Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

Seis es un número perfecto, y no porque Dios haya creado todas las cosas en seis días; todo lo contrario, Dios hizo su obra en seis días, porque el seis es un número perfecto.

Agustín de Hipona

Hay situaciones y asuntos sobre los que no reflexionamos, pero que nos acompañan en el transcurrir del tiempo.   Qué más adecuado a este comentario que los mismos nombres con los que hacemos referencia a este pasar del tiempo.  Así, nos hemos acostumbrado a los días y a los meses, sin mayor reparo, esto es, que utilizamos esos nombres con los que identificamos los días y los meses, los nombres que aparecen en el calendario, que es casi universal, sin detenernos a pensar en el sentido o la proveniencia de los términos que usamos, sin cuestionarnos de dónde vienen.

Un hecho del que podemos partir, sin mayores titubeos, es el referido a la historicidad del lenguaje, pues este fundamental componente de la cultura tiene un origen y una evolución, lo que viene a ser relevante para la comprensión de en dónde nos encontramos y por qué estamos aquí.   Estas reflexiones, que podrían parecernos ociosas o nebulosas, pueden, desde distintas perspectivas, ayudarnos a comprender quiénes somos.   Tanto nuestras cosmovisiones, sobre las que sustentamos gran parte de la civilización actual, como nuestras formas de pensar, valores y teleologías, encuentran sus raíces en un pasado remoto, aunque no tan lejano como lo es el surgimiento de nuestra especie, el sapiens, acontecida hace unos doscientos mil años.

En nuestro reciente artículo, «Mitología primordial», explicábamos que los mitos son un producto cultural, que contienen elementos adheridos, de manera inseparable, a nuestro concepto de humanidad, esto es, de lo que significa existir como un ser humano.   Los simbolismos encerrados en las diferentes mitologías, aunque han evolucionado en el tiempo, como resultado de una dinámica sociocultural, también imparable, siguen preservando valores fundantes para las culturas de origen, provenientes, por lo general, de las grandes civilizaciones de la Antigüedad.

Explicábamos que la palabra «mitología» proviene de las raíces griegas μῦθος, mythos, y Λóγος, logos, por lo viene a entenderse como un conjunto de relatos adheridos a una determinada cultura, vinculados con expresiones usualmente de origen sagrado, que posteriormente han sido tratados como una serie de creencias colectivas perdurables a través de las sucesivas generaciones, puesto que mythos refiere a un acto de ritualizado o tradicional, mientras que logos se encuentra vinculado con la expresión, tanto oral como escrita, es decir, con la racionalidad.

De manera particular, las mitologías emergen de ciertos relatos sobre el origen del cosmos y las fuerzas divinas de las que el universo surgió, a las cuales les denominamos divinidades primordiales.  Estas primeras fuerzas, o estructuras constitutivas, devienen posteriormente en unos dioses y diosas, más antropomórficos, que vendrán a interactuar con el ser humano, de una manera más personal, incidiendo en su destino.   Vemos, entonces, un proceso evolutivo que va de lo más abstracto e impersonal, hacia entidades más concretas y significativas para la vida de las personas, sea como individuos, sea como colectivos y comunidades.

 

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En este contexto, regresando al inicio, por lo general no pasamos a cuestionarnos sobre el origen de muchas convenciones, sin sospechar que detrás de ellas existen vestigios de antiguas creencias que en algún momento compartimos, a veces a nivel comunitario, pero otras veces a nivel global. Justamente, los alcances que tienen determinadas creencias, o mitos, reflejados en el lenguaje actual, son directamente proporcionales a su antigüedad.   Es decir, que mientras más extendidas geográficamente se encuentran estas creencias, mayor será el intervalo de tiempo hasta converger en un determinado tronco común, compartido, en un mundo que, en su momento, fue más cohesivo por ser más pequeño, tanto espacial como culturalmente hablando.

