Jorge Antonio Ortega Gaytán
José Ortega y Gasset (1888 -1955), filósofo y ensayista español, situado en el movimiento del novecentismo, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital e histórica. En los cursos que imparto en la universidad siempre recomiendo la lectura de tres de sus obras que a mi criterio serán de utilidad para mis alumnos en la consolidación de su pensamiento crítico, ellos son: España invertebrada (1921), La Rebelión de las masas (1927), y Estudios sobre el amor (1933).
Esta aproximación a la producción orteguiana será hacia sus escritos sobre el tema nuclear del amor, en el cual ilumina la importancia y riqueza de las perspectivas del filósofo ante el tema erótico de su obra, es en esa pasión donde se encuentra el motivo de reflexión constante para Ortega, el cual considera que es el medio por el cual los seres humanos interpretamos nuestro existir y lo que nos rodea. Es en sí una teoría desarrollada por el ibérico sobre los sentimientos.
Su herencia filosófica sobre el tema es la recolección de sus escritos publicados en el diario madrileño El Sol y en La Nación de Buenos Aires entre 1926 y 1927, que abarcan los valores en juego, la historia del amor o el enamoramiento. Con una pupila bien abierta observa esa contrición del alma, la apertura del corazón, esa entrega del cuerpo a las caricias físicas o verbales, las locuras que pasan por la mente de los amantes, la danza del coqueteo y la aproximación al ser deseado, entender que la problemática constante no es querer, sino que lo quieran en forma integral y sin condiciones. En fin, el amor está presente en todo nuestro quehacer, afirma Ortega, es algo que no podemos evadir.
Es necesaria una aclaración antes de ingresar a las profundidades de los Estudios sobre el amor, de Ortega y Gasset, sus primeras publicaciones fueron en folletones en el diario El Sol, de Madrid, en los años de 1926-1927, los cuales fueron reunidos en un libro que salió a luz pública en 1933 (la traducción alemana), antes de la primera edición en español que fue puesta a la venta hasta el año de 1941.
Para entrar de lleno en el tema partamos de su afirmación que señala: “Al amor como el medio de conexión del humano con el cosmos”, se aventura a decir que la filosofía será “la ciencia general del amor”. Por lo tanto, será siempre un motivo de reflexión permanente, y convertirá los sentimientos en una ciencia irrevocable, lo cual lo hace desde la historia del amor, del enamoramiento, desde lo erótico de las palabras a lo visual, reafirmando lo que creía Dante, de cómo ese sentimiento dinámico ha hecho posible: “Mover el sol y otras estrellas”.
Muchos de los ensayos orteguianos son póstumos en la obra de Estudios sobre el amor, lo cual suma un valor incalculable a su lectura, en la cual se encuentra la esencia del escritor español sobre las relaciones que nacen desde la óptica de este sentimiento que le permite al ser humano ser integral, entender la sustancia central de la existencia, que lo lanza a la aventura, que asume el reto de nadar en su corriente aun sabiendo que el destino puede ser el desamor, la incertidumbre, la muerte… ¿Qué no se ha hecho por amor?, se pregunta en unos de sus ensayos, ¿acaso el amor es diferente entre la visión cristiana y la musulmana? Y, de ser así ¿cuáles son los motivos? Son múltiples los cuestionamientos que nos plantea el filósofo a través de sus ensayos.
Lo anterior nos permite, en forma quirúrgica, visualizar el espectro del amor en todas sus manifestaciones, desde el instinto natural, ese que llevamos en nuestro ser desde que nacemos, que heredamos de nuestros ancestros en forma directa y que nos vuelve adictos a sus efectos a lo largo de nuestro caminar por este mundo que, en algunos casos, nos complica, nos nubla la vista; de hecho, se confirma que el amor nos vuelve ciegos, que perdemos la razón y podríamos alcanzar con facilidad algún grado de locura a causa de sus efectos.
En el primer ensayo hace referencia a que él va a describir del amor y no de “amores”, debido a que estos son historias más o menos accidentadas entre hombres y mujeres, debido a que en esta situación hay un sinfín de factores que alteran las relaciones y que lo que menos se encuentra entre ellas es el amor. Las experiencias marcan que llegan a extremos en que la muerte de uno o de ambos sujetos se ve involucrada por los efectos de esas extrañas reacciones al enamorarse, así de fatídico puede ser el resultado de equivocarse; en pocas palabras, en los amores va a haber de todo menos amor, lo cual es increíble pero tangible, como la piel de los amantes.
