mesa y no hay agua para limpiar nada.
—¿O sea —le pregunté— que no sacaste el líquido que traía la botella?
—¿Y había que sacárselo, pues?
Armado con toda la paciencia del mundo me puse a explicarle que estaba claro que sí, que la mezcla la tenía que haber hecho con agua común y corriente, no con la bebida que llevaba la botella, que la reacción química del bicarbonato con la bebida siempre provocaba el resultado que él había tenido y le expliqué hasta el cansancio cómo era que tenía que hacer la cosa.
—Yo sinceramente te agradezco tus consejos —me dijo—, pero mejor ya no intento nada, mejor me quedo como estoy y cuando pueda me compro un desodorante.
Con Gedeón no se puede.