Por otro lado, es altamente probable que la diversidad que observamos en las creencias actuales no nos dé cuenta del pasado que con seguridad hemos compartido, remontándonos a una humanidad más convergente, en los inicios de la cultura misma, antes de la escritura y los anales de la historia más antigua, traspasando los milenios que conforman el actual holoceno. De hecho, muchas veces es únicamente a través de los escrutinios arqueológicos y sociolingüísticos que resulta posible el establecimiento de los nexos entre una civilización y otra, en la que los mitos y las deidades jugaron un papel fundamental en la interpretación de la existencia humana, como parte especial del cosmos circundante.

Estos denominadores ideológicos comunes, compartidos a lo largo de los siglos y de los milenios, funcionan como claves hermenéuticas de esta compleja red de conceptos socioculturales.   De esta guisa, traemos a colación uno de estos denominadores clave, utilizado en el día a día, sin reparar en su origen y su antiquísima interpretación: la semana.   Aunque tratado de manera menos extensa, también podremos descubrir una ruta similar para el caso de los meses.  Quizá no nos hayamos preguntado al respecto de por qué utilizamos estas unidades para medir el tiempo: los días, las semanas, los meses, los años.   En el interín de los párrafos que siguen, espero nos respondamos la razón de tales unidades.   Al final, una reflexión al respecto.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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Primeramente, caer en la cuenta de que nuestra inteligencia nos permitió la observación sistemática de los eventos naturales, reparando en su conveniente ciclicidad, para el registro de los sucesos que acontecían en nuestras vidas.   Así, pasamos a construir distintos tipos de calendarios, asociándoles, por lo general, fuerzas sobrenaturales a los fenómenos más significativos. En términos generales, las interrelaciones de tres cuerpos celestes en nuestro sistema estelar nos permitieron la pertinente medición del tiempo, a saber: nuestro planeta Tierra, el Sol y la Luna.   Reflexiónese aquí sobre la interrogante del párrafo precedente: qué es un día, semana, mes o año.

En particular, la influencia del movimiento lunar es perceptible en nuestro planeta de diversas formas, y por ello ha sido motivo subyacente en distintos mitos y creencias, desde las civilizaciones más antiguas, hasta las leyendas urbanas de la cultura popular de hoy en día. Al margen de todo ello, uno de los subproductos más notables de la ciclicidad lunar nos ocupa en esta oportunidad, la semana, la cual sirve como unidad fundamental para la planificación de nuestras acciones y para el registro de los eventos. Aunque constituida siempre por siete días, el inicio de la semana varía según el contexto, lo que se aprecia en el mapa incluido en la imagen siguiente.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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En nuestro país, debido a la influencia española, la semana inicia los días lunes.  Se trata de las regiones que en la imagen precedente aparecen coloreadas en naranja claro.  Empero, en nuestro mismo continente, véase la influencia portuguesa, que inicia en el día domingo, coloreada en azul.  Así, en Estados Unidos como en Brasil, el primer día de la semana es el domingo, como se aprecia en los distintos calendarios ahí utilizados.   En cambio, para nosotros, la semana termina en un domingo.   En brasileiro, lunes se dice segunda-feira, porque es, justamente, es el segundo día de la semana.

Lo cierto es que la semana data de las civilizaciones semíticas más antiguas, por lo que se le observa en las religiones abrahámicas con una significancia específica.   Por ejemplo, en la Torá, al inicio del Tanaj, cuando se habla de la creación del mundo y el aparecimiento del ser humano.   Vemos aquí la cosmogonía abrahámica.  No obstante, la reconstrucción sociolingüística más rigurosa en torno del aparecimiento de la semana apunta a su presencia en el protoindoeuropeo, por lo que estamos ante una antigüedad mayor, lo que se ve reflejado en su uso actual prácticamente universal.  Como expresamos, a mayor universalidad de una convención, mayor el retroceso que deberemos tener para encontrar el origen de esa convención.

