Roberto Blum
La guerra de Ucrania, en la que se enfrenta realmente la Organización del Atlántico Norte (OTAN) con la Federación Rusa, está generando importantes movimientos en la economía de los países europeos y de hecho en toda la economía política mundial. No es solo la “desdolarización” la que amenaza el orden financiero internacional, construido al finalizar la Segunda Guerra Mundial, sino que todo el andamiaje del sistema de reglas e instituciones internacionales está siendo cuestionado por una mayoría de los países del llamado “Sur-global”.
Como ejemplo de este proceso, están los países llamados “BRICS+plus” (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) más los seis nuevos países invitados al club, Argentina, Egipto, Etiopia, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos que forman la punta de lanza de un movimiento político y económico que intenta construir un nuevo orden internacional en el que “Occidente” no será más quien establezca y haga cumplir las normas que rigen las relaciones internacionales. Estaríamos pues, transitando de un sistema internacional de origen Euroamericano a otro más heterogéneo e inclusivo.
El “peso real” de los recursos de los “BRICS+plus” es sustancial. Su población es casi el 46 por ciento de la población mundial (3,648 millones de habitantes) y sus territorios continentales suman 48.5 millones de kilómetros cuadrados en los que existe una incalculable riqueza “real” consistente en minerales, energías fósiles y renovables, aguas y tierras cultivables, que pueden traducirse fácilmente en productos e insumos de “poder efectivo nacional”. La suma de los productos nacionales brutos (PNB) de estos once países es de unos 30 billones (trillones en la cuenta estadounidense) de dólares, equivalente al 30 por ciento del Producto Mundial Bruto (PMB). Sin duda los “BRICS+plus” son un grupo significativo de Estados-nación que plantean un mundo y una economía política diferente.
Es importante recordar que el filósofo escocés Adam Smith, considerado como el “padre” de la nueva disciplina llamada “economía política” en el siglo XVIII y de la economía «clásica» que se desarrolló en el siglo XIX, en su ensayo sobre la «Riqueza de las Naciones” proporcionó el primer relato completo de la sociedad de mercado como un sistema descentralizado y «bien gobernado», en el que los precios coordinan la asignación eficiente de recursos en una economía competitiva que para entonces estaba desplazando al previo sistema dominante de la economía “mercantilista y/o bullonista”.
Se puede argumentar que la evolución de la disciplina que estudiaba la economía política en sus inicios, por los años de los mil ochocientos, se fue transformando en una actividad que deseaba convertirse en una verdadera “ciencia” social, que explicaba la escasez, para en el siguiente siglo transformarse en una rama de la “administración de los problemas complejos” que aparecen en las sociedades industriales y tecnológicas contemporáneas. Así, con instrumentos y métodos administrativos, simples o complicadas políticas de diverso tipo, se intenta enfrentar ahora la pobreza, el cambio climático y las disputas entre los Estados, utilizando instrumentos cada vez más abstractos y alejados de los recursos “reales y tangibles”. Sin embargo, el conflicto en Ucrania está demostrando que, en última instancia, son los recursos “reales”, soldados y armas, junto a todos los demás insumos y apoyos que los sostienen, los que permiten a los Estados prevalecer.
La disciplina que comenzó hace dos siglos y medio, y que intentaba explicar el cómo y el porqué del trabajo humano y mecánico, para producir e intercambiar “cosas” útiles para las personas concretas, tales como alimentos y bebidas, telas baratas producidas mecánicamente y muchas otras fruslerías en enormes cantidades, deseadas por las poblaciones europeas y del resto del planeta, generaban la riqueza de Gran Bretaña, Francia y los Países Bajos principalmente. En América, la doctrina Monroe y el “Destino Manifiesto” permitieron aprovechar el extenso y rico territorio norteamericano, que fue llenándose con un interminable flujo de inmigrantes, quienes valiéndose de la generosa geografía y los incontables recursos naturales existentes pudieron hacer de los Estados Unidos la nación más rica y poderosa del siglo XX. Sin embargo, es evidente que el desarrollo tecnológico y administrativo de los últimos dos siglos y medio, aunado al aprovechamiento de las energías fósiles, permitió el crecimiento de la riqueza mundial, hasta alcanzar hoy los que parecen límites naturales del planeta. Límites que hoy son indiscutibles y que están desatando una feroz y, a veces, violenta competencia entre los grandes Estados-nación para acceder y controlar los recursos “reales” que necesitan, con los cuales sostener su poder.
De nuevo habrá que releer en el siglo XXI, con nuevos ojos, la obra de Adam Smith, para entender en qué consisten la verdadera riqueza y el bienestar de las naciones.