María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com
El proceso electoral que aún no concluye ha sido, sin lugar a dudas, único en su clase. Tanto el desarrollo de la primera parte como los resultados generaron sorpresa en la mayoría de guatemaltecos. El 7 de septiembre a eso de las 2:15 a. m., al término de las transmisiones especiales de diversos canales creíamos conocer a los partidos triunfadores que se disputarían el poder en la segunda vuelta, pero solo horas después el resultado había cambiado, dejando a la mayoría boquiabiertos.
Estamos ahora a menos de un mes para tener que ir de nuevo a las urnas y emitir nuestro voto para elegir a quienes nos gobernarían durante los próximos cuatro años. A pesar de la relevancia de la decisión que tendremos que tomar, es increíble la cantidad de guatemaltecos que se resisten a asistir a los centros de votación y ejercer su obligación ciudadana de escoger a nuestros siguientes gobernantes.
No todos los argumentos que usan quienes están dispuestos a abstenerse son absolutamente inválidos o carecen de fuerza e importancia. Creo que muchos de nosotros nos sentimos entre la espada y la pared ante la indecisión y las opciones que nos han quedado pero que fueron, a la larga, las escogidas por nuestro pueblo y avaladas por aquellos que en la primera oportunidad no acudieron a emitir su voto.
La acción de emitir el sufragio es fundamental en cualquier país que se quiera encaminar en dirección a la democracia. Si bien, nuestra débil institucionalidad y nefasto sistema de partidos políticos nos alejan cada vez más de la auténtica representación y del gobierno del pueblo, no podemos dejar de hacer nuestra parte ni dejar de involucrarnos activamente en la elección de nuestras autoridades.
Lamentablemente estamos demasiado tarde para revertir el proceso actual y así dejar de experimentar las secuelas de la negligencia de nuestros representantes y de nosotros mismos. El habernos quedado callados por cuatro años más acerca de la inminencia de las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos está pasando su factura. No quiero decir con ello que debamos conformarnos con nuestra realidad o que ésta sea inalterable, sino que se debe empezar a hacer algo para cambiarla. El no acudir a las urnas no es un mecanismo efectivo para erradicar el problema, todo lo contrario, es hacer responsable a los demás de una decisión en la que nosotros también debemos tomar parte.
No deben transcurrir otros cuatro años para que, en el límite del abismo, empecemos a clamar por cambios que han sido necesarios desde hace mucho tiempo, pero que con la lejanía de las elecciones parecieran quedar en el olvido. Hacerse de la vista gorda con el reto que implica la votación que tenemos por delante no es definitivamente la salida de la crisis acentuada en la que estamos estancados. La lucha, la fiscalización, la exigencia del cumplimiento de nuestros intereses deben ser constantes y no solo en época electoral.
Muchos compartirán conmigo la dificultad de decantarse por una de las opciones actuales. En definitiva ambos tienen muchos puntos criticables y me cuesta creer que uno de ellos esté pronto a convertirse en nuestro próximo presidente. Sin embargo, este 25 de octubre como ciudadanos comprometidos con el país, debemos hacer el esfuerzo de emitir el sufragio. Nos quedan aún algunas semanas para estudiar las propuestas y las personalidades. La apatía no será nunca la solución, involucrarnos es el primer paso.