Sin entrar en la profundidad de los fenómenos astronómicos citados, periódicos, llamamos año al tiempo para la circunvalación de la Tierra alrededor del Sol, tiempo orbital de nuestro planeta, y día al tiempo de rotación de la Tierra sobre su propio eje. Asumimos que los días tienen la misma duración, que no cambian con el transcurrir del tiempo, al igual que los años, permaneciendo invariables por toda la eternidad. Sin embargo, lo cierto es que ambos movimientos se hacen paulatinamente más lentos, aunque estas variaciones resultan realmente insignificantes e imperceptibles para los efectos de nuestra vida media.   El día, por ejemplo, aumenta su duración en apenas una centésima de segundo en el transcurso de cinco siglos.

Al asumir el día como unidad fundamental del tiempo, correspondiente a la rotación de la Tierra, sucede que los otros dos movimientos no coincidirán en un número entero.  Es decir, ni el año solar ni el «mes lunar» tienen un número exacto de días.  Viene a ser prácticamente improbable que la duración de la circunvalación terrestre alrededor de Sol estuviera en relación racional con la duración de la rotación terrestre.

Lo anterior es un hecho matemático, pues al tomar un número real cualquiera, al azar, es prácticamente imposible que este número resulte ser un número racional.   Por ello, en cualquier sistema estelar, el número de días que tiene el año, para un planeta específico, nunca será exactamente un número entero.  Pregúntese el lector y lectora, ¿por qué deberían encajar, de manera entera (número racional), los fenómenos de rotación y traslación de un planeta dado?   Aunque hoy estamos claros de ello, no así en la Antigüedad, en donde se creía que los dioses y diosas estaban detrás de los movimientos de los cuerpos celestes.   Ante la ciclicidad, casi perfecta, del movimiento de los objetos celestes, se esperaría relaciones exactas, enteras.

De la no exactitud de la relación entre los días y los años, se obtuvo una variedad de calendarios para el registro del tiempo. Por ejemplo, nuestro calendario estándar, el denominado calendario gregoriano, vino a superar el precedente calendario juliano, para el cual se había establecido, por convenio, un año con una duración exacta de 365.25 días.  Sin embargo, esto no es correcto respecto de la realidad física, pues el año solar, o año trópico, tiene una duración exacta de 365.242190402 días.  Es decir, no es correcto pensar que el año tiene 365 días exactos.

Por otro lado, al tomar 365.25, el calendario juliano consideraba como necesaria una «corrección»: este supuesto 0.25 de día se corregiría con la inclusión de un día extra, agregado cada cuatro años al mes de febrero, en los años bisiestos.   Empero, el año gregoriano incluyó una serie de correcciones más en el calendario estándar, con el objetivo de aproximarse de la mejor manera a la duración real.  Esto ameritará una revisión específica del tema, que podremos atender en otra oportunidad.  Lo cierto es que, con esta serie de modificaciones al año juliano, el gregoriano garantizaría mayor exactitud, al menos por muchos siglos después de su creación.

Por otro lado, una circunvalación lunar tiene una duración aproximada de 27.322 días, lo que vendría a determinar la duración del mes lunar.  Es decir, si el año es determinado por el Sol, por la traslación de la Tierra alrededor del Sol, el mes vendrá dado por la traslación de la Luna alrededor de la Tierra.   Desde aquí elementos míticos se vincularán con el tiempo lunar y el tiempo solar, asociados en correspondencia a ciertas tradiciones de los denominados culto lunar y culto solar respectivamente.

Sin embargo, al margen de la duración más exacta que citamos para el mes, resulta que los observadores más antiguos, hace miles de años, asignaron a este «mes lunar medio» una duración de 28 días exactamente, que, subdividida en cuatro cuartos, originó la semana, de siete días.  De esta forma, cuatro semanas consecutivas estarán por ende asociadas con las cuatro fases lunares, a saber: plenilunio, menguante, novilunio, creciente.

Este número 28, en su momento, fue considerado por los pitagóricos como un número especial, por ser un número perfecto, al igual que el número 6, citado por san Agustín en el epígrafe, como frase inicial.   La idea de que los tiempos y los astros mantenían relaciones enteras es fundamental.   Agustín de Hipona somete al mismo creador del mundo a la perfección aritmética, que ciertas creencias muy anteriores enseñaban que debían ser preservada.   Así, el creador y sus creaturas, trabajando durante seis días, pero descansando al séptimo, se desempeñarían durante cuatro semanas para completar un mes, lo que parecía estar en perfecta armonía con la perfección de los números citados.

