Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Para empezar a tratar el tema hay que decir que la definición del término presupuesto no es la misma que tienen en mente nuestros políticos tradicionales. Ellos piensan en el dinero que tendrán para gastos públicos en un año, para dilapidarlo, echárselo a la bolsa o pasarla bien haciendo de todo, menos cumplir con la meta de lograr el bien común a través de programas que conlleven progreso y desarrollo para nuestra sociedad. En Guatemala llevamos muchos años haciendo esto mismo, olvidándose que el Estado no produce nada y que los recursos provienen de quienes directa o indirectamente generamos riqueza y que, aun los más pobres, también aportan.

De esto último parte el criterio que la población sea la que deba controlar a nuestros políticos para que ya no sigan haciendo lo que hasta el momento nos ha tocado ver, pues no solo se gastan lo que ingresa en el año, si no llegan a comprometer hasta las siguientes generaciones que no tienen ninguna culpa de su desvarío. Si bien es cierto que el Organismo Ejecutivo es quien debe ejecutar las acciones para dirigir, controlar y velar por el buen gasto y las correctas inversiones, también lo es, que la constitución política del Estado determina que sea el Legislativo el que deba velar, supervisar o fiscalizar que lo antes dicho sea una realidad. Es de suponer que la función del diputado es representarlo a usted.

Pero ¿cuál ha sido nuestra realidad a través de la historia? En tres palabras: ¡todo lo contrario! Ellos son los primeros en formar parte del vasto equipo de avorazados ciudadanos, consentidos por la misma población para que hagan cuánto quieran, eso sí, quejándose los tres tiempos pero sin mover un solo dedo para exigirles que produzcan y que velen por los intereses de quienes representan. De esa cuenta, tanto los ejecutores como los fiscalizadores han vivido en pleno contubernio logrando exprimir los bolsillos de los contribuyentes, sin que estos por ninguna parte puedan encontrar algún resultado positivo y productivo.

Por lo visto y al paso que vamos nos esperan otros cuatro años más de lo mismo o ¿usted amable lector tiene la certeza que los diputados que van a tomar posesión el próximo 14 de enero van a ser distintos de los actuales? ¿Cree usted que eso vaya a ser posible cuando usted llegó el domingo 6 de septiembre pasado a marcar en su papeleta con una equis el símbolo partidario, sin tener ninguna idea de la honorabilidad, capacidad y experiencia de los candidatos propuestos a dedo por dicha organización política? Por eso insisto en repetir ¡en esto está el meollo del asunto!

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