Es un fenómeno genial, el amor, de lo cual no hay duda, no solo amamos al sexo contrario, también al arte o a la ciencia, la mujer y/o el hombre religioso ama a Dios. Durante toda la presencia de la humanidad es una constante su existencia, desde Platón, luego la doctrina de los estoicos, en la Edad Media con Santo Tomás y los árabes, en el siglo XVII vemos aparecer la teoría de las pasiones de Descartes y Spinoza, su interpretación hasta hoy en que nuestra alma se ha hecho cada vez más compleja y nuestra percepción más sutil, como lo manifiesta Ortega.
Es necesario distinguir claramente que la interpretación del amor estuvo sujeta a errores de concepción, por ejemplo: el amor y el odio son dos formas de deseo. El problema radica en la confusión entre apetitos o deseos. Nos advierte que el peligro está en que se desvanezca lo esencial del amor. La observación que hace al respecto da un claro panorama amplio que del amor nacen, pues, en el sujeto muchas cosas como los deseos, pensamientos, predisposición, actos. Pero todo eso que nace del amor como cosecha de un grano, no es el amor mismo; antes bien, presupone la existencia de este.
Más adelante en su ensayo consolida el concepto del amor, al subrayar que el amor es un eterno insatisfecho, mientras que el deseo muere automáticamente cuando se logra; fenece al satisfacerse, por lo tanto, en el amor todo, absolutamente todo es actividad. Lo valida a través de las aseveraciones de San Agustín que, según el autor, es uno de los hombres que más hondamente ha pensado sobre el amor, y que se libró de la interpretación que se hace de este sublime sentimiento entre deseo y apetito en uno de sus escritos: “Mi amor es mi peso; por él voy a dondequiera que voy”, amor es gravitación hacia lo amado.
A lo anterior se le suma el extracto de las cartas de una monja portuguesa, Mariana Alcoforado, que dirige a su infiel seductor:
“Os agradezco desde el fondo de mi corazón la desesperación que me causáis, y detesto la tranquilidad en que vivía antes de conocernos… Veo claramente cuál sería el remedio a todos mis males, y me sentiría al punto libre de ellos si os dejase de amar. Pero ¡qué remedio!, no prefiero sufrir a olvidaros. ¡ay! ¿por ventura depende de mí? No puedo reprocharme haber deseado un solo instante no amaros…” termina la carta “Adiós; ámame siempre y hacedme sufrir aún mayores males”. Dos siglos más tarde la señorita de Laspinasse “Os amo como hay que amar: con desesperación”.
Lo anterior lo termina de asentar con lo expresado por Spinoza: “Amar no es alegría, el que ama a la patria muere por ella, el mártir sucumbe de amor. Viceversa, hay odios que gozan de sí mismos, que se embriagan con el mal sobrevenido al odiado”. José Ortega nos lleva de la mano por todos los vericuetos del amor, con sus alternativas y variantes, sin límites nos alumbra y alerta sobre los peligros que envuelven a este fenómeno tan humano como el ser mismo. En el amar abandonamos la quietud y asiento dentro de nosotros, emigramos virtualmente hacia el objeto. Y ese constante estar emigrando es estar amando.
El amor se prolonga en el tiempo; no se ama en serie de instantes súbitos, de puntos que se encienden y apagan como la chispa de un magneto, nos aclara el filósofo español; lo amado se ama en continuidad, no hay alternativa a esta circunstancia, es como el agua que proviene de una fuente, es continua, se podría intuir que el amor no es un disparo, sino emanación continua, una irradiación psíquica que el amante va a lo amado, no es un golpe único sino una corriente. En resumen, son tres comunes en el amor y el odio: son centrífugos, un ir virtual hacia el objeto, y son continuos.
Con lo anterior, se puede claramente diferenciar al amor del odio, debido que ambos poseen la misma dirección puesto que son centrífugos, y en ellos a hacia el objeto; pero dentro de esa misma dirección llevan distinto sentido, opuesta intensión. El odio se va hacia el objeto, pero se va en contra de él; su sentido es negativo. El amor se va también hacia el objeto, pero va en su pro. Aclara, para terminar su ensayo, sobre ese sentimiento que hace mover al universo humano: “Amar es vivificación perenne, creación y conservación intencional de lo amado. Odiar es anulación y asesinato virtual, pero no un asesinato que se ejecuta una vez, sino que estar odiando es estar sin descanso asesinando, borrando de la existencia al ser que odiamos”.