Me parece que cabe una rápida digresión, a modo aclaratorio.  Los números 6 y 28 son perfectos», porque sus divisores propios suman exactamente igual a sí mismos.  Veámoslo mejor con los números mismos.   El primero, 6, es perfecto, porque los divisores de 6 son: 1, 2, 3, 6.   Si se suman los divisores propios, menores al número mismo, tendremos que: 1 + 2 + 3 = 6.   De similar forma con 28, cuyos divisores son: 1, 2, 4, 7, 14, 28.   Así, se tiene que: 1 + 2 + 4 + 7 +14 = 28.

Los únicos números perfectos que se conocieron en la Antigüedad, fueron el 6, 28, 496 y 8128.   Estos fueron descritos por Euclides, cerca de 300 a. C., por lo que unos miles años atrás es probable que sólo se conocieran el 6 y el 28.   Hubo que esperar al año 1456 para encontrar el quinto número perfecto, que es 331550,336.   Curiosamente, no se sabe quien fue quien lo descubrió.  Cerramos el paréntesis, reforzando la idea de la poderosa influencia que estos dos números, 6 y 28, ejercieron en las convenciones para la duración de la semana y del mes lunar.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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No obstante, el objetivo de esta oportunidad va en la línea de ilustrar la correlación cultural y lingüística de las civilizaciones antiguas, evidenciada en el nombre de los días.  Ahora los chicos se encuentran fuertemente familiarizados con el idioma inglés, al menos mucho más que con el griego antiguo, o con el latín, de forma que puede resultar sumamente interesante reparar en el origen del nombre de los días de la semana, para lo cual deberemos retroceder a la antigüedad del clasicismo griego.

Para establecer los días y el orden que deben seguir, puede regresarse a la imagen previa.  Deberemos colocar los siete «planetas» del sistema geocéntrico del universo, desde el más cercano a la Tierra, hasta el más lejano, como se muestra.   El orden queda así: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno.  Nótese que estos son los nombres romanos, latinizados, pero provienen del mundo griego antiguo, y aún más, del anterior a este. Al colocar los planetas, en un heptagrama, se obtiene el orden de los días asignados a cada planeta, según se ve aprecia en la imagen precedente.

Un heptagrama es un heptágono estrellado regular, figura geométrica simbolizada, en la notación de Schläfli, así: {7|2}.   Al seguir la ruta del heptagrama, el orden de cercanía, léase Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, pasa a transformarse en el siguiente: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno, Sol.   De esta situación, se entiende, tanto el origen de los nombres de los días de la semana, como del orden seguido.   Los nombres, en una gran diversidad de idiomas, como puede verificarse, responden a las divinidades que regían los cuerpos celestes correspondientes. En la imagen siguiente se muestran unos cuantos idiomas, aparte del castellano, o español, y del inglés.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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Ya mencionamos que el primer día será también convencional, dependiendo de la cultura que posteriormente absorberá estos conceptos.   Note que cada día corresponde a un «planeta» y a alguna divinidad.   Respecto a los nombres de sábado y domingo, que deberían corresponder a Saturno y al Sol, veremos una paulatina evolución, a otros conceptos del cristianismo posterior a estas asignaciones.   Básicamente el sábado proviene del término semítico sabbat, y el domingo del latín domini.

Este último, asociado con la expresión Dies Domini, o día del Señor.   El paralelo viene de los cultos solares antiguos, que en la Grecia antigua se asociaron con Apolo, dios del Sol, hijo de Zeus.  También nótese que Saturno es la romanización del titán griego Cronos.   Sobre este se lee:

Es el principal, en algunos mitos el más joven, de la primera generación de titanes, descendientes divinos de Gea, la tierra, y Urano, el cielo.  Crono derrocó a su padre Urano y gobernó durante la mitológica edad dorada, hasta que fue derrocado por su propio hijo Zeus y encerrado en el Tártaro,  o enviado a gobernar el paraíso de los Campos Elíseos.​

Por otro lado, no podríamos dejar pasar el detalle, en el cual la lectora o lector más agudo y observador ya habrá reparado.   Se trata del idioma inglés, en donde se observa la presencia de Tiw, Woden, Thor y Frigg, quienes son los dioses «casi correspondientes» a los respectivos griegos, pero en la mitología nórdica y germánica, como quizá se ha adivinado, por la presencia del afamado Thor, a raíz de los personajes del universo cinematográfico de Marvel, popularizados recientemente.

Así, Tiw corresponde a Marte, Ares, relacionados con el día martes.   También se descubre a Frigg, Frida o Freya, quien corresponde a Venus, Afrodita, relacionados con el viernes.   Un leve rompimiento se ve en el caso de Woden, u Odin, que es el padre de Thor, puesto que Marte, Ares, es el hijo de Júpiter, Zeus, quien a su vez es hijo de Saturno, Cronos (Κρόνος, distinto del tiempo χρόνος).

Curiosamente, en vista de la aritmética del heptagrama originario del orden de los nombres de los días, al leer la semana en saltos, se tendrá el modelo geocéntrico de la antigüedad, así la secuencia dada por lunes, miércoles, viernes, domingo, martes, jueves, sábado se convertirá en la siguiente: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno. Por ello, al descubrir el nuevo planeta, Urano, se le bautizó con ese nombre, cabalmente por tratarse del padre de Saturno, para conservar así el orden que acá hemos descrito.   Este descubrimiento de Urano se dio en 1781, seguido del descubrimiento de Neptuno, en 1846.

Con esto previo, hemos presentado, en el artículo precedente, algo al respecto de las deidades primordiales en la mitología griega y de cómo estas fueron evolucionando hacia deidades más cercanas al devenir humano, es decir, más antropomórficas.   En otro sentido, por lo general no reparamos que la cultura grecolatina, tan influyente en el mundo occidental, tiene sus bases en otras culturas que le precedieron, las cuales, de alguna forma, moldearon el pensamiento mítico antes de cualquier sistematización específicamente ritualista o religiosa.

En general, ninguna cultura o civilización escapa totalmente a su pasado, a esa conformación de las distintas creencias que a lo largo de su historia se van asumiendo. Muchas veces ese pasado se pierde, se vuelve borroso y difuso, básicamente por la falta de adecuados registros históricos. Además, está el tema de la inculturación y la imposición de nuevas creencias dominantes, como es el caso del cristianismo y su evolución en lo que hoy concebimos como Occidente, a través del cual se estableció una verdad en calidad absoluta, distante y radicalmente ajena a las otras, que fueron calificadas de paganas.

En todo este fenómeno de intercambio e imposición cultural, por lo usual, mediante las conquistas de tipo militar, es relevante mencionar que el idioma guarda rastros lingüísticos que funcionan como auténticas claves, a manera de fósiles arqueológicos, que permiten descifrar algo al respecto de las creencias reproducidas, generalmente de forma oral, generación tras generación. Un ejemplo lo estamos colocando sobre la mesa al introducir algunos elementos al respecto del origen del nombre de los días de la semana.  En lo previo hemos hecho alusión a los nombres en castellano: lunes de luna, martes de marte, y así sucesivamente.   Ahora estamos agregando elementos no´rdico germánicos.

Así, caemos en la cuenta de que tuesday-martes proviene del dios germánico de la guerra Tiw, que sustituye al marcial grecorromano Marte.   Wednesday-miércoles proviene del principal dios germánico Woden, que substituye al dios secundario MercurioThursday-jueves proviene del muy importante dios guerrero Thor, que substituye al magnánimo Júpiter.    Friday-viernes proviene de la diosa de la fertilidad Freya (o Frigg, que no es la misma deidad), que substituye a la diosa romana del amor Venus.   Esta asignación es común en las lenguas derivadas del protoindoeuropeo (pIE), en las cuales, en particular, el jueves, día de Júpiter o de Thor, es el día de Dios (ἡμέρα Διός). Claro, en las culturas orientales del Este la situación será totalmente independiente.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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A manera de introducción a la mitología nórdica, notamos que, con toda seguridad, hace una década Thor nos hubiera sido un perfecto desconocido. Sin embargo, en virtud de la presencia de la mitología nórdica en las películas de Stan Lee, es decir, del universo cinematográfico de Marvel (MCU: en inglés, Marvel Cinematic Universe), todos tenemos una idea de quien es este personaje, aunque posiblemente pensamos que se trata de un héroe más en los recientes cómics (como en los casos de Flash o Batman), sin asociarlo con uno de los principales dioses del panteón nórdico, de hecho, el más fuerte de todos ellos.