Al sumergirnos en sus ensayos se rescatan aseveraciones contundentes de las manifestaciones del amor, por ejemplo: “Para un hombre la adhesión en una mujer amante dura ocho días. Sin embargo, aquella mujer que se enamoró a los veinte años sigue a los ochenta prendada del individuo, al que tal vez no volvió a ver”. Esta afirmación de Ortega no son imaginaciones, son hechos reales y documentados.
Ante lo anterior vemos que el enamorado tiene la impresión de que su vida de conciencia es más rica, al reducirse su mundo se concentra más. Todas sus fuerzas psíquicas convergen para actuar en un solo punto, y esto da a su existencia un falso aspecto de superlativa intensidad. Por lo tanto, el amor es obra mayor, magnifica operación de las almas y de los cuerpos.
En el ensayo, La elección en el amor, Ortega hace referencia al corazón como un catalizador natural de preferencias y desdenes. Es para él, el corazón, máquina de preferir y desdeñar, es el soporte de nuestra personalidad. Antes de que conozcamos lo que nos rodea, vamos lanzados por él en una u otra dirección, hacia unos u otros valores, estamos a merced de esto. Es el núcleo del corazón el que genera ese efecto secreto en nuestro actuar, en buena parte para nosotros mismos que lo llevamos dentro, mejor dicho, que somos llevados por él. En resumidas cuentas, el corazón nos dirige a escoger desde una penumbra subterránea de nuestros sótanos de la personalidad y nos es tan difícil percibirlo por su forma de actuar, que nos provoca amar en forma exorbitante.
Pero hay situaciones, instantes de la vida, en que, sin advertirlo, el humano se confiesa en la intimidad de lo que es auténticamente, y es precisamente en ellas cuando resalta el amor y dibuja el perfil de nuestro corazón. Es el amor un ímpetu que emerge de los más profundo de nuestra persona, como lo dicta el escritor ibérico. Pero puede suceder una ilusión óptica debido a que el amor es un sedal muy fino que solo se ve desde muy cerca, en muchos casos, el tal entusiasmo es solo aparente, en realidad no existe forma de distinguir en esos momentos iniciales si el amor es auténtico o falso. Es aquí donde aplica que en la guerra y en el amor se vale todo, y que toda técnica de guerra como en el amor se basa en el engaño.
Solo el corazón tiene la capacidad de intuir lo verdadero de lo falso, el resto de nuestro ser está hechizado por los maleficios de la seducción a los que se rinden nuestros sentidos, inclusive el alma se extravía en los laberintos del amor, ¿acaso, no hemos visto a tantos locos debido a ese embrujo? Pero al final, nuestros amores son la manifestación de nuestro ser recóndito.
Ahora bien, hay que estar consciente de que el menester amoroso es uno de los más íntimos, probablemente no exista algo más íntimo que el amor, ese del cual depende la mecánica del universo propio. Nadie vive sin él, por miserable que sea la existencia de un terrícola, es nuestra actitud primaria y decisiva ante la realidad total, el sabor del mundo y la vida que tiene para nosotros. Nuestro corazón, con la terquedad del astro, se siente adscrito a una órbita predeterminada y girará por su propia gravitación hacia el arte o la ambición política, o al placer sexual, o al dinero.
Los estudios sobre el amor permiten al lector acucioso navegar en ese océano inmenso e impredecible del amor, atracar en los muelles de islas desconocidas de nuestro profundo ser, bucear en el núcleo del corazón, nadar esquivando las olas del engaño al que está expuesta permanentemente el alma y flotar, disfrutando de esa fuerza invisible que mueve el sol y otras estrellas, de hecho, que permite la dinámica de nuestro propio universo y nuestra existencia. Al leer estos ensayos de José Ortega y Gasset, la percepción de nuestra existencia se fortalece, y consolida sin duda nuestro pensamiento crítico, tan necesario para tomar decisiones con el mínimo margen a equivocarnos, independiente de que es un derecho natural errar, por ser humanos.