Por otro lado, también observamos la presencia de la mitología nórdica en otros mediáticos, como el videojuego God of War, o la serie televisiva en la plataforma de Netflix, Vikingos. Resulta relevante mencionar que todos estos han tenido una fuerte influencia del escritor y filólogo británico J. R. R. Tolkien, quien enriqueció su saga de temática fantástica, The Lord of the Rings (El señor de los anillos, de 1937 a 1949) con elementos de esta mitología.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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Thor (del nórdico antiguo Þórr: trueno) es el dios del trueno y de la fuerza, aunque también se caracterizaba por su filantropía hacia los agricultores, dado el control que podía ejercer sobre el clima, y por lo tanto sobre las cosechas, llegando a asociarse con la justicia y las batallas. Thor es hijo de Odín, el dios supremo del panteón nórdico, y su madre es la diosa de la tierra, conocida por su gran vitalidad. Odín era el dios de las batallas y la muerte, y, como tal, era adorado por los vikingos y los guerreros.

A pesar de ello, llama la atención que, con el transcurrir de los siglos, Thor destacó por su naturaleza sencilla, más humana, frente a la compleja naturaleza bélica y hasta cierto punto caótica de su progenitor Odín. A Thor se le presenta como honesto, directo y justo, aunque también sobresaldrá por su temperamento iracundo. La substitución del padre por el hijo será un elemento común en las tradiciones míticas más antiguas, paralelismos que merecerán una posterior atención.  Ya el padre de la psicología contemporánea realizaba algún intento hermenéutico en esta dirección.

También es frecuente que, en las creencias politeístas, se tienda a pensar en dioses antropomorfos, sin embargo, en un sentido más profundo, la mitología nórdica se enfocaba en las fuerzas de la naturaleza, a las cuales se les asignaba un temperamento y alguna personalidad propia de los fenómenos.   Esta naturalidad de las divinidades primordiales ya la hemos comentado.  A la humanización de Thor se le ilustraba como un hombre rubio de larga cabellera pelirroja, siempre acompañado de su poderoso martillo, el Mjolnir, con el que protegía a los mortales de los posibles ataques del mal.   La mitología nórdica es rica en relatos y detalles.

Para ejemplificar, el palacio de Thor era el Bilskirner, que se hallaba en el reino de Thrudvang, en Asgard, gobernada por Odín. Para poder viajar de un lugar a otro utilizaba un carro tirado por dos machos cabríos, llamados Tanngnjos y Tanngrisner, que podían ser sacrificados para ser resucitados al día siguiente. Se dice que a su paso los truenos retumbaban en el cielo. Otro lugar notable en la mitología nórdica es el Valhalla (del nórdico antiguo Valhöll: salón de los caídos)​, un enorme y majestuoso salón ubicado también en Asgard, a donde una mitad de los muertos en combate viajaban, guiados por las valquirias, mientras que la otra mitad de fallecidos iban al Fólkvangr de la diosa Freyja.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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Es relevante mencionar que, tras el proceso de cristianización en los pueblos escandinavos, la figura de Thor fue demonizada explícitamente, mediante la creciente influencia de los misioneros. Empero, restos de la fe se conservaron de forma clandestina, sobreviviendo hasta nuestros días, por medio de la literatura lírica del Medioevo temprano, como la Edda poética.  Un ejemplo de esta producción literaria la encontramos en el poema Hávamál, que se traduce como Dichos de Hár o Discurso del Altísimo.   En la Oda 77 del «Gestaþáttr», Hávamál, se lee: «Las riquezas mueren, los familiares mueren; uno también debe morir.   Sé de una cosa que jamás muere: la reputación de cada hombre que muere».

Una de las curiosidades de las diosas y dioses nórdicos es que eran mortales. La muerte de Thor llega en el Ragnarök, cuando pelea contra Jörmungandr, una serpiente gigante y terrible, engendrada por Loki y la gigante Angrboda. En su combate contra la horrible serpiente, Thor mata a la bestia aplastando su cabeza con su martillo, pero, tras retroceder nueve pasos, Thor acaba cayendo muerto debido al veneno inyectado por Jörmungandr.   Todos estos relatos nos parecen más lejanos y extraños, no solo en su terminología, sino en los significados que encierran, básicamente, porque se trata de civilizaciones antiguas un poco más alejadas de nuestra cultura matriz.

Imagen cortesía: Suplemento Cultural
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Con gran probabilidad de una lectura de interés general, será pertinente considerar el retorno a varios cabos sueltos que acá estamos dejando, con la intención de la comprensión de otras culturas milenarias que, a pesar de haber llegado hasta nuestros días, son menos conocidas en nuestras latitudes. El análisis de las coincidencias y diferencias con la cultura grecolatina, de la cual hemos tenido mayor influjo, nos evidencian un pasado común que se remonta al primer milenio de la protolengua indoeuropea, antes del 3000 a. C.   El objetivo será poder dar continuidad a estas inquietudes.

La reflexión final, referida a la duración de los días y del año mismo, nos lleva al planteamiento de posible vida en otros planetas, en la inmensidad del universo, o, si se quiere, pensar nuestra misma existencia en otra ubicación del cosmos.   Entonces veremos que, todas las nociones elementales surgen de nuestro entorno, en especial, lo relacionado con el tiempo y el espacio.   Los ciclos de la biota en nuestro mundo están relacionados con los períodos de nuestro sistema estelar, pero, de manera especial, con los cuerpos celestes que más nos influyen.

En nuestro caso, las relaciones, contingentes, por cierto, entre el astro, el Sol, nuestro planeta, la Tierra, y nuestro satélite, en este caso de tamaño considerable, la Luna, definen nuestra misma concepción del devenir, del transcurrir del tiempo.   En otro lugar del cosmos, esta concepción del tiempo sería diferente, con días, meses y años, posiblemente, muy distintos de los que utilizamos.

Por otro lado, de forma complementaria, nuestro lenguaje se ha adecuado a estas realidades físicas, lo que no excluye el pensamiento mitológico primordial, provenientes de las civilizaciones cuna de nuestra humanidad.   Con toda seguridad, en un tiempo bastante lejano, nuestro lenguaje responderá a hechos y realidades distintas, imparciales, que no provengan de ni creencias ancestrales ni de lejanos mitos.   Mientras ese tiempo llega, será conveniente recordar la etimología y las significancias de los orígenes de los términos que utilizamos.   En particular, nuestra finalidad se resume en un llamado al descubrimiento de los significados ocultos en los nombres de los días de la semana y de los meses del año, como ha tratado de reflejar nuestro titular.


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[ 1 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://egeosuvlakeria.com/halloween-mitologia-griega/
[ 2 + 3 + 4 ] Imágenes editadas por Vinicio Barrientos Carles, tomadas de diversos medios
[ 5 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://en.wikipedia.org/wiki/Week
[ 6 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://es.wikipedia.org/wiki/Thor
[ 7 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://es.wikipedia.org/wiki/Mitolog%C3%ADa_n%C3%B3rdica     +     https://elretohistorico.com/frases-10-proverbios-vikingos-que-deberias-conocer/
[ 8 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://elretohistorico.com/frases-10-proverbios-vikingos-que-deberias-conocer/     +     https://es.wikipedia.org/wiki/Valhalla
[ 9 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://www.ancient-origins.es/mitos-leyendas-europa/thor-dios-trueno-003969
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